Por el reverendo James Martin, S.J., especial para CNN
(CNN) – Fueron varias las veces en que me encontré sobrecogido y hasta en lágrimas durante la visita del papa Francisco a Brasil en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud.
Pocas cosas me han dado tantas esperanzas en la Iglesia como los últimos días del Papa. Y es que lo que Francisco hizo en Río de Janeiro, y aún continúa haciendo, representa un cambio sumamente positivo.
La sorpresiva entrevista del lunes a bordo del avión que lo llevó a Roma durante la cual, en respuesta a una pregunta sobre las personas gay, dijo “¿quién soy yo para juzgarlos?” da cuenta de una apertura que casi revolucionaria.
Al mismo tiempo, Francisco pidió mayor piedad para los católicos divorciados y aquellos vueltos a casar y llamó a una “teología más profunda” de las mujeres en la Iglesia.
Esto no significa que esté minimizando o denigrando a los papas Juan Pablo II o Benedicto XVI. De ninguna manera.
En primer lugar, la Jornada Mundial de la Juventud ni siquiera existiría (tampoco una Europa del Este libre) sin los esfuerzos de Juan Pablo.
Además, incluso haciendo a un lado sus enormes contribuciones, si no fuese por la humildad de Benedicto, cuya renuncia abrió las puertas para un sucesor, no habría un nuevo papa.
El elogio a Francisco no implica una crítica a sus predecesores. Cada pontífice trajo sus propios regalos a la oficina.
Pero no nos equivoquemos: Francisco está haciendo algo nuevo. Y tiene la capacidad de cambiar a la Iglesia y, en el proceso, al mundo.
Veamos cinco “momentos” de su estadía en Río y en su vuelo de regreso a Roma.
Los pobres
Otros papas han visitados a los pobres. De hecho, Juan Pablo II visitó una favela de Río en 1980. Otros papas han hablado sobre los pobres y sobre la injusticia económica.
La tradición de justicia social de la Iglesia Católica se remonta al papa León XIII en el siglo 19 y, sinceramente, hasta los tiempos de Jesús.
Pero creo que nunca he visto a un papa abrazar a los pobres (en sentido literal y figurado) de la forma en que Francisco lo hizo durante su visita a la favela Varginha. Quizá se sintió en casa entre los pobre de América Latina. Durante su tiempo como arzobispo de Buenos Aires pasó mucho tiempo en las llamadas villas miseria.
Pero hubo más. Su emotivo mensaje en la favela fue, fuera de los Evangelios, el resumen más preciso sobre justicia social que jamás he escuchado.
De nuevo, todos los papas desde León XIII se han referido al asunto, pero muy pocos con tanta pasión.
Fue una declaración del total compromiso que la Iglesia tiene con los pobres: “Para todas las personas de buena voluntad que trabajan por la justicia social: ¡Nunca se cansen de trabajar por un mundo más justo, marcado por una mayor solidaridad! ¡Nadie puede mantenerse insensible a las desigualdades que persisten en el mundo!”.
La alegría
Francisco sonrío durante prácticamente toda su estadía en Río. ¿Parece algo insignificante? No lo es.
La alegría es uno de los signos más seguros de la presencia de Dios. Es una herramienta poderosa para evangelizar, muchas veces pasada por alto.
Todos parecen sentirse cómodos con el papa Francisco, lo que explica los abrazos.
Esta es una ligera distinción que podría hacer entre Francisco y sus predecesores. Admiré profundamente tanto a Juan Pablo II como a Benedicto XVI, pero no creo que me hubiera sentido tan cómodo abrazándolos.
Esa no ha sido la reacción de la mayoría con el papa jesuita, que parece evocar el afecto físico de todos, desde niños hasta ancianos. Hasta de de obispos, sacerdotes y monjas.
Un amigo jesuita conoció a Francisco hace unas semanas en Roma y me dijo que lo abrazo instintivamente. “¡No pude contenerme!”, me aseguró.
En los Evangelios, los discípulos de Jesús “regañaban” a aquellas personas que traían a sus niños para abrazarlo. Pero Jesús los regañaba a ellos por su falta de compasión.
En una Iglesia en la que los clérigos a veces son vistos como fríos y distantes, la alegría es un bálsamo y una receta para el cambio.
