Nota del editor: Adam Sobel es profesor del Observatorio de la Tierra Lamont-Doherty de la Universidad de Columbia y de la Fundación Fu Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas. Es científico atmosférico y estudia los eventos extremos y los riesgos que representan para la sociedad humana. Sobel es el autor de “Storm Surge”, un libro sobre la supertormenta Sandy. Síguelo en Twitter: @profadamsobel. Las opiniones expresadas aquí pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) – Mientras escribo esto, Irma es ahora un huracán de categoría 5, con vientos sostenidos de hasta 298 kilómetros por hora. Ya tiene más intensidad que cualquier otra tormenta en el Océano Atlántico.
Los primeros reportes de los impactos de Irma hablan de serios estragos en las islas de Antigua, Barbuda y San Martín, además de Puerto Rico. En Estados Unidos, Florida, Georgia y Carolina del Sur y Carolina del Norte están amenazados y podrían ser golpeados en los próximos días. Y hasta el Atlántico medio y el noreste deben estar alerta.
¿Están preparados todos esos lugares para el paso del huracán Irma?
Depende. Existen motivos razonables para tener un optimismo cauto y pensar que cuando Irma toque tierra en Estados Unidos no causará muchas víctimas, incluso si golpea un área densamente poblada.
Por otro lado, los daños en propiedades e infraestructura podrían ser masivos, así como el desplazamiento y la pérdida de sustento.
Los buenos pronósticos del Centro Nacional de Huracanes, a pesar de la incertidumbre, permiten una preparación oportuna. Y los estándares globales, tanto en nuestra infraestructura como en nuestros procedimientos de manejo de emergencias, son adecuados para proteger la vida de prácticamente todas las personas que hagan caso de los consejos de las autoridades locales.
Aunque Harvey causó una verdadera devastación en Texas, el número de muertos sigue estando por debajo de 100. Y claro, cada muerte es horrible para los seres queridos de esa persona, pero el número sigue siendo mucho, mucho menor que el que tendríamos sin los modernos servicios de gestión de emergencias que ahora tenemos.
Pero las potenciales pérdidas en otros aspectos son enormes. Estados Unidos ha experimentado en las últimas décadas, incluso después de Katrina y de Sandy, un rápido crecimiento de la población y desarrollo inmobiliario alrededor de las costas vulnerables a los volcanes. Muchos de esos lugares pueden ser destruidos ahora y muchos no han pasado la prueba con una tormenta del potencial destructor de Irma.
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Sin embargo, se podría esperar de manera razonable que el número de víctimas fatales sea mucho menor ahora que la cifra de 372 muertos que dejó el paso del huracán Miami en 1926, incluso si la población es hoy casi 20 veces más grande que entonces.
Y compara esos números con los más de 1.000 muertos que se calcula han dejado las inundaciones del monzón en la India, Nepal y Bangladesh, donde además la cifra puede aumentar mucho más por el impacto de esos desastres en la salud pública, como los brotes de cóleras debido a la contaminación del agua.
La disparidad del número de muertos entre países ricos y pobres lleva a algunos a argumentar que no deberíamos preocuparnos por el aumento de los riesgos debido al cambio climático o al incremento de la exposición a amenazas naturales, tanto en Estados Unidos como en cualquier otra parte. Para los que piensan así, es necesario que el crecimiento económico vaya lo más rápido posible. Entonces, desastres como Harvey o como Irma son solo “reductores de velocidad” en la ruta de la prosperidad.
Dudo que las personas que han sufrido alguno de esos desastres naturales en Estados Unidos lo vean de esa manera. Muchos sufren sus efectos nocivos (personales, financieros y psicológicos) durante muchos años.
A medida que nuestra economía ha crecido, también ha crecido nuestra exposición a los “desastres naturales”. Sí, podemos salvar más vidas y eso merece ser celebrado. Pero el saldo negativo en otros aspectos está creciendo rápidamente.
Está en nuestras manos hacer más para reducir los incentivos que hoy existen (como seguros contra inundaciones fuertemente subsidiados) y que ponen en peligro a personas, propiedades e infraestructura. Y, a largo plazo, podemos mitigar las amenazas del aumento del nivel del mar, el incremento de las temperaturas y las tormentas cada vez más poderosas reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero.
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Claro, el crecimiento económico trae muchos beneficios y todo el mundo quiere eso. Pero en todos los niveles de desarrollo económico los riesgos de eventos climáticos extremos pueden ser grandes o pequeños, según las decisiones políticas.
En Estados Unidos podemos esperar, en este momento, que Irma no ponga a prueba nuestra capacidad para atender desastres en la magnitud como lo hico Harvey. Sin embargo, debemos hacer un alto y apreciar lo afortunados que somos, pues es muy poco probable que vayamos a morir por causa de un evento climático, incluso si vivimos en las áreas más expuestas.
Esa tranquilidad no debe significar que no hagamos nada distinto a aclamar el crecimiento económico. Muchos otros problemas en la vida no son simples funciones de la riqueza o la pobreza; así como los desastres. Tenemos que tomar decisiones.