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Donald Trump

Donald Trump

¿Qué esperar del gobierno de Donald Trump hacia América Latina?

Por Roberto Izurieta

Nota del editor: Roberto Izurieta es analista político y profesor de la Universidad George Washington. Fue director de comunicación del presidente de Ecuador Jamil Mahuad del partido Democracia Popular entre 1998 y 2000; además fue asesor de los presidentes Alejandro Toledo en Perú, Álvaro Colom en Guatemala y Horacio Cartes en Paraguay y participó en la campaña de Enrique Peña Nieto en México. Es colaborador político de CNN en Español. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Hay ciertas claves que nos pueden ayudar a entender e intuir cómo será un gobierno de Donald Trump: Los líderes populistas son bastante parecidos, sean de izquierda o de derecha, de América Latina, Europa o de Estados Unidos.

Casi sin excepción parecen “pecar” de egocéntricos, demagógicos y muy superficiales. Sus escalas de valores son simples, casi binarias, y tienden a ver el mundo en función de estas. Así, dividen el escenario político e internacional entre “buenos y malos”, “políticos y outsiders”, “pobres y ricos”, “con ellos o contra ellos”. En principio no ven tonos grises ni se angustian por diseñar políticas que afronten problemas complejos, pero a la vez son efectivos sólo cuando tienen los recursos económicos para responder a sus bases electorales.

Como casi todos los populistas, Donald Trump es una persona inteligente, hábil y eficiente al comunicarse con sus seguidores. Sus bases son generalmente sectores poco informados (lo que no quiere decir que sean poco educados o necesariamente pobres); pueden vivir en el campo o en la ciudad, ser blancos o mestizos, ricos o pobres.

Los mensajes y las políticas de los populistas buscan y tienden a producir efectos inmediatos, que den la sensación de que están solucionando un problema, cuando por el otro lado se borra con creces el efecto supuestamente positivo de sus acciones (efecto menos visible cuando se trata de temas complejos).

Algo así sucedió con las empresas que anunciaron, para satisfacción de Donald Trump, que no cerrarán fábricas en Estados Unidos como fruto de las gestiones del presidente electo. Al mismo tiempo, dichas empresas liquidaban otras instalaciones en el país o abrían discretamente factorías en el extranjero, sin que con ello se produjera repercusión y “bulla” en los medios de comunicación. Todo con la callada complicidad del líder populista que, de ese modo, se ajustó al modus operandi populista de satisfacer demagógicamente a sus bases.

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Un líder político sensato no conoce e incluso no está interesado en saber todo lo que ocurre: es imposible abarcar o “micromanejar” cualquier realidad política en su integridad. El líder de buen juicio sólo busca ser justo y razonable.

Un líder populista tampoco pretende conocer todo lo que no entiende para trazar una política o metodología que resuelva problemas complejos. Pero va más allá, pues el populista busca sistemáticamente sacar el cuerpo a los temas “duros”, aun cuando estos formen parte de sus responsabilidades y funciones.

En mi opinión, ese será el caso de la conducta de Donald Trump en lo que respecta, en general, a América Latina o el Oriente Medio. Donald Trump se puede sentir identificado con el populismo y autoritarismo de Putin, pero a diferencia de él no aspirará a resolver –a su manera- los problemas complejos del Oriente Medio, ni se exprimirá los sesos para promover una compleja iniciativa de paz.

En esa misma línea de reflexión, es posible anticipar que Trump preferirá siempre el bilateralismo al multilateralismo. Esta lógica correría para todos los casos de relacionamiento internacional, como por ejemplo con respecto a los acuerdos de libre comercio. En otras palabras, Trump preferirá concertar acuerdos bilaterales donde él pueda salir (o pretender) que ha sido el gran negociador (ilusión que forma parte del narcicismo de todo líder populista). Los aranceles que Trump sugiere imponer a algunos de sus socios comerciales (¡45% a China!) serían por tanto más una amenaza (antes que una política de Estado) esgrimida para posicionarse en una negociación y, por esa vía, conseguir un mejor resultado para los intereses estadounidenses.

