Chilpancingo, Mexico (CNN) — Es una estadística que te deja pasmado: 43 estudiantes universitarios de la misma facultad, todos esperando convertirse algún día en maestros; todos ellos están desaparecidos y se teme que estén muertos.
Su desaparición se convirtió en el detonante de las manifestaciones nacionales. El presidente de México se reunió con sus padres. El Papa les envió sus oraciones.
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El procurador general de México dice que fueron capturados por la policía por órdenes del alcalde local, entregados a una banda de narcotraficantes y ejecutados. Las autoridades dicen que creen que los restos quemados de los estudiantes fueron arrojados a un río, pero muchos familiares dicen que aún mantienen las esperanzas hasta que exista una prueba de ADN.
A medida que el controvertido caso acapara los titulares mundiales, los familiares y compañeros de clase de los estudiantes marchan en manifestaciones y llevan grandes fotos de sus rostros, comparten sus historias y exigen justicia.
“Nuestros hijos no son criminales. Son personas que apenas estaban empezando a estudiar sus carreras. Querían ayudar a los demás”, dice Epifanio Álvarez, cuyo hijo se encuentra entre los desaparecidos.
Este es un análisis más detallado de algunas de las historias de los estudiantes:
Jorge Aníbal Cruz Mendoza, de 19 años
Carmelita Cruz llora mientras describe a su hijo menor.
“Él siempre me decía que soy todo para él, y como mi hijo más pequeño, yo también le decía: ‘Hijo, tú eres todo para mí’”, dice ella.
Una vez, durante una pelea de almohadas entre familia, sus otros hijos se quejaban de que era evidente que ella estaba a favor de él.
Ahora, Cruz está luchando para exigir respuestas de las autoridades sobre el paradero de su hijo de 19 años de edad.
Incluso antes de la noche de los tiroteos de septiembre en Iguala, México, los que resultaron en la muerte de varios estudiantes y la desaparición del grupo de 43 jóvenes, a ella le preocupaba su seguridad porque estudiaba en la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.
Además de formar maestros, a la universidad rural para maestros del estado de Guerrero se le conoce por su activismo político. Se sabe que la policía ha discutido con los manifestantes estudiantiles en el pasado. Ella tenía la esperanza de que él estudiara en una de las grandes universidades públicas de México.
Pero Jorge tomó una decisión: quería estudiar en Ayotzinapa.
“Quería estar aquí. Su sueño era estudiar en esta escuela para ayudar a la gente pobre”, le dijo Cruz a Fernando del Rincón de CNN en Español, en una entrevista reciente.
Cuando los investigadores comenzaron a investigar la desaparición de los estudiantes, algunos sugirieron que podrían estado relacionados con las pandillas. No es cierto, dice Cruz.
“Creo que el gobierno es culpable. Pero, obviamente, quieren lavarse las manos y culpar a los que no son responsables”, dice. En este caso, mi hijo es tan joven. Yo lo conozco. Él no sabe cómo usar un arma. … Ni siquiera sabe cómo usar un cuchillo. Y creo que eso es igualmente cierto para los 43 jóvenes. Si hubieran tenido armas, se habrían defendido”.
José Ángel “Pepe” Navarrete, de 18 años
Pepe se inscribió en la conocida escuela rural para maestros con un objetivo claro, dice su padre: trabajar con las comunidades marginadas.
Es un objetivo común de muchos que asisten a la pequeña escuela, financiada por el gobierno, la cual les ofrece a los estudiantes que se forman la oportunidad de trabajar en algunas de las comunidades más pobres y remotas de Guerrero.
Su padre, como muchos padres de los estudiantes desaparecidos, dice que él cree que todavía están vivos. Y él dice que tiene un mensaje para los raptores de su hijo, quienes puedan ser. Emiliano Navarrete dice que los 43 estudiantes “son jóvenes amables e indefensos que no deberían tener que pagar por los delitos de los adultos”.
Quienes sean los que se hayan llevado a los estudiantes, dice, también deben ser seres humanos. “También tienen hijos y no les gustaría que les ocurriese lo mismo a ellos”.
Dentro de un dormitorio desolado, uno de los compañeros de cuarto de Pepe dijo a animalpolitico.com que a él le encantaba el fútbol.
“Esa es la razón por la que se llevaba bien con todo el mundo”, dijo su compañero de habitación. “Él sabía cómo relajarse”.
Israel Jacinto Lugardo, de 19 años
Hay una cosa Israel Galindo sabe a ciencia cierta sobre la noche en que su hijo desapareció.
El estudiante de 19 años de edad, se había comunicado con su hermano mayor y le había pedido ayuda.
“Él le dijo: ‘Date prisa, porque la policía nos ha llevado. Usaron gases lacrimógenos’, le dijo Galindo a Jaqueline Hurtado de CNN en Español.
Desde su casa en San José, California, el trabajador de la construcción dijo que cree que su hijo sigue vivo, a pesar de lo que afirman los funcionarios del gobierno.
