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China

El hombre más poderoso del mundo está en China

Por Sebastián Riomalo

Nota del editor: Sebastián Riomalo es un analista experto en China, Asia Oriental y economía del desarrollo. Actualmente trabaja en temas de política pública ante el Departamento Nacional de Planeación de Colombia. Antes, trabajó como catedrático de la Universidad de los Andes (Colombia) y como analista económico para el Fondo de Población de las Naciones Unidas en Beijing. Es economista y abogado, tiene una Maestría en Políticas Públicas de la Universidad de Pekín y otra en Administración Pública y Gobierno del London School of Economics. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

A diferencia de los anteriores presidentes de Estados Unidos, Donald Trump no es el hombre más poderoso del planeta. Y no es porque Estados Unidos haya dejado de ser una superpotencia que abruma con su supremacía en lo militar y económico. No. Tiene que ver, en parte, con el débil control que tiene el señor Trump sobre ese formidable caballo de guerra que le prestaron por cuatro años. Pero también con el casi absoluto dominio que tiene Xi Jinping –el máximo líder chino– sobre el caballo que está entrenando al otro lado del Pacífico.

Y es que, para ganar en la carrera del poder, importa tanto el jinete como el animal que se monta: China tiene ventaja de sobra en lo primero, y está cerrando la brecha rápidamente en lo segundo.

Los equinos…

Es indiscutible que entre mayor sea el poderío económico y militar de un país, mayor será la capacidad de injerencia geopolítica de quien lo maneja. De ahí que, hasta hace muy poco, quien gobernara Estados Unidos era, casi por definición, la persona más poderosa del mundo. Así de clara era la supremacía de ese país. Según cifras del Fondo Monetario Internacional, en el año 2000, por ejemplo, la economía de Estados Unidos era dos veces la de Japón, el segundo mayor mercado; y en lo militar gastaba más en defensa que los siguientes 13 países combinados.

Pero China ha acortado la distancia en 17 años. Según cifras del Fondo Monetario Internacional, en 2014 la economía del gigante asiático superó a la de Estados Unidos en términos de paridad de poder adquisitivo (una medida de economistas que equipara el costo de vida de ambos países) y es cuestión de tiempo para que la rebase al medirse en dólares corrientes. A 2011, era ya el mayor socio comercial de 124 países, mientras Estados Unidos lo era de 76.  Y mientras en Norte América se debate si el libre comercio es bueno para el país, China asiste a Davos para coronarse como el garante y protector de los mercados abiertos.

En lo militar, se ha ido también cerrando la brecha. En 2025, China invertirá más en defensa que Estados Unidos. Sus fuerzas militares tienen ya un sistema armamentístico suficiente para negarle el acceso y control a Estados Unidos en la disputada región del mar del Sur de China. Y, aunque tiene menos armas nucleares que los norteamericanos, ya llegó al punto de equilibrio: puede impactar nuclearmente cualquier lugar de los Estados Unidos, lo que implica un claro poder de disuasión.

… y sus jinetes

Las cifras parecen indicar una similitud o al menos cercanía en el poder militar y económico de ambas naciones. ¿Qué tanto de este se ve amplificado u opacado por sus dirigentes?

Desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, su improvisación y forma contenciosa de hacer política lo han llevado a enraizar aún más el estancamiento bipartidista. A la fecha de este escrito, no ha podido aprobar ninguna legislación significativa (aunque fracasó estrepitosamente en su apuesta por reformar la ley de salud de Obama, parecería que su reforma tributaria sí será aprobada). Quizá por lo mismo, los miembros de su gabinete entran y salen cual ruedas sueltas y su popularidad, en los primeros 100 días de elegido, estaba entre las más bajas de cualquier presidente de EE.UU. en los últimos 70 años. Es un mandatario débil bajo cualquier estándar.

Cruzando el Pacífico, está el escenario antagónico: Xi Jinping es hoy el dirigente comunista más poderoso en la historia de la China moderna desde Mao Zedong. Sus actos así lo demuestran. En medio de la campaña anticorrupción que está liderando, logró inhabilitar a varios de sus enemigos políticos, incluyendo lo impensable: enviar a la cárcel a un antiguo miembro del Comité Permanente del Politburó, el máximo órgano de poder. El partido aprobó incluir su nombre e ideas en la Constitución Política como un referente ideológicoun honor que solo había sido conferido en vida al mismísimo Mao. Y en una clara ruptura con la tradición partidista, convenció al reciente Congreso quinquenal del Partido Comunista de que no se designara a ningún líder de las nuevas generaciones del partido al Comité antes mencionado: una clara insinuación de que Xi no pretende que su mandato se limite a los 10 años que tuvieron sus dos antecesores.

Así pues, la fuerza del dragón asiático se ve amplificada gracias al control que Xi tiene sobre la nación, mientras que la del águila se ve diezmada por un hombre errático e impulsivo. Estamos entonces ante un hecho histórico: al presidente de Estados Unidos le han arrebatado el trono geopolítico que había ostentado desde la Segunda Guerra Mundial.

Y es irónico, por decir lo menos, que haya sido justamente Donald Trump quien perdió la corona: el hombre que prometió que “América estaría primero” terminó la carrera de segundo.