Trump reaccionará ante los hechos con rapidez y sin mayor planificación, consulta o análisis de las consecuencias; sobre todo frente a aquellos asuntos o mensajes que sienta que afectan su imagen. Los líderes populistas tienen una piel muy sensible porque no pueden entender que ciertas realidades o posiciones de terceros son el resultado de complejos intereses, más que una afrenta a su persona. De nuevo, los populistas son esencialmente egocéntricos.

Con Cuba, a Trump le gustaría hacer negocios; ya lo intentó antes, pero por la relación con La Habana no pondrá en peligro lo que considera como un sector importante de su base electoral: el voto del cubano mayor de 40 años de edad de la Florida. Por lo tanto, frente a Cuba tomará decisiones (probablemente de efecto) que buscarán ante todo mantener su base de seguidores.

Con México, Trump será pragmático. Evitará la confrontación. Obama deportó (un millón de migrantes en ocho años) sin mucho escándalo, mientras que Trump buscará hacer bulla, pero no se preocupará tanto por los números. Necesitará sólo la foto. Como necesitará una foto y unos tuits, con unos metros de muro de telón de fondo, para decir que lo ha construido: no importará la longitud. Enviará la factura del muro a México si se presenta la oportunidad y no le complica la vida, y hasta es capaz de negociar su pago a través de otro acuerdo menos visible. En términos generales, Trump bailará a su ritmo solo si logra que México se preste a seguirle el paso, como Enrique Peña Nieto lo hizo para la foto en la campaña electoral. El nombramiento de Luis Videgaray como canciller mexicano sugiere que puede haber orquesta para ese baile.

Con Venezuela todo puede resultar más complejo, pues el presidente Nicolás Maduro y Trump son dos líderes populistas y simplistas. Los chavistas (pues no sé cuánto dure Maduro en el poder) usarán cada tuit de Trump como una excusa para distraer a los venezolanos, victimizarse y proyectar una amenaza de guerra. Puede ser que las afrentas de Trump realmente le compliquen los planes a Maduro; ojalá que no, ya que prefiero que el pueblo venezolano, de manera soberana, acabe con esa dictadura con el acompañamiento de sus hermanos latinoamericanos, en un proceso que evite la violencia y garantice un retorno a un Estado de Derecho, genuinamente democrático y que provea las necesidades básicas y un futuro de progreso a sus ciudadanos.

Más allá de lo dicho, no me cabe duda que Trump y los republicanos conseguirán nominar un miembro de la Corte Suprema tan conservador como el que “perdieron” con la desaparición del juez Antonin Scalia, fallecido en febrero del año pasado. Se ganaron ese derecho –sin contar la presidencia del país- por la incompetencia de Obama y Hillary Clinton para poner en evidencia los negocios poco claros de Trump y minar su credibilidad ante los votantes, al contrario de lo que hizo el director del FBI con los emails de Clinton. Personalmente me tomará mucho tiempo perdonar semejante error de estrategia electoral.

Trump y los republicanos impondrán en el Congreso una reforma tributaria que beneficie fundamentalmente a sus billonarios simpatizantes. De nuevo, se ganaron ese derecho. Un par de migas del recorte tributario para la clase media serán suficientes para poder vender la medida como positiva (vía Twitter) para toda la sociedad estadounidense.

El tema de Obamacare será más complejo, no tanto por Trump sino por las reservas de ciertos republicanos. Anticipo una gran batalla al respecto. Si yo fuera Trump, haría dos cambios de efecto: mantendría casi todo el esquema de Obama y al nuevo modelo le bautizaría Trumpcare. Caso cerrado. Quedaría así demostrado que Trump es un hombre inteligente, no como los demás populistas. Pero sus primeros pasos en Obamacare demuestra lo contrario. De ser así, lo demócratas tendrán razón y Trump se llevará “el muerto” de esa pelea.