Él describe a su hijo como juguetón, tranquilo y muy trabajador. Cuando era niño, Galindo le enseñó a reparar bicicletas, automóviles y maquinaria agrícola.
“Aprendía rápido y podía hacer cualquier cosa”, le dijo Galindo al San Jose Mercury News.
De regreso en el estado mexicano de Guerrero, donde desaparecieron los estudiantes, la madre del adolescente participó en las manifestaciones llevando una gran foto de su hijo desaparecido.
“Él es un buen chico. Vino aquí sumamente entusiasmado por estudiar”, dijo al sitio web animalpolitico.com de México”. Pero no esperábamos que algo así pudiera suceder. Exijo que el gobierno haga algo”.
Julio César López Patolzin, de 25 años
En un cuaderno de espiral que todavía permanece en su dormitorio universitario, Julio César sacó un lápiz y documentó sus primeros días en la universidad.
Según una fotografía que apareció en la edición del 27 de agosto de la revista Proceso de México, él escribió: “Ingresé a esta universidad por la sencilla razón de que mis padres son campesinos con pocos recursos y también tengo que ser responsable académicamente”. “Trato de prestar mucha atención a los maestros con el propósito de ser de los mejores”.
Menos de un mes más tarde, desapareció.
Ahora solo queda un estudiante en ese piso de la residencia de estudiantes, informó Proceso. Julio César y otras cinco personas que vivían allí están entre los 43 desaparecidos. Dentro de la residencia, en el morral de Julio César todavía permanecen un vaso de plástico y un cepillo de dientes.
El último estudiante que queda viviendo allí dice que no se irá porque está esperando que sus compañeros regresen.
Miguel Ángel Mendoza Zacarías, de 23 años
La mayoría de los compañeros de Miguel Ángel son más jóvenes que él. Eso es porque él tenía otro trabajo como peluquero antes de empezar a estudiar en la universidad rural para maestros.
“Cortaba el pelo y así fue como salió adelante”, le dijo su mejor amigo a animalpolitico.com. “Él no empezó a estudiar antes porque no tenía dinero. Y decidió que era mejor ayudar a sus padres con su negocio y trabajar en los campos”.
En la universidad rural para maestros, su amigo dijo que lo conocían porque era conocido porque era una persona servicial y daba buenos consejos.
El 26 de septiembre, ellos iban sentados juntos en un autobús cuando la violencia en Iguala estalló.
“El corrió hacia un lado y yo corrí hacia el otro. Me subí a un autobús y la policía de Iguala lo arrestó. Me las arreglé para escapar”, dijo su amigo a animalpolitico.com. “Pero desde entonces, he estado buscándolo”.
Antonio Santana Maestro
Antonio había empezado a tocar la guitarra recientemente y le encantaba pasar horas jugando videojuegos con sus amigos, le dijeron sus amigos a animalpolitico.com.
Pero lo que le gustaba más que nada era leer, dijeron sus amigos.
Sus compañeros de clase lo apodaron “Copia”, porque era sumamente bueno recordando información y repitiéndola.
Antonio era uno de los estudiantes que formaba parte de la llamada Casa Activista, un programa de educación política al que los estudiantes podían acudir de forma voluntaria.
“En nuestros talleres políticos, él siempre fue muy elocuente para expresarse”, le dijo un amigo a la página web. “Él es una persona muy inteligente que conoce mucho acerca de cualquier cosa que le preguntes. … En un taller, él pasó 10 minutos hablando sobre temas que ninguno domina. Y lo que hizo fue simplemente dar un notable discurso de lo que había escuchado y leído”.
Jorge Álvarez Nava, de 19 años
Al principio, para Jorge fue difícil adaptarse a su primer año de estudios. Pero las cosas estaban mejorando, dice su padre.
Jorge cumplió 19 años un martes de septiembre. Llamó a sus padres al día siguiente.
“Nos dijo que se sentía feliz, que lo más difícil ya había terminado”, recuerda Epifanio Álvarez.
Para el sábado, Jorge había desaparecido sin dejar rastro; es uno de los 43 estudiantes que desaparecieron.
“En la mañana me fui a trabajar en los campos”, dijo Álvarez, un campesino. “Cuando llegué a casa, mi esposa salió a recibirme y me dijo que algo horrible había sucedido en Iguala”.
Desde entonces, Álvarez dice que no ha parado de buscar a su hijo, y que no lo hará hasta que lo encuentre.
Pero incluso mientras hace presión para seguir buscando, el padre de Jorge dice que se siente completamente desesperado cuando está en casa y mira las cosas de su hijo.
“Vimos su guitarra. En realidad, cuando ves sus cosas allí, no puedes más que empezar a llorar inundado con la sensación de que él no está allí”, dice Álvarez, sollozando al describir el amor de su hijo por la música. “Nos preguntamos, ¿qué le estará sucediendo? Y no lo sabemos”.
Rafael Romo de CNN informó desde Chilpancingo. Catherine E. Shoichet de CNN informó desde Atlanta.