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Por James C. Hormel*

(CNN) – Cuando la Universidad de Shorter, en el noroeste del estado de Georgia informó a sus 200 empleados que tenían que firmar un “compromiso de estilo de vida personal” requiriéndoles que rechacen su homosexualidad o pierden el empleo, la administración del centro de estudios subrayó una sorprendente injusticia: en 29 estados de EE.UU. la gente aún puede ser despedida por ser homosexual.

Mientras el casamiento de personas del mismo sexo y otras medidas a favor de la igualdad llenan la atención política y mediática, la ley de no discriminación en el empleo (una legislación de hace 37 años) languidece en el Congreso de Estados Unidos.

Sin esa ley federal, la mayoría de los estados justifica la discriminación en empleos, vivienda, y otros aspectos basados en la orientación sexual. Inclusive un gran número de ellos (35), no tiene protección para la gente transexual.

Inclusive algunas empresas americanas está un paso más adelante que nuestros legisladores en esta materia: el 87% de las 500 compañías de Fortune tienen políticas contra la discriminación basadas en la orientación sexual (cerca del 46% también protege la identidad de género). ¿Qué es lo que saben los innovadores y quienes dirigen nuestra economía que desconocen los políticos?

Al margen de una amenaza de bomba que canceló las clases en la Universidad de Shorter, cientos de alumnos, académicos y graduados protestaron contra la exigencia hecha del 11 de noviembre. Esos individuos demostraron una gran valentía al levantarse contra la universidad y la interpretación oportunista de una tradición religiosa de sus líderes.

Yo sé algo acerca de la fuerza personal que requiere este tipo de protestas: A finales de los años 90, cuando me postularon como candidato del expresidente Clinton para embajador de los Estados Unidos en el principado de Luxemburgo en Europa, los cristianos extremistas circularon acusaciones falsas de pedofilia y otras mentiras con la esperanza de hundir mi nominación. Nunca se preguntaron por mis calificaciones profesionales; el único tema fue mi sexualidad.

Una de las principales razones por las que la discriminación persiste, es que mucha gente en EE.UU. –no importa si hablamos de Don Dowless, presidente de Shorter, o de los candidatos Herman Cain o Michele Bachmann- refuerza el mito de que ser homosexual es una elección.

Para ellos, es como si los tontos que somos los gays, lesbianas, bisexuales y transexuales (LGBT por sus siglas en inglés) fuésemos perfectamente felices y saludables si sólo hubiéramos tomado decisiones diferentes respecto a nuestras vidas.

Cuando era niño, en Austin Minnesota, los maestros me forzaron a que escribiera con la mano derecha, con la fútil esperanza de corregir mi tendencia a ser zurdo. Si ellos hubieran sabido que era homosexual, quizás también hubiesen tratado de arreglarlo y habrían fallado.

Gasté los primeros 35 años de mi vida tratando de no ser gay, al extremo de casarme con mi compañera de universidad y crear una preciosa familia con cinco niños. Pero por más que intenté que esa vida funcionara, no podía escapar a mi atracción hacia los hombres. Elegir no tenía nada que ver con eso.

Desde San Francisco hasta Estocolmo, los científicos han encontrado evidencia de que lo que los homosexuales saben desde siempre: que la orientación sexual es innata. Investigaciones recientes realizadas en Suecia han identificado diferencias en la estructura cerebral que podrían determinar si una persona es homosexual u heterosexual.

Hasta que la gente acepte que todos nosotros nacemos con una orientación sexual y una identidad definida, los gays, lesbianas, bisexuales y transexuales seguirán sufriendo discriminación y una aplicación selectiva de la protección que nos ofrece la Constitución.

A través de una campaña en los medios sociales, que incluye peticiones online, los manifestantes antitolerancia y discriminación siguen presionando a la Universidad de Shorter para que deje su política de lado. Pero hay que hacerse una pregunta: ¿Por qué es legal que una universidad discrimine?

Los manifestantes deberán llevar sus demandas hasta la legislatura del estado de Georgia. La discriminación basada en la orientación sexual no tiene lugar en la América de hoy.

Nota del Editor: *James C. Hormel fue embajador en Luxemburgo desde 1999 al 2000. Recientemente escribió sus memorias: “Fit to Serve: Reflections on a Secret Life, Private Struggle and Public Battle to Become the First Openly Gay U.S. Ambassador”. (Apto para servir: reflecciones de una vida secreta, la lucha personal y la batalla pública para ser el primer embajador de los EE.UU. declarado homosexual) Es el presidente de la firma de inversiones Equidex, una empresa familiar.

Las opiniones expresadas en este comentario son únicamente las de James Hormel.