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Donald Trump

Donald Trump

La surrealista visita real de Trump pasa de lo ceremonial a la política

Por análisis de Stephen Collinson

Londres (CNN) -- Fue el momento en que una famosa y poderosa dinastía, construida sobre una fortuna heredada, acosada por los tabloides y con una debilidad por las residencias palaciegas con incrustaciones de oro conoció... a la familia real británica.

El clan Trump descendió en el Palacio de Buckingham el lunes y la reina Isabel II pareció lanzar un hechizo de calma al presidente, quien puso en suspenso su estilo de hablar mucho durante unas horas mientras estaba en su presencia.

El inicio de la visita de Estado de Trump, en muchos momentos surrealista, se produjo cuando tornados políticos azotaban a los gobiernos de Washington y Londres, y mientras el presidente sigue dominando como la figura más divisoria del mundo.

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Pero la reina, que comenzó a reunirse con los presidentes cuando Harry S. Truman estaba en la Casa Blanca y ella era una simple princesa, se ganó una deferencia y respeto raramente vistos por parte del escandaloso comandante en jefe estadounidense.

Es casi seguro que se trate de un interludio temporal, dado que la delicada política del viaje, incluidas las visiones de EE. UU. para la remodelación de una relación especial, pasará este martes al centro del escenario.

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El presidente había volado a Gran Bretaña en busca de problemas, disparando un tuit con el que arremetía contra el alcalde de Londres, Sadiq Khan, al que calificaba de "perdedor", antes de que los neumáticos de Air Force One besaran el suelo británico.

Pero 66 años y un día después del momento en que vio la coronación en la televisión con su madre escocesa, Trump se mostró cautivado e inusualmente comprometido junto a la jefa de 93 años de la Mancomunidad y Defensora de la Fe.

Finalmente, en igualdad

Trump una vez fue rechazado por ser demasiado vulgar para los círculos más exclusivos de Manhattan. Pero aquí estaba de pie junto a la monarca más antigua del mundo y la último en una línea privilegiada de reyes y reinas que datan de más de 1.000 años.

En el banquete estatal, Trump, elegantemente vestido con una corbata blanca, elogió a la reina como una "gran, gran mujer".

"Ella ha encarnado el espíritu de dignidad, deber y patriotismo que late con orgullo en cada corazón británico", dijo.

La reina, aunque elogiaba calurosamente a Trump y a Estados Unidos, fue, sin embargo, aguda al elogiar las estructuras de seguridad posteriores a la II Guerra Mundial que el presidente a menudo ha criticado.

"Después de los sacrificios compartidos de la II Guerra Mundial, Gran Bretaña y Estados Unidos trabajaron con otros aliados para construir una asamblea de instituciones internacionales, para asegurar que los horrores del conflicto nunca se repitieran", dijo la reina, quien vestía un vestido de noche con un fajín de liga azul asegurado por un broche con 10 diamantes que pertenecieron a la reina Victoria.

"Si bien el mundo ha cambiado, siempre estamos conscientes del propósito original de estas estructuras: el trabajo conjunto de las naciones para salvaguardar una paz difícil de lograr", dijo la monarca británica.

Antes, rompiendo con la formalidad, el presidente conversó de buena gana con los guardias con sus sombreros de piel de oso que formaban fila en su honor en los jardines del Palacio de Buckingham mientras los cañones hacían un saludo.

Los herederos de ambas familias miraban. Trump fue recibido en la puerta del helicóptero Marine One por el príncipe Carlos y su esposa, Camilla, duquesa de Cornwall. La hija mayor de Trump, Ivanka Trump, y su esposo, Jared Kushner, quien está envuelto en una nueva tormenta política en casa, miraban por una ventana del palacio.

Mientras la reina guiaba a Trump en una exhibición de artefactos que rendían homenaje a la relación entre Estados Unidos y Gran Bretaña, por una vez, él no intentó robar la escena ni ceder ante su limitada capacidad de atención.

La reina le mostró a Trump una primera edición abreviada de "The Second World War", la epopeya histórica que ayudó a su primer primer ministro, Winston Churchill, a ganar un Premio Nobel de literatura.

Siguiendo al monarca y del presidente, los cortesanos del ala oeste de Trump, como Kellyanne Conway, Sarah Sanders y Stephen Miller, se maravillaron con los tesoros que incluían un mapa de Nueva York del siglo XVIII y fotos de St. Andrews, la casa del golf.

También estuvo presente el príncipe Enrique, al que se prestó especial atención, ya que el presidente causó revuelo con sus comentarios sobre la esposa estadounidense de Enrique, la duquesa de Sussex. Trump dijo que "no sabía que ella era desagradable", el fin de semana, en una entrevista sobre las críticas que ella había hecho anteriormente sobre él.