La crítica
La franqueza en los comentarios de Francisco sobre la situación del sacerdocio, específicamente sobre el “clericalismo”, me conmocionó.
En una definición vaga, el clericalismo es la actitud por la que algunos sacerdotes se creen superiores al resto de las personas.
Es una de las razones principales de la crisis de abusos sexuales: si los clérigos se consideran mejores que el resto, también creerán ser inherentemente más confiables.
¿Por qué debería un obispo escuchar a las víctimas si el “Padre” me dice que nada ha ocurrido? Francis se refirió al clericalismo como una “complicidad pecaminosa”.
En su legítima lucha contra el clericalismo, Francisco ofrece la posibilidad de reorientar a la Iglesia.
El lío
A Francisco no le molesta provocar.
En uno de sus mensajes en Río, esta vez en español, dijo lo siguiente: “¿Qué espero como consecuencia de la Jornada Mundial de la Juventud? Espero lío. Que acá dentro va a haber lío, va a haber; que acá en Río va a haber lío, va a haber; pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera, quiero que la Iglesia salga a la calle”.
Por si a alguno no le había quedado claro, agregó que “quiero que la Iglesia se acerque a la gente. Quiero terminar con el clericalismo, con lo mundano, con cerrarnos sobre nosotros mismos. Las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir; si no salen, se convierten en una ONG”.
La Iglesia Católica necesita sacudirse, en todos lados. Muchos católicos nos hemos acostumbrado a la idea de que la gente debería acercarse a nosotros porque tenemos todas las respuestas.
Todos necesitamos sacudirnos. Jesús entendió esto. Gran parte de sus enseñanzas se trataban sobre esto: consolar a los afligidos y afligir a los cómodos.
El Papa incluso reconfortó a muchos en su vuelo de regreso a Roma.
Cuando durante la conferencia de prensa (en el medio de algunas turbulencias) le preguntaron sobre la presencia de sacerdotes gay en la Iglesia, respondió: “Si un gay acepta al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?”.
Y más: “No deben ser marginados… Son nuestros hermanos”.
Se trató de un acto de piedad y compasión no solo con los sacerdotes gay sino con los gais en general en lo que probablemente fue la primera mención positiva de un papa sobre el tema.
De la misma forma, el Papa llamó a tener mayor piedad y compasión por los católicos divorciados y vueltos a casar, quienes se han sentido distanciados de la Iglesia durante mucho tiempo, y llamó a una “teología más profunda” de las mujeres en la Iglesia.
Estos comentarios pronostican un cambio significativo en el tono de la Iglesia. Todavía más importante, son una revelación de la piedad de Jesús con los marginados.
Francisco no teme hacer un “lío”, especialmente si el “lío” nace de la piedad.
La diversión
Hay un término que no aparece con frecuencia en las encíclicas papales: diversión.
Pero Jesús se divirtió (después de todo, el que la tradición considera su primer milagro se produjo en una fiesta de casamiento).
Y pareció que el Papa la pasó espectacular en la Jornada Mundial de la Juventud. No le molestó cuando su carro tomó el camino equivocado en una calle transitada de Río. Podías verlo pensando: ¿A quién le importa? ¡Esto es divertido! ¡Podré bendecir a otro bebé!
Francisco desconcertó a varios de sus consejeros del Vaticano cuando agregó varios eventos importantes a su calendario, agobiándolos.
A mitad de semana, el reverendo Federico Lombardi, portavoz del Papa, dijo: “Estoy feliz de que ya estemos a mitad de camino; si fuera más largo, estaría destruido”.
No cometamos errores: las palabras y los gestos tienen un significado. En la cosmovisión cristiana, la enseñanza profética de Jesús y sus milagros inauguraron una nueva era.
Por supuesto que el Papa no es Jesús. ¡Será el primero en decírtelo, seguramente con una gran carcajada!
Pero con Francisco, Dios está haciendo, como dijo el profeta Isaías, “algo nuevo”.
James Martin, S.J., es un sacerdote jesuita, autor de “The Jesuit Guide to (Almost) Everything” (“La guía jesuita para -casi- todo”) y “Between Heaven and Mirth” (“Entre el cielo y la alegría”). Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen a Martin.