Nota del editor: James Garbarino es autor de Listening to Killers: Lessons Learned from My 20 Years as a Psychological Expert Witness in Murder Cases, y profesor de psicología de la Universidad Loyola Chicago. Las opiniones expresadas aquí son exclusivamente las de él.
(CNN) – Ha ocurrido de nuevo. Un joven mató a nueve personas de una iglesia en Carolina del Sur. Cualquiera que esté prestando atención, escucha las noticias y piensa: “Aquí vamos de nuevo”. Pero, ¿por qué? Después de pasar 20 años entrevistando a asesinos, como testigo experto en psicología en casos de asesinato, tengo algunas opiniones al respecto.
Los hombres están representados de forma extremadamente desproporcionada en la lista de asesinos de Estados Unidos… de hecho, alrededor del 90%. ¿Por qué? Al parecer, parte de eso se atribuye a la vulnerabilidad biológica de los hombres. Alrededor del 30% de los hombres (contra 9% de las mujeres) tienen una forma de gen MAOA (monoamino oxidasas tipo A) que afectan su capacidad para lidiar de forma efectiva y prosocial con situaciones estresantes (como formar parte de una familia agresiva). Por lo tanto, la inmensa mayoría de los hombres que tienen esta vulnerabilidad genética y que forman parte de familias agresivas terminan por asumir un patrón crónico de agresión, mal comportamiento, reaccionan violentamente y violan los derechos de los demás para cuando cumplen 10 años.
Es un patrón de la infancia que a menudo termina siendo una ruta de acceso hacia la violencia criminal y quizá asesinato. Esta vulnerabilidad genética es parte de un amplio patrón en el caso de los hombres. Sin embargo, esto solo es parte, quizás una pequeña parte, de una historia más amplia.
La realidad es que por lo general los hombres también se encuentran más involucrados que las mujeres en una cultura que ensalza y justifica la violencia; en particular, la violencia masculina. Por ejemplo, el efecto que la violencia en la televisión tiene sobre el comportamiento agresivo es tan fuerte, como el efecto que el fumar tiene en causar cáncer de pulmón: la mayoría de las personas que fuman no se enferman de cáncer, pero fumar incrementa el riesgo significativamente. Para el cerebro, las imágenes violentas son como fumar, pero en lugar de causar el problema físico del cáncer de pulmón, el resultado es el cáncer conductual del comportamiento violento.
He descubierto al entrevistar a hombres en los casos de asesinato que prácticamente todos los actos de violencia “tienen sentido” para el asesino. Por lo tanto, en un sentido muy común, no existe algo como “acto de violencia sin sentido”. Dentro de la mente del asesino el acto de violencia letal encaja en la idea del bien y el mal (ya sea que para nosotros que lo vemos desde afuera esa idea sea delirante o no).
Esto tiene vital importancia, porque como sociedad, con frecuencia “promovemos” varios mensajes que son tóxicos socialmente hablando, a los que están expuestos los niños y los hombres… racismo, misoginia, la creencia de que “es mejor estar loco que estar triste” y cosas por el estilo. Estos temas y mensajes culturales envenenan la conciencia masculina. Para decirlo sin rodeos, incluso la “gente loca” actúa dentro de un marco cultural. Ellos responden a guiones culturales que les dicen: “si haces esto, entonces pasa eso”.
Tristemente, existe una larga tradición de asesinar gente negra en Estados Unidos, que resuena a lo largo de las décadas y siglos. Esta se extiende desde las miles de personas que fueron linchadas en el sur (incluso bien entrada la década de 1960), hasta la muerte a tiros de los niños y hombres de raza negra desarmados a manos de la policía y civiles en los últimos años. Lo mismo ocurre con la violencia hacia las mujeres. Algunos hombres se adhieren a estos modelos como una manera de darle sentido a sus vidas, ya sea que se trate de ira, resentimiento, sentido de derecho, sentido de sentirse menospreciado… cualquiera que sea su caso individual o colectivo. Las personas mueren por estas ideas socialmente tóxicas a manos de personas con problemas.
Luego está el asunto de la juventud. En las décadas recientes, algunos investigadores de la neurociencia han demostrado que en la gran mayoría de los casos los cerebros humanos no maduran completamente hasta que las personas alcanzan la mitad, o inclusive el final, de sus veintes. Estos cerebros inmaduros son particularmente propensos a cometer errores al interpretar el significado de las emociones de los demás, al juzgar y evaluar el riesgo y beneficios de una acción. Ellos sufren problemas tanto de “regulación emocional” (manejo de las emociones de manera efectiva y realista) y “función ejecutiva” (la toma de decisiones bien razonada que guía el comportamiento). Cuando los niños han acumulado una serie de experiencias adversas durante su niñez, las probabilidades de que tengan problemas no solo con la regulación emocional sino con la función ejecutiva aumentan. Es por eso que los padres sabios, educadores, profesionales y legisladores reconocen que los niños necesitan estar en una especie de “custodia protectora” de muchas maneras y en muchos aspectos hasta que maduran.
Finalmente, por supuesto, está la cuestión de darles armas letales a los hombres jóvenes que tienen problemas. Es el acceso a las armas de fuego lo que hace que los hombres jóvenes sean tan peligrosos, especialmente cuando están preocupados, enojados o, de cierto modo, “dementes”. Son las armas de fuego las que hacen que los intentos de suicidio de los estadounidenses sean tan fatales (85% de forma letal versus el 10% a causa de píldoras). Son las armas de fuego las que hacen que las disputas domésticas sean tan peligrosas. Son las armas de fuego las que hacen que las confrontaciones entre la policía y los civiles sean tan mortales. Y es el acceso a las armas de fuego las que provocan ideologías racistas en las cabezas de los hombres jóvenes perturbados, lo cual muy a menudo conduce a extremos trágicos, como los nueve cadáveres en una iglesia de Carolina del Sur, porque “las armas no matan a la gente, las personas con armas son las que matan a la gente”.