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Los aranceles de Trump al acero y aluminio pueden hacer estallar el TLCAN

Por David A. Andelman

Nota del editor: David A. Andelman es profesor visitante del Centro Nacional de Seguridad en la Escuela de Leyes Fordham y director del Proyecto Red Lines. Además es colaborador de CNN y columnista de USA Today. Es autor del libro "A Shattered Peace: Versailles 1919 and the Price We Pay Today", y fue anteriormente como corresponsal extranjero para The New York Times y CBS News en Asia y Europa. Síguelo en Twitter en @DavidAndelman. Sus puntos de vista expresados en este comentario pertenecen solo a él.

(CNN) -- Las conversaciones del TLCAN parecían prometedoras hasta la semana pasada, cuando Donald Trump explotó en el teléfono en una charla con el presidente de México, Enrique Peña Nieto, por el tema del muro fronterizo. Ambos presidentes se pararon firmes en sus posiciones: Peña Nieto reiteró que México no pagará por el muro, mientras que Trump insistió en que lo haría, perdiendo su temperamento, como se lo dijo un funcionario mexicano a The Washington Post.

Después llegó el anuncio explosivo de este jueves en la mañana de que el presidente también estaba avanzando en imponer un arancel masivo del 25% de importaciones de acero y un 10% de arancel en las importaciones de aluminio.

La medida, dirigida a China, de hecho va a afectar a nuestro vecino del norte de forma particularmente dura, pues Canadá es la fuente más grande de acero y productos de acero de Estados Unidos —provee el 16% de todo el acero importado—, seguido por Brasil y Corea del Sur. China ni siquiera está entre los 10 primeros proveedores del mercado estadounidense.

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A pesar de la disputa entre Trump y Peña Nieto, los sagaces negociadores de un nuevo Tratado de Libre Comercio de América del Norte aún podrían haber sido capaces de salvar una transformación completa del pacto comercial de 24 años. Pero los aranceles repentinos y totalmente imprevistos al aluminio y al acero ahora hacen de esta una tarea más difícil.

Anulando muchas de las voces más sensatas en su gobierno —como Gary Cohn, su consejero económico en jefe— los gravámenes solo envenenarán más su ya completamente contaminado NAFTA, desencadenando potencialmente una guerra comercial si las partes lesionadas deciden tomar represalias.

Por supuesto, Trump aún podría imponer esos aranceles, y eximir a ciertos países, como Canadá y México. De hecho, aún no ha firmado el documento, así que también tiene la opción de elegir la ruta más inteligente y descartar la idea silenciosamente. Tal vez pueda considerarlo cuando vea el daño que su anuncio hizo al mercado de valores: el Dow Jones cayó más de 400 puntos como consecuencia el anuncio este jueves. Después de todo, pasó todo un año tomando crédito por su gran progreso.

Mientras que el enfoque de las negociaciones del TLCAN ha estado en México —y los trabajos que según Trump el NAFTA le ha robado a los estadounidenses— la víctima más grande de un colapso de este TLCN podría ser Canadá que envía el 75% de todas sus exportaciones a Estados Unidos. Un final absoluto del TLCAN podría ser potencialmente catastrófico para Canadá y México. Y una guerra comercial directa con otras naciones, tomando represalias contra el proteccionismo estadounidense, sería catastrófico para todos los interesados.

Esta semana, los diálogos del NAFTA entre México, Canadá y Estados Unidos volvieron a empezar en Ciudad de México. Esta séptima ronda de negociaciones se suponían que debía haber terminado exitosamente antes de que México empezara su campaña presidencial, el 30 de marzo. Pero hasta ahora, estas difíciles cuestiones permanecen sin resolver.

En lo más alto de esta lista está el problema de las “reglas de origen” particularmente respecto a la fabricación y ensamble de autopartes. Trump quiere un porcentaje más alto de cada automóvil vendido en Estados Unidos y que se haga localmente (un 85% comparado con el 62,5% que está en el actual pacto). Tanto Canadá como México creen que esta cifra es muy alta. Después de todo, una red completamente nueva de cadenas de suministro ha crecido en el último cuarto de siglo.

Luego está la cláusula de extinción: que el NAFTA simplemente se termine cada cinco años si el acuerdo no es renegociado. Imagina la burocracia permanente que se estuviera creando si supieras que tienes que revisar este tratado cada cinco años, me dijo un funcionario canadiense. Sin mencionar la inhabilidad que las grandes corporaciones tendrían para hacer negocios en los tres países del NAFTA para emprender cualquier planificación a largo plazo. Puede tomar más de cinco años simplemente en crear, diseñar y armar un nuevo modelo de auto.

Al mismo tiempo, por supuesto, México tiene sus propios problemas gordianos, muchos de ellos compartidos con Canadá. Entre estos están el comercio digital, de telecomunicaciones, barreras técnicas, buenas prácticas regulatorias y medidas sanitarias contra plagas y patógenos en productos agrícolas.

Con todos estos obstáculos aún por delante, los negociadores pueden encontrar poca necesidad apremiante de acelerar el cronograma. Un nuevo presidente de México será elegido junto a un nuevo Congreso el 1 de julio y los estadounidenses irán a las urnas en noviembre para elegir a su nuevo Congreso que podría estar sustancialmente menos inclinado en presionar los cambios que Trump ha solicitado.

Además, hay algunos beneficios tangibles de renegociar el NAFTA ahora, y especialmente eliminar el aumento de aranceles que podrían provocar un conflicto comercial aún más rápido. Está en juego un plan completo de crecimiento económico que ha sido la pieza central del atractivo político del presidente.

Volver a hacer el TLCAN es, desde luego, un retraso, así como una purga de las toxinas de la corrección política y los imperativos ideológicos de todas las cuestiones comerciales y arancelarias, pero, sobre todo, una prevención de una guerra comercial potencialmente catastrófica que podría extenderse globalmente.