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Terremoto en México

El terremoto silencia uno de los barrios con más fiesta de la Ciudad de México

Por Mauricio Daniel Torres Carrillo, Expansión

(Expansión) -- Desde el martes pasado, cuando un sismo de 7.1 grados sacudió el centro de México y causó derrumbes que hasta ahora han provocado la muerte de más de 300 personas, la mayoría en la capital, Mario Méndez ha buscado distintas maneras de colaborar en la respuesta a la tragedia.

Ha realizado donaciones y repartido víveres, y la noche de este sábado buscó entrar a la zona en torno al edificio colapsado de Álvaro Obregón 286, con la finalidad de ayudar de alguna forma en la localización de las alrededor de 15 personas que aún están bajo los escombros del inmueble.

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“Hay un chingo de banda que todavía está atrapada”, dice Mario, quien junto a cientos de mujeres y hombres hace fila en el cruce de las avenidas Sonora y Nuevo León, en la colonia Condesa, con la esperanza de ingresar al perímetro.

Como él, la mayoría de los voluntarios viste el equipo requerido para pasar —casco, guantes, cubrebocas, chaleco y botas de casquillo—, y sabe que esta noche el ambiente en esta parte de la ciudad dista mucho de ser el habitual, caracterizado por filas de autos, familias y grupos de amigos con rumbo a alguno de los numerosos bares y restaurantes de la zona.

Este sábado, el clima festivo ha sido apagado por uno en el que militares y policías locales vigilan el paso de vehículos y transeúntes, cintas de plástico rodean los edificios dañados por el sismo, letreros pegados en postes advierten de posibles fugas de gas y exigen no fumar, y aquellos negocios que decidieron abrir reciben a muy escasos clientes.

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El barrio de la Condesa en la Ciudad de México due uno de los afectados por el terremoto del 19 de septiembre. (LUIS MANUEL PEREZ/AFP/Getty Images)

Mario, quien vive a pocas calles del edificio colapsado —un inmueble de oficinas en el que trabajaban abogados y contadores—, asegura que su principal motivación para estar en este lugar por la noche es saber que él y su familia están vivos, así como en condiciones de ayudar a quienes ahora más lo necesitan.

Ezequiel, otro voluntario, expone razones similares. Afirma que vino desde Tlalnepantla, en el Estado de México, porque se sintió conmovido por la situación. Esto lo llevó a organizarse con algunos vecinos para traer café y pan dulce para los demás brigadistas que pasarán la noche y la madrugada en el sitio, ya sea coordinando grupos, recibiendo el acopio o trabajando en la remoción de escombros.

“Nos movió mucho el sentimiento, porque finalmente todos somos seres humanos”, dice Ezequiel, quien platica con Expansión al frente de la cajuela de una camioneta en la que fueron colocados termos y una gran canasta.

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Tal empatía también la manifiestan los voluntarios más jóvenes. Sofía, Marian e Ingrid, tres niñas de 12 años de San Juan de Aragón que llegaron al lugar acompañadas de adultos para repartir chocolate caliente entre quienes colaboran en la búsqueda, y coinciden en que esa es su manera de aportar algo para afrontar la tragedia.

“Me gusta ayudar a las personas, no me gusta ver sufrir a mi país, me gusta ver cómo la gente se une”, dice Sofía.

“Está bien que la gente se una en estos casos, porque a ellos les puede pasar lo mismo”, agrega Ingrid.

Mientras, en toda la zona impera el sonido de una grúa que trabaja con lentitud para remover bloques de concreto del edificio, en tanto que —bajo la luz de potentes lámparas— alrededor de 10 rescatistas especializados coordinan la operación desde un techo contiguo a lo que hasta hace cuatro días fue Álvaro Obregón 286. De cuando en cuando, uno o dos bajan a los escombros, los recorren y vuelven a subir.

A ras de suelo, familiares de las personas atrapadas están expectantes, ansían noticias y son llamados a recibir informes en privado.

Cerca, aproximadamente 20 periodistas observan tanto las labores de remoción como la llegada de vehículos con materiales que se espera sirvan para llegar hasta las víctimas del sismo. Igualmente, desde ese punto es posible seguir el ir y venir de funcionarios y brigadistas. Cada que un grupo de voluntarios sale o que entra uno nuevo —cargando picos, palas y carretillas—, se escuchan aplausos de ánimo y agradecimiento.

Pasada la medianoche, se cumplieron 107 horas desde que el sismo sacudió al país. Y en esta parte de la Condesa, donde los primeros minutos del domingo suelen ser los del apogeo de la vida nocturna, esta vez el momento de festejar aún es lejano. En cambio, lo que se tiene en el horizonte es una todavía larga jornada de trabajo en torno a un edificio derrumbado.