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Estados Unidos

OPINIÓN: Obama, ¿no puedes ver la ira de los negros en Ferguson?

Por CNN en Español

Por Marc Lamont Hill

Nota del editor: Marc Lamont Hill es comentarista político de CNN y Profesor Distinguido de Estudios Afroestadounidenses en el Morehouse College.

(CNN) — A lo largo de los últimos días, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, por fin analizó la trágica muerte de Michael Brown así como la oleada de protestas que el hecho provocó. A través de un comunicado oficial que la Casa Blanca emitió el miércoles 13 de agosto y de un breve discurso que pronunció el jueves 14 desde Martha's Vineyard, el presidente asumió su papel usual de unificador y pidió al público estadounidense que guardara la calma y que sanara.

Desearía que no hubiera dicho nada.

Para ser claros, no tenía ninguna expectativa irreal respecto a Obama. No esperaba que levantara su puño negro en señal de solidaridad ni que gritara "luchen contra el poder" desde la sala de prensa improvisada. Ni siquiera necesitaba que tomara partido en el asunto. Yo, sin embargo, esperaba que dijera la verdad. En cambio, el presidente pronunció un mensaje educado pero en última instancia peligroso para el público estadounidense.

En los comentarios del presidente Obama estuvo notablemente ausente el tema de la raza. A pesar de que la población de Ferguson es 68% negra, la policía de la ciudad es casi totalmente blanca. Los negros de la ciudad comprenden el 86% de las detenciones de vehículos y el 85% de los arrestos. Durante la semana pasada, los habitantes negros de la ciudad se han quejado de que la policía los acosa por su raza. Eso, combinado con la tendencia de que los hombres negros que no están armados sean víctimas de matanzas ilegales, provoca que las implicaciones raciales de la muerte de Brown sean muy profundas.

Aún si creyéramos que la muerte de Brown no tuvo nada que ver con la raza —que en el mejor de los casos sería una postura ingenua—, la oleada de protestas y debates que surgió después ha sido innegablemente racial. Al no mencionar esta dimensión racial, el presidente reforzó la idea inmadura de que se puede derrotar el racismo simplemente fingiendo que no existe.

En vez de guiar a la nación a un nuevo nivel de entendimiento racial y diálogo, el presidente tomó el camino seguro que cruza la puerta de una retórica que cree superado lo racial.

Obama también dio prioridad a conservar la calma. Aunque de entrada esto parece razonable, particularmente en un escenario de disturbios y saqueos, sus palabras no lograron reconocer la legitimidad de la ira de los negros. La gente negra muere violenta y desproporcionadamente; a menudo los matan los policías deshonestos, con mayor frecuencia se matan entre sí. ¿Por qué no habríamos de estar enojados?

Pero, a diferencia de la violencia entre negros —que es trágica pero usualmente se castiga a través de las vías legales adecuadas—, las matanzas de jóvenes desarmados a manos de la policía siguen ocurriendo impunemente. En vez de reconocer la legitimidad de la ira de los negros por este asunto, el presidente simplemente pidió que nos calmáramos y que dejáramos de saquear. Al hacerlo, se unió al nutrido coro de políticos y líderes de los movimientos por los derechos civiles que subestiman y trivializan la ira fundada para demostrarle al público que tienen al pueblo bajo control.

Tal vez lo más frustrante haya sido que el presidente insistiera en usar palabras equivalentes al describir los disturbios. De forma parecida al discurso Philadelphia Compromise sobre la raza que pronunció en 2008, en el que ignoró el legado de la supremacía blanca y dio igual peso a las frustraciones raciales de los estadounidenses blancos y negros, Obama reprendió a los negros amotinados y a la policía de Ferguson con el mismo tono moralizador.

El presidente pasó por alto el hecho de que la policía militarizada de Ferguson fue la antagonista en los disturbios, tanto por haberle disparado a Brown (quien estaba desarmado) como por excederse en el uso de la fuerza durante las protestas. Al hacerlo, respaldó (probablemente sin notarlo) los argumentos de los policías bienintencionados de algunos lugares, a quienes los nativos violentos obligaron a actuar.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Marc Lamont Hill.