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Elecciones en Estados Unidos

Elecciones en Estados Unidos

¿Por qué el debate de esta noche podría decidir la elección?

Por David Gergen

Nota del editor: David Gergen es un analista político de CNN y ha sido asesor de cuatro presidentes. Graduado de la Facultad de Derecho de Harvard, es profesor y co-director del Centro para el Liderazgo Público en la Escuela Kennedy de Harvard. Las opiniones expresadas en este comentario corresponden exclusivamente a su autor.

(CNN) -- El debate del lunes por la noche entre Hillary Clinton y Donald Trump se perfila como el clímax de esta campaña presidencial, y podría redefinir el panorama de cara al día de las elecciones.

Si Clinton logra neutralizar a Trump, podría acercarse a la presidencia; pero si el candidato republicano logra sorprenderla, la dinámica de la carrera por la Casa Blanca podría cambiar de dirección. La suerte está echada.

He participado en estos debates presidenciales en los últimos 40 años; la primera vez en los preparativos del que enfrentó a Gerald Ford y Ronald Reagan y después ya en televisión. Como la mayoría de los estadounidenses, celebro esta tradición.

Aunque los formatos nunca han sido perfectos, estos choques aportan los detalles más reveladores sobre los candidatos. El hombre que logró revitalizarlos en 1976, Newton Minow, destaca con razón que 78 países del mundo han copiado el modelo de debate de Estados Unidos.

Basándose en datos de encuestas, los analistas políticos suelen argumentar que los debates no son tan importantes en el resultado de las elecciones, pero desde los primeros entre Kennedy y Nixon en 1960, soy de los que discrepan.

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Un impulso televisivo a JFK

Jack Kennedy llevaba todas las de perder en aquella elección. Un senador sin apenas experiencia desafiaba a un vicepresidente experimentado que había trabajado con uno de los hombres más admirados del mundo, Dwight Eisenhower (a lo largo de 8 años Ike tuvo un índice de aprobación promedio de 65 %).

Nixon, un estudiante muy diligente, se preparó a conciencia. Kennedy, relajándose bajo el sol, estudió lo justo y fue acumulando energía.

Kennedy también fue muy astuto: Tenía un estilista profesional que fue a su casa a maquillarlo. Ya en el estudio, los organizadores del debate preguntaron a los candidatos si querían usar maquillaje. Kennedy rechazó la oferta. Nixon, viendo desafiada su virilidad, tampoco quiso. Y adivinen quién se vio mejor en el escenario.

Mientras que los eruditos todavía discuten si - según la leyenda - los que lo escucharon por radio creyeron que Nixon había ganado, no hay duda de que los televidentes fueron la gran mayoría de los seguidores y dieron a Kennedy como ganador. Esa noche desató la emoción de las multitudes en torno a Kennedy y le dio el impulso que necesitaba. Kennedy dijo tiempo después a su secretario de prensa Pierre Salinger que ganó la presidencia gracias a la televisión.

Esos debates presidenciales de 1960 crearon una visión al respecto que podría aplicarse al choque Clinton-Trump: y es que los debates dan mayores oportunidades a los que van por detrás que a los que lideran la contienda . El presidente Johnson en 1964 y Richard Nixon en 1968 y 1972 se negaron a participar en debates porque iban por delante en las encuestas.

Los peligros de los debates

Pasaron 16 años antes de que un presidente en el cargo, Gerald Ford, aceptara un debate en 1976 y lo hizo porque iba por detrás de su rival, Jimmy Carter. Ford demostró la otra cara del argumento de que los debates pueden ayudar a los que van peor; y evidenció lo peligrosos que pueden ser para un presidente en funciones con poca solidez. En plena dominación soviética de Europa del Este, Ford insistió en que los pueblos de esos países eran libres, una metedura de pata que decidió la campaña a favor de Carter. Ford nunca se recuperó.

