Por Kat Kinsman
(CNN) — Siempre estuve segura de que para cuando tuviera 40 años tendría mi vida resuelta. De alguna forma despertaría mágicamente en mi cumpleaños número 40 y tendría toda la sabiduría de los años: un plan financiero sólido, paz interior, un guardarropa atractivo y de buen gusto que no me haría sentir como si estuviera simplemente jugando a disfrazarme en el trabajo.
Entonces llegó el día. Desperté esa mañana de agosto dominada por un nuevo entendimiento, principalmente acerca de lo mortificantemente delicioso que estuvo el pastel de cumpleaños con sabor a vodka y cómo las resacas son más intensas conforme pasan los años. Cerré las persianas y me volví a dormir. Una dama de edad necesita descansar.
Nadie menor de 38 años piensa en verdad cómo será su vida a los 40 y después. Cada quien planea un ambicioso comienzo (“Me volveré un _____exitoso”) y el desenlace triunfal (“Entonces, me retiraré con mi amada pareja y pasaremos nuestro tiempo libre en ____”). Sin embargo, pasamos por alto el periodo de enmedio, donde sucede el día a día.
Los 40 no son demográficamente glamorosos. Si uno se tomara en serio todos los comentarios producidos por la cultura pop sobre el tema, sería peligroso salir de casa vestido con algo más revelador que un traje de apicultor que cubra de pies a cabeza tu arrugado, torpe, desaliñado y desgastado ser. Según los programas de comedia y los comediantes, es una década de humillaciones leves pero constantes, de dolores físicos, de dispersión y de un desconocimiento fundamental acerca de cualquier cosa cool.
Aunque también existe otro lado menos terrible, ¿no sabías que los 40 son la nueva edad atractiva? Al menos lo es en la farándula, en donde las actrices maduras ya no quedan relegadas al teatro regional hasta que puedan resurgir en la pantalla como cómicas abuelas supersexuales y octogenarias malhabladas.
No, ahora tenemos a Gwyneth Paltrow, Cameron Diaz, Jennifer Garner, Jennie Garth y Sofía Vergara, quienes lucen un abdomen firme, brazos fuertes y ninguna arruga a pesar de su edad.
Una dama que tenga esa vergonzosa edad también puede optar por usar un sostén de media copa, acudir a la cama de bronceado un par de cientos de veces y acechar la zona de fraternidades universitarias en busca de carne fresca y un contrato para un reality show, lo que a cualquier edad sería una mala idea.
No hay mucho terreno intermedio, o al menos eso se dice en las conversaciones en general y francamente, entré en pánico cuando cumplí 39 años.
Cuando era pequeña, en las décadas de 1970 y 1980, recuerdo que ese cumpleaños tenía un aire de tristeza; al abrigo de la oscuridad, unos traviesos amigos clavaron en el jardín letreros burlones en los que se leía: “Santo cielo, miren quién cumplió 40”. Recuerdo que mi madre lamentaba la humillación de la llegada de las canas mientras lidiaba con el acné. Su hermana gemela, Polly, mostraba tristemente un imán para refrigerador que proclamaba: “Después de los 40, todo son parches”.
Las mujeres que me rodeaban, quienes pertenecen a la generación de los baby boomers, parecían tomarlo con resignación, tal vez hasta con cierto alivio por no tener que seguir luchando tan duro por mantenerse al corriente. Habían trabajado duro en sus familias y sus carreras y no había razón alguna en la faz de la tierra para no cosechar los frutos, vestidas con un suéter cómodo y unos jeans amplios, al igual que sus maridos.
En cuanto a los malcriados advenedizos que éramos mientras crecíamos educados por MTV, en el narcisismo de nuestra juventud, la peor invectiva que podíamos dirigir en contra de alguien era: “¡Qué asco! ¡Parece como si tuviera 40 años!”; “Dios, ese tipo que te está viendo parece de 40 años, ¡qué desagradable!”; “Basta, deja de actuar como si tuvieras 40”.
Curiosamente, ese mismo sentir regresó a mí varias décadas más tarde, pero con un poco de consuelo: “No pareces de 40”.
En los meses previos al temido cumpleaños, escuché mucho esa frase, ya que me dediqué a mencionar mi edad tantas veces como me fue posible, en un intento por neutralizar su poder y evaluar las reacciones que provocaba. Fue una brecha cómicamente definida: los que tenían menos de 40 respiraron profundo y de inmediato trataron de tranquilizarme; los mayores me ofrecieron el consuelo de que, al otro lado, no todo es decadencia.
Los mayores tenían razón. Incluso me atrevo a decir que mi vida mejoró.
Desde luego existen desventajas: espasmos en la espalda, dejar las faldas para las piernas de las veinteañeras, las arrugas que deja la almohada ahora tardan media mañana en desaparecer de mi rostro, además de mi incapacidad para entender el atractivo estético de Ke$ha, Skrillex y One Direction (aunque sospecho que eso habría ocurrido a cualquier edad). Pero estas vergüenzas están más que compensadas gracias al cada vez más profundo y maravilloso sentimiento de que me importa un cuerno cómo dirijo mi vida.
Sé quién y qué me produce alegría y me siento más libre de perseguir esas cosas tan ávidamente como pueda, mientras hago lo mejor que puedo por los demás (poniéndome primero mi metafórica mascarilla de oxígeno). Trato de no darle importancia a los errores inevitables y sí, parezco de 40, porque tengo 40.
Ya no siento la angustia que solían causarme los desaires sociales, las uñas rotas, los desastres menores y el tener que disculparme por mis gustos. Y aunque no tengo todo resuelto —creo que finalmente sé qué hacer con mi cabello— me siento extrañamente conforme con ello. Me he caído y levantado, me han lastimado, he vuelto a empezar tantas veces que ya casi disfruto el reto. Además, ahora sé que no tengo que pasar por todo sola.
El mayor de estos placeres ha sido ver a las chicas que siempre he amado convertirse en mujeres. La calidez, el humor, la gracia, el estilo y la pasión que ardía intensamente en su juventud se han intensificado y concentrado. Mis queridas amigas las llevan, junto con la confianza que da la experiencia, a todos los aspectos de su vida: el trabajo, las causas que defienden, las relaciones, el entretenimiento y, notablemente, a la crianza de sus hijos, quienes lo único que sabrán es que los 40 son una etapa de la vida llena de vitalidad y que da poder a las personas.
Si llegan a olvidarlo, yo les recordaré lo increíblemente geniales que sus madres eran y lo serán por siempre, aún a pesar de que alguna vez me atiborraron de vodka con sabor a pastel de cumpleaños durante una larga y alocada noche en Las Vegas.
Las revistas y los sitios web están llenos de listas de “40 cosas qué hacer antes de cumplir 40”, y como no soy una persona que tienda a saltar de aviones o a tener un romance extramarital (en serio, ¡en algunas listas lo sugieren!), mi recomendación es: descubre lo que te hace feliz en la cocina, en la cama y en la biblioteca, y házlo con más frecuencia.
Las opiniones expresadas en este texto pertenecen exclusivamente a la autora. Puedes seguirla en Twitter en @kittenwithawhip.