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Francisco en Colombia

Las mejores frases del discurso del papa a Colombia

Por CNN Español

(CNN Español) -- El papa Francisco dio unas contundentes palabras este jueves en la Plaza de la Casa de Nariño donde fue recibido por el presidente Juan Manuel Santos en un homenaje.

El pontífice habló de la paz, el perdón, la riqueza de Colombia en fauna, flora y en su gente, y dijo que esa diversidad era necesaria para la sociedad, que no solo se hace de los de "pura sangre", añadió. El pontífice dijo que entre más difícil fuera lograr la paz, más había que ponerse en los zapatos del otro.

Sigue aquí el minuto a minuto de la visita de Francisco a Colombia

Finalizó su intervención citando al Nobel de literatura Gabriel García Márquez.

Estas fueron algunas de las frases más poderosas de las palabras de Francisco en Colombia. Abajo encontrarás las palabras completas:

Un país para todos los colombianos

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"Sólo así, con fe y esperanza, se pueden superar las numerosas dificultades del camino y construir un País que sea Patria y casa para todos los colombianos"

Sobre la diversidad de Colombia

"Colombia es una Nación bendecida de muchísimas maneras; la naturaleza pródiga no sólo permite la admiración por su belleza, sino que también invita a un cuidadoso respeto por su biodiversidad. Colombia es el segundo País del mundo en biodiversidad y, al recorrerlo, se puede gustar y ver qué bueno ha sido el Señor"

Sobre la paz

"Este encuentro me ofrece la oportunidad para expresar el aprecio por los esfuerzos que se hacen, a lo largo de las últimas décadas, para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación. En el último año ciertamente se ha avanzado de modo particular; los pasos dados hacen crecer la esperanza, en la convicción de que la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos"

"Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y búsqueda de intereses sólo particulares y a corto plazo. Cuanto más difícil es el camino que conduce a la paz y al entendimiento, más empeño hemos de poner en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos mutuamente"

Sobre la inclusión

"Los animo a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados. Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace sólo con algunos de «pura sangre», sino con todos"

"Y aquí radica la grandeza y belleza de un País, en que todos tienen cabida y todos son importantes. En la diversidad está la riqueza".

"Y, por favor, les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida, de humanidad, de dignidad. Porque ellos, que entre cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz —como dice la letra de vuestro himno nacional—".

Citó al Nobel Gabriel García Márquez

"Resuena en el corazón de cada colombiano el aliento del gran compatriota Gabriel García Márquez: «Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera». Es posible entonces, continúa el escritor, «una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra»".

Y se despidió como ya es usual

"Están presentes en mis oraciones. Rezo por ustedes, por el presente y por el futuro de Colombia"

Mira aquí el discurso completo:

Saludo cordialmente al Señor Presidente de Colombia, Doctor Juan Manuel Santos, y le agradezco
su amable invitación a visitar esta Nación en un momento particularmente importante de su historia;
saludo a los miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático. Y, en ustedes,
representantes de la sociedad civil, quiero saludar afectuosamente a todo el pueblo colombiano, en estos
primeros instantes de mi Viaje Apostólico.

Vengo a Colombia siguiendo la huella de mis predecesores, el beato Pablo VI y san Juan Pablo II
y, como a ellos, me mueve el deseo de compartir con mis hermanos colombianos el don de la fe, que tan
fuertemente arraigó en estas tierras, y la esperanza que palpita en el corazón de todos. Sólo así, con fe y
esperanza, se pueden superar las numerosas dificultades del camino y construir un País que sea Patria y
casa para todos los colombianos.

Colombia es una Nación bendecida de muchísimas maneras; la naturaleza pródiga no sólo permite
la admiración por su belleza, sino que también invita a un cuidadoso respeto por su biodiversidad.
Colombia es el segundo País del mundo en biodiversidad y, al recorrerlo, se puede gustar y ver qué bueno
ha sido el Señor (cf. Sal 33,9) al regalarles tan inmensa variedad de flora y fauna en sus selvas lluviosas,
en sus páramos, en el Chocó, los farallones de Cali o las sierras como las de la Macarena y tantos otros
lugares. Igual de exuberante es su cultura; y lo más importante, Colombia es rica por la calidad humana
de sus gentes, hombres y mujeres de espíritu acogedor y bondadoso; personas con tesón y valentía para
sobreponerse a los obstáculos.

