(CNN Español) – El mundo no necesita ombligo pero sí del selfie.
Cuando comenzó la locura por las autofotos, parecía cosa de chiquillos inmaduros y famosos, que es casi lo mismo. Hasta que en el funeral de Mandela, Obama, Cameron y Helle Thorning-Schmidt, la primera ministra de Dinamarca y líder del Partido Socialdemócrata danés, se hicieron el suyo, entonces el selfie se politizó. Que nadie por favor, entienda que a partir de entonces, se dignificó.
Luego, aparecieron los ‘historiadores” del selfie, que desempolvando archivos detectaron lo que consideran el primer selfie de la historia: el de Robert Cornelius, uno de los padres del daguerrotipo, el tatarabuelo de la fotografía, que se inmortalizó a sí mismo en 1839.
Y también el primer selfie adolescente, el de la duquesa Anastasia en 1914, que se fotografió con un cámara Kodak frente al espejo. Curioso que pocos recuerden el primer autorretrato reconocido, el de Van Eyck en 1433.
En 2012, la revista Time incluyo “selfie” en su lista de palabras del año. Pero ¿Cuál es la verdadera utilidad del autorretrato? ¿Es un acto de vanidad o una nueva forma de comunicación humana?
Nadie como yo, sabe para qué sirve el selfie. No es una majadería como sostienen algunos; es una señal de alarma si trabajas en la televisión porque te muestra, mejor que nada ni nadie , que a cierta edad, sin el apoyo del iluminador y el maquillista, deberías eludir los primeros planos. ¿O será al revés? Porque a fin de cuentas, cada nueva arruga demuestra que sigues vivo y eso, es más que suficiente. ¿O no?