Nota del editor: Michael Mazarr es politólogo en jefe en la RAND Corporation, una organización apartidista no lucrativa. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) — El poderoso documental sobre la guerra de Vietnam que transmitió hace poco PBS ofrece una lección oportuna sobre los orígenes de los desastres en política exterior. Suelen seguir un guión común y trágico, desarrollado a partir de dos errores fundamentales: suponer, sin comprobarlo, que es necesario actuar, y tener esperanzas en que un plan mágico servirá para actuar sin que haya consecuencias. Lo que resulta tan perturbador hoy es que parece que Estados Unidos está siguiendo el mismo guión en la crisis en Corea.
Los fiascos de la política exterior moderna (ya sea la guerra en Vietnam, la invasión estadounidense en Iraq e incluso la ocupación soviética en Afganistán) suelen comenzar con un sentido falso de urgencia. En el caso de Vietnam, fue la teoría de que si los comunistas tomaban un país, los demás gobiernos pro-Occidente colapsarían y la obsesión por defender cada centímetro de terreno en la carrera por la supremacía durante la Guerra Fría.
En el caso de Iraq, fue la creencia, posterior al 11-S, de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva y que colaboraba con los terroristas. En el caso de la incursión rusa en Afganistán, parte de la motivación descansó en la creencia obsesiva y repentina de que la CIA estaba tratando de derrocar al régimen pro-soviético en Kabul.
Todas estas suposiciones resultaron incorrectas. La caída de Vietnam no tuvo un efecto dominó comunista. Saddam no tenía armas de destrucción masiva y le tenía casi tanto miedo a al Qaeda como Estados Unidos. La CIA tuvo una intervención muy limitada en Afganistán en 1979. En todos los casos había hechos e interpretaciones más precisas, disponibles incluso en el momento. Sin embargo, al enfrentarse a los imperativos estratégicos y políticos para actuar, los líderes nacionales no se dieron el tiempo para evaluarlos.
Una vez que un país está convencido de que es necesario actuar rápido, suele cometer un segundo error que lo acerca al desastre: hace a un lado los riesgos y los costos de la aventura y concibe un plan para evitar los peores resultados. En el caso de Vietnam, el plan terminó siendo la intensificación gradual: una presidencia tras otra mantuvo la esperanza en que si aumentaban la intensidad de los ataques contra Vietnam del Norte progresivamente, al final se rendiría… hasta que Estados Unidos quedó atrapado en un lodazal.
En Afganistán, y más tarde en Iraq, tanto Rusia como Estados Unidos recurrieron a variaciones del mismo plan básico: vamos a entrar, desplazamos al gobierno y luego nos salimos, rápida y limpiamente.
Los desastres en política exterior suelen ser la suma de estos dos errores básicos: aceptar las afirmaciones exageradas sobre la necesidad de actuar, e inventar una varita mágica conceptual para evitar las consecuencias potenciales con buenos deseos. Parece que ambos están cada vez más presentes en las políticas estadounidenses relativas a las ambiciones nucleares de Corea del Norte.
La suposición que mueve la supuesta necesidad de actuar es que es inaceptable que Corea del Norte tenga armas nucleares y misiles que pueden llegar a Estados Unidos. Esto podría ser cierto… si Kim Jong-un quisiera comenzar una guerra una vez que las tenga o si su control del arsenal fuera tan precario que los misiles pudieran dispararse al azar.
Sin embargo, hay pocas pruebas que respalden cualquiera de estas suposiciones. De hecho, Corea del Norte ha estado bastante mesurada desde el infame ataque contra una corbeta de la Armada surcoreana en 2010 y los ataques subsiguientes con artillería (con excepción del incidente de las minas terrestres en 2015); la mayoría de los expertos cree que la principal obsesión de los líderes norcoreanos es que el régimen sobreviva. Hacer una incursión temeraria hacia el sur, con el arsenal nuclear como una suerte de chaleco suicida geopolítico, acabaría con ese objetivo.
De hecho, hay buenas razones históricas para pensar que el enfoque alterno puede funcionar: la disuasión, combinada con un esfuerzo a largo plazo para transformar el régimen en el norte. Esa fue la estrategia de Estados Unidos en la Guerra Fría, la cual se adoptó luego de que el gobierno estadounidense rechazara las exigencias apasionadas de desatar una guerra preventiva contra la Unión Soviética o contra China.
La disuasión ha funcionado en Corea desde 1953. Con la ayuda de China y de Rusia (en el sentido limitado pero esencial de anunciar que no habrá tolerancia a las agresiones de Corea del Norte), podría funcionar.
El segundo error es trazar un plan para evitar los riesgos de tomar medidas preventivas con puros buenos deseos. En el caso de Corea, la analogía de la intensificación gradual o de la estrategia del intermediario que sale rápidamente es la noción de ataques militares “limitados” con los que se degradarían las capacidades nucleares de Corea del Norte y se haría un pronunciamiento sin provocar una guerra generalizada.
Un plan así podría funcionar. Uno de los problemas para reconocer un desastre en desarrollo es que siempre existe la posibilidad de que el plan optimista funcione. Pero la idea de ejecutar ataques limitados en Corea depende de varios factores incontrolables, tales como la reacción de los oficiales militares norcoreanos o las emociones de Kim Jong Un. Es como hacer un disparo en la oscuridad en vez de trazar una estrategia con los medios y los fines firmemente entrelazados. Como ocurrió con la intensificación gradual en Vietnam, depende en gran medida de suposiciones no demostradas (y a final de cuentas, imposibles de verificar) sobre el adversario.
En todo caso, la existencia de estos síntomas del surgimiento de una tragedia exige un debate nacional mucho más intenso antes de que Estados Unidos actúe. Además, indica que en el centro de ese debate debería haber dos preguntas particularmente críticas: ¿La alternativa a actuar es realmente inaceptable? ¿El curso de acción propuesto de verdad evitará consecuencias calamitosas?
Las consecuencias de una guerra nueva en Corea, particularmente si el norte usa armas nucleares, podría ser más catastrófico, tanto en vidas humanas como en política internacional, que Vietnam, Iraq, Afganistán y una docena de fiascos más, todos juntos.
Si hay un momento de insistir en que se haga un análisis más profundo de las opciones propuestas es ahora, porque cuando las suposiciones infundadas y el pensamiento mágico guían las políticas estadounidenses, es cuando ocurren los desastres.