Este encuentro me ofrece la oportunidad para expresar el aprecio por los esfuerzos que se hacen, a
lo largo de las últimas décadas, para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de
reconciliación. En el último año ciertamente se ha avanzado de modo particular; los pasos dados hacen
crecer la esperanza, en la convicción de que la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea
que no da tregua y que exige el compromiso de todos. Trabajo que nos pide no decaer en el esfuerzo por
construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la
manera de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, que
exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima
dignidad, y el respeto por el bien común. Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y
búsqueda de intereses sólo particulares y a corto plazo. Cuanto más difícil es el camino que conduce a la
paz y al entendimiento, más empeño hemos de poner en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir
puentes, en estrechar lazos y ayudarnos mutuamente (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67).

El lema de este País dice: «Libertad y Orden». En estas dos palabras se encierra toda una
enseñanza. Los ciudadanos deben ser valorados en su libertad y protegidos por un orden estable. No es la
ley del más fuerte, sino la fuerza de la ley, la que es aprobada por todos, quien rige la convivencia
pacífica. Se necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los conflictos que
han desgarrado esta Nación por décadas; leyes que no nacen de la exigencia pragmática de ordenar la
sociedad sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y
violencia. Sólo así se sana de una enfermedad que vuelve frágil e indigna a la sociedad y la deja siempre a
las puertas de nuevas crisis. No olvidemos que la inequidad es la raíz de los males sociales (cf. ibíd., 202).
En esta perspectiva, los animo a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y
marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados.

Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace sólo con algunos de «pura
sangre», sino con todos. Y aquí radica la grandeza y belleza de un País, en que todos tienen cabida y
todos son importantes. En la diversidad está la riqueza. Pienso en aquel primer viaje de san Pedro Claver
desde Cartagena hasta Bogotá surcando el Magdalena: su asombro es el nuestro. Ayer y hoy, posamos la
mirada en las diversas etnias y los habitantes de las zonas más lejanas, los campesinos. La detenemos en
los más débiles, en los que son explotados y maltratados, aquellos que no tienen voz porque se les ha
privado de ella o no se les ha dado, o no se les reconoce. También detenemos la mirada en la mujer, su
aporte, su talento, su ser «madre» en las múltiples tareas. Colombia necesita la participación de todos para
abrirse al futuro con esperanza.

La Iglesia, en fidelidad a su misión, está comprometida con la paz, la justicia y el bien de todos.
Es consciente de que los principios evangélicos constituyen una dimensión significativa del tejido social
colombiano, y por eso pueden aportar mucho al crecimiento del País; en especial, el respeto sagrado a la
vida humana, sobre todo la más débil e indefensa, es una piedra angular en la construcción de una
sociedad libre de violencia. Además, no podemos dejar de destacar la importancia social de la familia,
soñada por Dios como el fruto del amor de los esposos, «lugar donde se aprende a convivir en la
diferencia y a pertenecer a otros» (ibíd., 66). Y, por favor, les pido que escuchen a los pobres, a los que
sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus
manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida, de humanidad, de dignidad. Porque
ellos, que entre cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz —como dice la
letra de vuestro himno nacional—.

Señoras y señores, tienen delante de sí una hermosa y noble misión, que es al mismo tiempo una
difícil tarea. Resuena en el corazón de cada colombiano el aliento del gran compatriota Gabriel García
Márquez: «Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los
diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los
siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que
aumenta y se acelera». Es posible entonces, continúa el escritor, «una nueva y arrasadora utopía de la
vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea
posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre
una segunda oportunidad sobre la tierra» (Discurso de aceptación del premio Nobel, 1982).

Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza... La soledad de estar siempre enfrentados ya
se cuenta por décadas y huele a cien años; no queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni
una vida más. Y quise venir hasta aquí para decirles que no están solos, que somos muchos los que
queremos acompañarlos en este paso; este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un aporte que en algo
allane el camino hacia la reconciliación y la paz.

Están presentes en mis oraciones. Rezo por ustedes, por el presente y por el futuro de Colombia