Si hay alguien que demostró hasta qué punto los debates pueden beneficiar a un aspirante y lo peligrosos que pueden resultar para un favorito ese fue Ronald Reagan. Me contrataron para formar parte de su equipo de debate cuando se enfrentó al presidente Carter en 1980. No lo conocía bien en aquel entonces y me sorprendió lo bien que se preparó.

Aquel día tenía lista una respuesta graciosa para responder a los ataques, y terminó con una pregunta retórica que luego fue muy citada: "Pregúntese si usted es mejor que hace cuatro años". Reagan tomó el control de la carrera aquella noche y nunca volvió a soltarlo.

Sin embargo, cuatro años después, siendo el hombre de más edad en buscar la presidencia, pareció aturdido en su primer debate con el aspirante Walter Mondale. A pesar de ir muy por delante en las encuestas, la campaña de Reagan pareció en peligro ante los cuestionamientos sobre si era demasiado viejo para el cargo. Su sentido del humor le ayudó a dar la vuelta a las tornas cuando en el segundo debate dijo que nunca se aprovecharía de la juventud e inexperiencia de su oponente. Mondale declaró que en aquel momento terminaron sus aspiraciones.

Y así ha sucedido en numerosos debates de los últimos años: los que van por detrás han logrado aprovechar para catapultarse mientras que los que van por delante o están en el cargo tropiezan y reciben los ataques de los medios de comunicación. En el primer debate de hace cuatro años entre el presidente Obama y Mitt Romney, Obama se vio apático y desenfocado, mientras que Romney se mostró enérgico y terminó ganando el duelo. Una vez más el favorito demostraba lo fácil que es derrumbarse. Si no se hubiera recuperado en el segundo debate, Obama podría haber tenido serios problemas para ser reelegido.

Buenas noticias para ambos

Entonces, ¿qué podemos aplicar de esta historia al debate de este lunes por la noche entre Trump y Clinton? Pues hay buenas noticias para ambos, pero también señales de alerta.

La buena noticia para Trump es que puede sorprender a una vulnerable favorita con un buen primer debate, cambiar la dinámica de la campaña y lograr la victoria en noviembre, como Kennedy en 1960 y Reagan en 1980.

El equipo de Hillary Clinton tiene motivos para preocuparse. Una encuesta de CNN dice que el 53% cree que ganará Clinton el debate, frente al 43% que opina que será Trump. Con unas expectativas mucho más bajas, Trump no tiene siquiera que ganarle. Le bastaría con empatar.

Sólo tiene que demostrar que es presidenciable, que tendría la capacidad, juicio y carácter para hacer frente a crisis inesperadas, así como a los problemas que conlleva este trabajo. No tiene que demostrar un dominio de todos los temas; le basta un sentido de dirección y una posibilidad de llegar a la Casa Blanca.

Para ganar, Hillary Clinton no sólo debe demostrar que es presidenciable, sino también agradar. Los votantes suelen formularse dos preguntas: (1) ¿Será este candidato alguien confiable y seguro en la Oficina Oval? (2). ¿Me gustará verlo en mi sala de estar todas las noches durante los próximos cuatro años? En el caso de la primera pregunta, Hillary va por buen camino, pero tiene problemas con la segunda. Este lunes por la noche necesita cambiar eso y evitar una metedura de pata.

La buena noticia para Clinton es que los candidatos que lideran como ella suelen hacerlo bien en los debates y luego ganan la presidencia - como Reagan en 1984, George HW Bush en 1988, Bill Clinton en 1992 y 1996, George W. Bush en 2004, y Barack Obama en 2008 y 2012. O sea, siete de las últimas ocho elecciones. Eso debería darle cierta tranquilidad.

La historia, entonces, no tiene la respuesta definitiva. Pero suele ser un buen indicativo, y sugiere que el de la noche del lunes será uno de los debates más decisivos que jamás hemos visto. Hillary parte como favorita - tiene mucha más substancia - y sigue siendo la favorita en las encuestas para ganar en noviembre. Sin embargo, en esta elección tan impredecible, Trump tiene una gran oportunidad de cambiar la dinámica de la carrera. No se lo pierda.