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El Apunte de Camilo

Gabo, cuatro años después de su muerte

Por Camilo Egaña

Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) – La muerte no necesita traductor. Supe que Gabriel García Márquez había muerto por un locutor de una televisora rusa y yo no entiendo ruso.

Por alguna razón garciamarquiana, en mi habitación de hotel en Barcelona el único canal que esa tarde se podía sintonizar era Rossiya 24. Aquel hombre hablaba y para mí todo resultaba tan evidente como desalentador. La muerte es así de rotunda.

Que cuatro años después de muerto no nos baste cuánto Gabo dejó escrito; que todavía sigan hurgando en su obsesión por ciertos poderosos; que les siga pareciendo demasiado cándido en ocasiones y estrafalario en otras, demuestra todo lo que se le echa de menos.

La escritora Elena Poniatowska cuenta que cuando terminó la última página de Cien años de soledad, su desasosiego era tal que por poco busca en las páginas amarillas a alguien que vendiera los pescaditos de oro, como los que hacia el coronel Aureliano Buendía. No importa que doña Elena haya sido la primera mujer mexicana y la cuarta escritora en ser reconocida con el Premio Cervantes, tampoco que rezume inteligencia por cada poro: yo sé que si hubiera encontrado al fabricante de aquellos pescaditos de oro los hubiera comprado todos, aunque tuviera que asaltar un banco.

Una noche Poniatoswka me contó en México que cuando ocurrió lo del Cervantes, Gabo se acercó con su chofer y que, sin bajarse del carro, sin decir una palabra, sonriendo únicamente, le ofreció a modo de ofrenda un ramo de rosas amarillas, sus favoritas. Las escogió Mercedes, la esposa de García Márquez, quien siempre supo detectar antes que él las mujeres que Gabo amaría para toda la vida.

Este aniversario de su muerte ha sido el pretexto para que los fabricantes de lugares comunes digan lo grande que sigue siendo. Y para que los resentidos y los dolidos –que no es lo mismo–, recuerden sus horas más bajas. Les asiste el derecho a hacerlo y deshacerlo. Y a Gabo recordarnos que "no hay anuncios de cometas ni eclipses (…), ni tenemos culpas tan grandes como para que Dios se ocupe de nosotros".