'Multitudes de simpatizantes'

Un exuberante Trump tuiteó antes de la cena de Estado que "la parte del viaje en Londres va realmente bien. La reina y toda la familia real han sido fantásticos", e hizo referencia a "tremendas multitudes de simpatizantes".

Pero no pudo resistir dar un golpe a los periodistas de "noticias falsas" de los que dijo que harían todo lo posible para encontrar a manifestantes, y en un momento de calma en su agenda, atacó a México por no hacer más para detener los flujos de migrantes hacia la frontera de Estados Unidos.

Pero durante la mayor parte de un armonioso día, las preguntas sobre un juicio político, la ampliación de las guerras comerciales, los enfrentamientos con Irán y Corea del Norte, las constantes intrigas políticas de Trump y las protestas que atestiguan su impopularidad en GRan Bretaña parecían reliquias de otro mundo.

No importó que Trump hubiera pasado la mayor parte del fin de semana entrometiéndose en la crisis política interna de Gran Bretaña desde Washington. O que la lujosa ceremonia organizada por sus anfitriones recordara más las glorias de un imperio perdido que la crisis de identidad nacional que amenaza con destruir el pequeño reino isleño.

En el banquete de Estado, Trump y la reina se sentaron a la cabeza de la mesa.

Los miembros de la familia Trump, en su papel de representantes de Estados Unidos, se sentaron entre la realeza. La primera dama Melania Trump, vestida con un vestido de seda color marfil de Dior Haute Couture, se sentó junto al príncipe Carlos, quien asume cada vez más deberes como futuro rey. Kushner estaba al lado de la hija de la reina, la princesa Ana. Ivanka Trump se sentó junto a Sofía, la condesa de Wessex.

El propósito de este tratamiento adulador, que en años recientes también se ofreció al presidente chino, Xi Jinping, es engrasar las ruedas de la política.

La apuesta es que apuntar a la debilidad de Trump por las exageradas muestras de respeto lo hará ver con amabilidad a Gran Bretaña en medio de su crisis política más profunda desde la II Guerra Mundial.

Sin embargo, la experiencia sugiere que el presidente impredecible y a menudo absorto en sí mismo rara vez dibuja líneas tan rectas y se desvía menos de sus objetivos ideológicos de lo que a menudo se supone.

Se alegró de ser el invitado de honor el Día de la Bastilla en los Campos Elíseos, pero eso no le impidió romper con el presidente de Francia, Emmanuel Macron, cuando la política los separó.

La política exterior dictada por la política interna

La política exterior de Trump a menudo se calcula para promover sus objetivos políticos internos, una de las razones por las cuales ha abrazado tan abiertamente al primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, y sus aspiraciones. De modo que no es nada seguro que su visita a la reina lo paralice tanto que ponga los intereses de Gran Bretaña antes que los suyos en la era posterior al brexit.

Lo contrario parece ser lo que ocurre. Al posicionarse directamente a favor de los candidatos conservadores favorables al brexit para reemplazar a la primera ministra saliente, Theresa May, Trump está promoviendo sus propios intereses políticos.

Una Unión Europea debilitada y una Gran Bretaña más independiente que ha abandonado la idea del progreso multilateral se ajustan a la visión de los Estados-nación que persiguen sus propios intereses y que son aceptados por Trump y su asesor de seguridad nacional, John Bolton.

Está programado que Trump se reúna con el equipo de May este martes antes de una conferencia de prensa conjunta, la cual será observada de cerca para detectar signos de incomodidad entre los dos líderes transatlánticos.

El presidente ha criticado con frecuencia el manejo de las negociaciones del brexit con Europa por parte de May, más recientemente en una entrevista con The Sun durante el fin de semana. Si bien él insiste en que aún respeta a May, es poco probable que Trump le muestre el tipo de deferencia que reservó para la reina.

Su visita de estado, sin embargo, podría no haber ocurrido sin la asediada primera ministra, quien el viernes llamará a un voto para elegir un nuevo liderazgo del Partido Conservador y encontrar así a su reemplazo.

Ella corrió a Washington poco después de que Trump asumiera el cargo en 2017 con una invitación muy inusual para tal visita en el primer año de un presidente, buscando forjar un vínculo que pudiera magnificar su propio poder. Pero ella fue acorralada de vuelta a casa por haber sido fotografiada sosteniendo la mano de Trump en el Jardín de Rosas de la Casa Blanca.

El estilo político abrasador de Trump, incluidas sus políticas radicales de inmigración, significó que su visita de estado se retrasara repetidamente, en una situación embarazosa para el gobierno británico.

Es irónico, entonces, que su visita sea el último acto significativo de una primea ministra destruido por los intentos de retirarse de la UE, lo cual Trump defendió agresivamente.