Nota del editor: Tim Naftali es un historiador presidencial de CNN. Enseña historia y servicio público en la Universidad de Nueva York y fue director de la Biblioteca y Museo Presidencial Richard Nixon. Es coautor de “One Hell of a Gamble: Khrushchev, Castro and Kennedy, 1958-1964”, “Khrushchev’s Cold War” y autor de “Blind Spot: The Secret History of American Counterterrorism.” Las opiniones expresadas en este artículo son de su propia responsabilidad.
(CNN) – En Cincinnati, Donald Trump dijo que otros lo comparaban con el expresidente Andrew Jackson. Hace casi ya dos siglos, el mismo Andrew Jackson sabía que su famosa autoconfianza tenía límites. “Una desconfianza, tal vez demasiado justa, sobre mis propias calificaciones”, dijo Jackson en su primer discurso de posesión, “me enseñará a buscar con reverencia los ejemplos de la virtud pública dejados por mis ilustres antecesores”.
Ni la desconfianza o la reverencia estaban muy presentes en el mitin del presidente electo. “El resultado final es”, dijo un exuberante Trump a un igual de exuberante público, “que ganamos y lo hicimos en grande”.
Donald Trump está cambiando los ritos de la transición presidencial, casi tanto como lo hizo con los de la temporada de primarias y los de la campaña de elecciones generales.
El jueves viajó al medio oeste industrial para anunciar con bombos y platillos un acuerdo hecho por el estado de Indiana, aún controlado por fórmula vicepresidencial, el gobernador Mike Pence, para canjear siete millones de dólares en subsidios estatales (o gastos impositivos) para salvar empleos de la empresa Carrier y encabezar un gran mitin de la gira “Gracias Estados Unidos 2016” en Cincinnati.
Ningún ganador o partido había hecho algo así antes. Mientras se preparaba para asumir su cargo durante la Gran Recesión, Barack Obama procuró calmar a la población y a los mercados al hablar más a menudo que cualquier otro presidente electo antes de él.
Hasta Obama, los presidentes electos se habían tradicionalmente abstenido de hablar mucho de los resultados (además de anunciar nombramientos) durante su transición.
De hecho, aunque se posesionó en un período de colapso económico aún mayor en en ese 1932 que el que enfrentó Obama siete décadas después, el presidente electo Franklin Delano Roosevelt desechó el pedido de Herbert Hoover, como lo describió el historiador William E. Leuchtenburg, a “colaborar en estructurar una política económica internacional”, al decir muy poco de ello”.
En el 2008, el presidente electo Obama no solamente quebró el molde al hablar mucho públicamente durante su transición (incluso lanzó el probablemente primer mensaje de Acción de Gracias como presidente electo) y fue el primero en presentar planes precisos, entre ellos la estrategia de lo que sería la Ley de Recuperación y Reinversión Estadounidense (el paquete de estímulos) al menos dos semanas antes de que George W. Bush regresara a Texas.
Pero el evento de Trump fue algo cualitativamente diferente. Y no se trató solamente de una reunión política.
Al promover el acuerdo de Carrier, tanto el presidente electo y su compañero de campaña actuaron como si la administración de Trump ya hubiera comenzado. Aunque sólo él, Pence, tenía alguna autoridad legal para negociar con Carrier, el obediente compañero de carrera se lo adjudicó todo a Trump. “Hoy en Indianápolis, dado el audaz liderazgo y visión del presidente electo Donald Trump, una compañía que anunció en febrero que iba a cerrar sus puertas y trasladarse a México, dijo que más de mil trabajos bien pagados se quedarán aquí en Estados Unidos. Y el presidente electo lo hizo posible”.
El público enloqueció. Y si el acuerdo obtiene un gran apoyo público, a pesar de los costos para el Tesoro de Indiana, es posible que este no sea el último acuerdo durante la transición. Este evento fue histórico en todos los sentidos. Trump lo utilizó para quitar cualquier duda de que él no tiene intención alguna de arreglar su relación con los medios nacionales. Pareció deleitarse en ridiculizar a los periodistas por no predecir su victorias.
En ningún momento él sugirió que las empresas encuestadoras pudieron haber cometido errores de buena fe o que él mismo se haya sorprendido con su victoria del 8 de noviembre. En vez de eso, encantó a su audiencia al sugerir una enorme campaña de desinformación orquestada por todos los medios estadounidenses para privar a los ciudadanos de la verdad del éxito crucial de su movimiento.
Al hacer este reclamo, señaló de forma despectiva a los miembros de la prensa, fuera de cámara pero en frente del podio, calificándolos de “deshonestos”.
Igualmente inusual en un periodo de transición fue la reacción del público de Ohio, que rugió mientras Trump les ‘tiraba carne’. Cuando uno o más manifestantes comenzaron a denigrar sobre él, como un César que decide la suerte de los cristianos en el foro, decidió que los echaran del escenario. “Ellos no saben que Hillary perdió hace un par de semanas”, agregó Trump, sonriendo mientras los presentes gritaban su aprobación a la acción de los vigilantes al sacar del lugar a los detractores.
El primer presidente electo en reclamar un logro político y hacer una “gira de la victoria”. Trump se convirtió en el primero en desacreditar al cuarto poder, expulsar y ridiculizar a los seguidores de su oponente: todo en un mismo día. Estamos en un nuevo territorio o, como dijo el mismo Trump en Cincinnati: “el script aún no ha sido escrito. No sabemos lo que hay en la siguiente página”.