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Opinión

OPINIÓN: El Papa aburrido

Por Juan Andrés Muñoz

Por Pedro J. Cobo Pulido, especial para CNN

Nota del editor: Pedro Javier Cobo Pulido es Profesor de Estudios Internacionales y Estudios generales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y analista de temas sobre Medio Oriente. Actualmente tiene en imprenta el libro "Theodor Herzl. El origen del Estado de Israel".

Sí, esa es la imagen que da. O por lo menos a mí me la da. Es torpe, muy torpe moviéndose ante las cámaras. Tiene una sonrisa tímida nada atractiva y cuando se acerca a los niños no parece tener ni idea de lo que es un "pequeñajo". Su voz es atiplada y monótona. No practicó ningún deporte y se manejaba mal en los escenarios preparados para las jornadas multitudinarias de los fieles. En fin, estuvimos durante ocho años ante la antítesis de Juan Pablo II.

Para colmo –lo critican- no supo o no quiso llegar al fondo en el tema de la pederastia (incluso algunos sugieren que las autoridades deberían encausarlo como encubridor); levantó la excomunión a los reaccionarios obispos lefevrianos (incluso a uno que aseguró que el Holocausto no fue tan brutal); quiso darle impulso a la misa en latín, afirmó que el condón agrava la extensión del sida.

Y, por si fuera poco, tuvo poca delicadeza en su discurso de Ratisbona y molestó gravemente a los musulmanes, con el resultado de varias quemas de iglesias e, incluso, alguna monja asesinada por musulmanes. En fin, este pobre papa ha sido –para muchos en los medios de comunicación- un verdadero desastre y por eso un grupo de feministas se ponen en top-less ante Notre Dame para celebrar el augusto acontecimiento de la dimisión del papa.

Siguiendo esa lógica, si el Papa no hubiera dimitido por sí mismo –nadie más puede hacerlo- habría que haber hecho una campaña mundial entre los católicos para obligarle a hacerlo. Quizá sí, pero si tratamos a la Iglesia como una corporación más, habría que hacer un análisis un poco más profundo.

Los números no le salieron tan mal. Los sacerdotes aumentaron durante su pontificado desde 405.450 a 412.236; y los seminaristas de 112.643 en 2005, aumentaron en un 5% al día de hoy; el número de católicos ha pasado de 1.086 en el 2003 a 1.181 millones, según datos del Anuario Pontificio. Así que podemos decir que como gerente de esa enorme empresa, a Benedicto XVI no le ha ido tan mal, y es de suponer que los "accionistas" deberían estar contentos con esa gestión (¿será por eso por lo que les molesta tanto a algunos?).

Pero creo que el enorme mérito de este hombre sencillo, que nació en un pueblito de Baviera y que quiso pasar sus días escribiendo, dictando clases y tocando el piano, es haber acabado siendo el hombre que ha asentado las bases filosóficas y teológicas de los siguientes siglos. Ratzinger fue antes y durante el concilio un teólogo de avanzada; rompió esquemas, tuvo problemas para defender su tesis doctoral por ser demasiado atrevida; participó en la revista Concilium, era amigo de los grandes teólogos que reformaron la teología católica; pero a diferencia de muchos de ellos no traspasó la línea de la tradición: la renovó.

Su estilo es profundo, muy profundo, pero también muy claro. Cualquier universitario con cierta cultura filosófica lo puede entender. No es un reaccionario. Conoce a fondo la cultura moderna y la posmoderna. Elige lo mejor de cada una: cita lo mismo a Marx que a Freud, a Adorno que a Radakrisnan. Cada uno de sus libros es un bocatto di cardinale para el intelecto; cuando acabas uno es como si hubieras leído a Harry Potter: esperas el siguiente (en eso sí que le ganó a Juan Pablo, el gran polaco era más que aburrido escribiendo).

Muchos vaticinan la crisis de la posmodernidad, del pensiero devole, del relativismo a ultranza. Pero es muy posible que con el desmoronamiento de la posmodernidad llegue el fundamentalismo –me temo que tenemos muchos y muy tristes ejemplos-.

El pensamiento de Ratzinger es un buen camino para salir de Escila y no caer en Caribdis. Es un gran defensor de la razón, pero de una razón crítica al estilo popperiano: una razón que sabe que no puede conocer todo; de una razón que le da cabida al corazón y a los sentimientos en la relación con los hombres y con Dios. Una razón que sabe que hay muchas cosas que son relativas; pero una razón que también sabe que no se puede ser violento en nombre de Dios como dejó muy claro en su discurso de Ratisbona; de una razón que sabe que los derechos humanos no pueden ser sometidos a la mayoría –como joven en la Alemania hitleriana sabe muy bien que las mayorías muchas veces se equivocan-.

Es cierto, muchos medios de comunicación lo han denostado, lo han criticado y vilipendiado. Los que lo han leído con pausas y sin prejuicios (incluyendo ateos y agnósticos -Marcello Pera, Vargas Llosa..) no pueden más que quitarse el sombrero ante un hombre que, quizás sea aburrido para una cultura de la rapidez y de la superficialidad, pero que es apasionante en su profundidad, claridad, sencillez y humildad.

Sin lugar a dudas hemos perdido un gran Papa; ojalá no un gran intelectual. Espero que siga deleitándonos con sus escritos, aunque, conociendo su humildad, es posible que no vuelva a escribir para no hacer sombra al siguiente.

(Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Pedro J. Cobo Pulido)