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Por Sarah LeTrent

(CNN) — Melissa Moore tenía 15 años cuando el asesino de la carita feliz, esposado y vestido con un traje anaranjado de prisión, le dijo: “Missy, tienes que cambiar tu apellido”.

“Fue entonces cuando supe que esas cosas eran ciertas”, recuerda Melissa, quien ahora tiene 33 años. Hasta ese día, Keith Hunter Jesperson era simplemente su padre, quien solía arroparla en su cama por las noches “como si fuera un burrito”. Ahora también era el asesino serial convicto del que hablaban los diarios; el que había ensangrentado su apellido para siempre.

Jesperson, conocido como el asesino de la carita feliz, asesinó a ocho mujeres cuando era chofer de camión a principios de la década de 1990. Obtuvo su sobrenombre de las confesiones que enviaba a los diarios y los departamentos de policía de Estados Unidos para hacerse famoso, y que firmaba con una carita feliz.

Esa visita en prisión fue una de las últimas que Moore le hizo mientras esperaba juicio. Finalmente, ella rompió los lazos con él y adoptó el apellido de su marido cuando se casó a los 21 años.

Moore pertenece a un exclusivo grupo de personas; los familiares de los individuos a quienes el público considera monstruos: los asesinos seriales. Ese lazo nada envidiable trae consigo aislamiento, culpa, aflicción, incredulidad e incluso trastorno por estrés postraumático, además de un estigma público.

Después de una masacre, las preguntas y las críticas con frecuencia se dirigen hacia los padres, cónyuges e hijos de los acusados. El público a veces tiene compasión, pero otras veces critica y hasta llega a culpar a los familiares por las acciones del asesino.

La semana pasada se dio a conocer que la madre de Adam Lanza, el tirador de la escuela primaria de Sandy Hook, le dio dinero específicamente para comprar armas y le permitió guardar un arma en su habitación. La mujer recibió un disparo en la cabeza antes de que Lanza pusiera la mira en 26 víctimas más, además de sí mismo.

Ya sea que hayan facilitado las armas, ignorado las señales de alerta o no tuvieran idea de lo que ocurriría, los Lanzas, Loughners y Klebolds del mundo son considerados culpables por asociación.

La gente está programada para defender a sus familiares, como lo hizo Moore antes de darse cuenta de que su padre era culpable, dijo Michael Price, profesor de Psicología Moral Evolutiva de la Universidad Brunel, en Londres.

“Habrá fuertes incentivos psicológicos y sentimentales para defender a su familiar y serle leal, para engañarse acerca de la realidad de la culpa de su pariente”, dijo Price.

El especialista agregó que los individuos también podrían tender a proteger su propia reputación y a romper lazos con el asesino para evitar el ostracismo. “Podrían sentir ira hacia su pariente por ponerlos en una situación tan conflictiva”.

Peter, el padre de Adam Lanza, se reunió recientemente para hablar acerca de los actos de su hijo con Robbie y Alissa Parker, los padres de Emilie, una de las víctimas.

“Una de las principales razones por las que quería hablar con él era porque quería hablarle como padre, de un padre a otro”, dijo Robbie Parker a Piers Morgan, de CNN. “Entiendo que, a pesar de las circunstancias, él perdió a su hijo y también necesitaba llorarlo, así como yo necesitaba llorar por mi hija. Quería extenderle mis condolencias y sentí que podíamos hacer eso el uno por el otro”.

A menudo, las personas que conviven con los asesinos seriales no reconocen la naturaleza patológica de los perpetradores. “Entre más psicópatas son, son mejores para esconderlo”, dice Sandra L. Brown, del Instituto para la Reducción de los Daños en las Relaciones y la Educación sobre las Patologías.

En el caso de Moore, ella reflexionó acerca de su infancia; ¿qué había pasado por alto? Recuerda jugar con su padre e ir con él y sus hermanos a cenar y divertirse en la parada local de camiones.

También recuerda un amargo divorcio y que su padre mató a su perro frente a ella, golpéandolo en la cabeza. “Pero no me gustaba recordar eso”.

“Empecé a preguntarme si yo era como mi papá”.

Brown dice que es normal que los familiares de los asesinos duden de su propia integridad moral. De tal palo, tal astilla, ¿no?.

Poco después de que arrestaran a su padre, los amigos de Moore empezaron a dar excusas para no reunirse con ella. Más tarde descubrió que sus padres les habían dicho que la evitaran.

