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Mundo

Un niño sobrevive a un ataque en Siria protegido por el cadáver de su madre

Por cnninvitationsaccount

Por Nick Paton Walsh

Aleppo, Siria (CNN) — Es imposible acostumbrarse. El rugir de un avión de combate, el sonido de las aspas de los helicópteros volando alrededor de tu cuadra, el sonido de una explosión. Cuando escuchas todo esto, al menos sabes que estás seguro.

Esto se ha convertido en parte de la vida diaria para los residentes de Aleppo. La gente vive en el territorio rebelde -- y se mezcla entre el ejército Sirio Libre -- una zona sobre la cual se desata la ira del régimen.

Las explosiones continúan a través del día y siguen hasta la noche. No hay un patrón perceptible sobre donde golpean. No parece que los ataques sean dirigidos hacia a los pocos blancos que representan los rebeldes.

Tampoco hay una hora en específico: los ataques son en su mayoría al amanecer y al anochecer, pero los morteros a veces caen de forma sostenida. Y sobre todo, no siguen un patrón que sugiera que las armas de artillería van dirigidas hacia un objetivo específico. Simplemente son disparadas, golpean, y se mueven a un lugar completamente diferente.

El único patrón es que no hay patrón, a menos de que el propósito sea aterrorizar.

El objetivo es simple cuando el bando es una población civil desarmada, defendida a veces por un ejército rebelde desvencijado. La forma más sencilla de discernir que hay problemas en el aire es ver a los residentes voltear al cielo.

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Una mañana a las seis, cohetes y morteros se impactaron en el vecindario de al-Shaar, en Aleppo. En una casa, 12 personas de una misma familia estaban en su mayoría aún dormidas.

Los cohetes impactaron en el techo, lo que causó que el segundo piso colapsara sobre el primero. Llegamos cuatro horas luego del ataque, una vez que el vecindario tuvo tiempo para reaccionar y comenzar a cavar entre los escombros. Era una multitud de residentes horrorizados por lo que había ocurrido a sus casas y comunidad. El ejército rebelde utilizó vehículos para llevarse a los heridos.

La excavación se hizo con ahinco: las manos y las palas intentaban quitar grandes piezas de concreto.

Hay pánico e inquietud, hasta que finalmente se escucha una oleada de gritos. Alla u akhbar, gritan, mientras ven una extremidad, luego una pierna, y luego el cuerpo de una pequeña niña que es sacada de los escombros. Utilizan una sábana para cubrir su cara, pero es demasiado tarde, y preservar su dignidad es todo lo que pueden hacer.

La búsqueda continúa en medio de la amenaza sin cesar de los helicópteros que dispararon los cohetes, y que pueden disparar otra vez, y el riesgo de que el edificio colapse totalmente.

Cuando los edificios colapsan, los muertos son generalmente encontrados en grupos, en el mismo cuarto donde dormían. En este caso, el padre fue encontrado luego de la hija. Una mujer frente a los escombros grita: “Juro por Dios que nos han destruidos. Lo juro por Dios, Bachar al Asad nos está matando”.

Pero los cuerpos siguen saliendo, 11 en total, nueve de ellos niños. Son llevados rápidamente por el Ejército rebelde a un hospital, los niños son puestos bajo sábanas en la parte trasera de una camioneta. De entre cuatro y 11 años, Omar, Mohamed, Fatma. Uno de sus padres está muy conmocionado para nombrar todos los muertos, que son de dos familias, una que fue a visitar a la otra.

Pero en medio de la incomprensible brutalidad, la gente en esta esquina de Aleppo encuentra un regalo. Es de menos de un año de edad y se llama Hussein. Fue sacado de los escombros, donde un simple acto de cuidado le salvó la vida.

La mamá de Hussein, Najah, lo amamantaba cuando golpearon los cohetes. Najah murió bajo los escombros, pero su cuerpo protegió a Hussein. El niño fue llevado al hospital por hombres que insultaban a al Assad al llamarlo “perro”.

Le quitan al niño sus ropas llenas de polvo y limpian su cuerpo, un símbolo de su perseverancia. Nacido en medio de la sangrienta revolución, rezan porque crezca en una Siria diferente.