No fue sino hasta que Moore escribió su libro, Silencio roto, cuando finalmente dio a conocer su historia.

La mayoría de las personas no toma una ruta tan abierta. Los familiares pueden sentirse abrumados por su propia aflicción y pérdida, pero sienten que no tienen derecho a esos sentimientos.

Más de una década después del espantoso tiroteo en una escuela en el que murieron 12 estudiantes y un maestro, los padres de los tiradores de Columbine, Eric Harris y Dylan Klebold, permanecen en silencio.

Susan Klebold, la madre de Dylan, finalmente habló en la revista Oprah de 2009 a través de un ensayo personal titulado: Nunca sabré por qué.

“Mientras todo esto ocurría me sentía extremadamente humillada. Durante meses me rehusé a usar mi apellido en público. Evitaba hacer contacto visual cuando caminaba. Dylan era el producto del trabajo de toda mi vida, pero sus acciones implicaban que nunca se le enseñaron las nociones básicas del bien y el mal. No había expiación para la conducta de mi hijo”, escribió.

También reveló que en una encuesta que hizo un diario, el 83% respondió que “el fracaso de los padres al enseñar valores adecuados a Dylan y a Eric jugó un papel importante en la masacre de Columbine”.

Después de que se publicó el ensayo, Susan y su esposo, Tom, volvieron a quedar en silencio hasta que ella asistió a una conferencia del escritor Andrew Solomon y decidió compartir su experiencia.

Solomon estaba trabajando en un libro, Far From the Tree (Lejos del árbol, que se refiere a al dicho en inglés “la manzana nunca cae lejos del árbol”), en el que exploraba a los niños muy distintos a sus padres, ya sea por el autismo, el enanismo, la homosexualidad, el crimen y, en el caso de los Klebold, el asesinato.

Solomon decidió escribir el libro debido a sus experiencias como hombre gay, “inspirado en la sensación de que yo había sido un tanto incomprensible para mis propios padres”, explicó.

Brown dice que las familias se sienten impotentes al saber que tendrán que vivir el resto de su vida con estos crímenes. “Están cumpliendo su propia cadena perpetua”, dijo.

Con frecuencia, ante los eventos inexplicables y el frenesí de los medios, la familia solo logra hacer una declaración.

“Siempre hemos sido una familia unida, pacífica y amorosa. Mi hermano era callado y reservado y luchaba por encajar. Nunca podríamos haber imaginado que era capaz de tal violencia. Ha hecho llorar al mundo. Estamos viviendo una pesadilla”, escribió en 2007 Sun-Kyung Cho, la hermana de Seung-Hui Cho, el tirador del Tecnológico de Virginia, quien asesinó a 32 personas antes de suicidarse.

Desde entonces, los Cho no han hablado con los medios.

Luego, está la culpa de los sobrevivientes.

John Allen Muhammad, exesposo de Mildred Muhammad y padre de tres hijos, fue el francotirador que aterrorizó a Washington D.C. con una serie de ataques en 2002, y quien fue ejecutado en noviembre de 2009 con una inyección letal.

“La gente me culpaba por lo que hizo John”, dijo Mildred Muhammad a CNN.

Antes de los ataques, Mildred y John tenían una relación problemática, al punto de que él había amenazado con matarla.

Cuando capturaron a John Muhammad, se murmuraba que había perpetrado los tiroteos para llamar la atención de su exesposa.

Al principio, Mildred pensó que si se hubiera quedado con él, la hubiera matado en vez de haber asesinado a 10 desconocidos inocentes y de haber herido a tres más.

La psiquiatra forense Helen Morrison, quien ha hecho perfiles de decenas de asesinos, dijo que es imperativo que el individuo hable de su experiencia —de sus sentimientos, sus dudas, su ira, su malestar— y que trate de ponerlo en perspectiva finalmente llegar a la conclusión: “No es mi culpa”.

“Solía leer libros como La muerte de un ser querido. Esa era la ayuda con la que más me identificaba porque estaba pasando por la muerte de su identidad”, dijo Moore.

El conflicto emocional surge cuando se dan cuenta de que en cada familia hay momentos felices y rituales que merecen conservarse.

De hecho, Moore dijo que arropa a su hijo de la misma forma amorosa en que lo hacía su padre.

Es importante recordar los buenos momentos, aunque nunca olvidará los malos.