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Noticias de EE.UU.

Los migrantes y los cucos: el cambio frente al éxodo venezolano es doblemente trágico

Por Fernando Berckemeyer

Nota del Editor: Fernando Berckemeyer es un periodista peruano egresado de la Pontificia Universidad Católica de Perú con maestría en leyes de Harvard. Es el vicepresidente regional de la Comisión de la Libertad de de Prensa de la Sociedad Interamericana de Prensa. Fue director del periódico El Comercio (2014-2018).

(CNN Español) -- En los últimos días Ecuador y Perú han puesto un muro para detener la llegada de los crecientemente desesperados migrantes venezolanos. No se trata de un muro físico, pero como si lo fuera. La forma diplomática que le han dado no engaña a nadie con un poco de información sobre la situación venezolana. En Venezuela, tramitar un pasaporte cuesta, en la práctica, de US$1.000 para arriba, mientras que el salario promedio de los médicos, por ejemplo, es de US$35. Exigir un pasaporte vigente a los inmigrantes de un país con esas características es decirles: “¡no pasarán!”.

Como, por otra parte, la exigencia del pasaporte ya había sido puesta por Chile y Colombia, en los últimos meses se han cerrado 4 de los 6 destinos a los que más venían subiendo las llegadas de venezolanos desde el 2015 (Organización Internacional de las Migraciones).

Este reciente cambio en la reacción solidaria que venían teniendo los países de Sudamérica frente al éxodo de Venezuela es doblemente trágico: trágico por sus consecuencias y trágico por sus causas.

Lo de las consecuencias está claro: más allá de la discusión técnica acerca de si les corresponde el status de refugiados, lo que es un hecho es que la migración venezolana es de sobrevivencia. El venezolano promedio perdió 11 kilos de peso a lo largo del 2017 por el hambre que campea en el país, según Reuters.

Pero las causas detrás de este cambio, como decía, son igualmente trágicas. Porque lo que alimenta el miedo al que los gobiernos sudamericanos están cediendo con una actitud populista, no es más que una serie de fantasmas o, si se prefiere, de mentiras.

De estos fantasmas, acaso el más difundido es el que atizaba por estos días en sus redes uno de los candidatos favoritos a las próximas elecciones para la alcaldía de Lima: “los venezolanos vienen a quitarle trabajo a los peruanos, esa es la verdad del asunto”.

Con esa lógica los habitantes de Miami tendrían que haberse arruinado luego de que, tras el éxodo del Mariel, la oferta de trabajadores en la ciudad subiese, de un sólo golpe, en 7%. En la realidad, según una ya célebre investigación del economista de Princeton, David Card, la repentina y masiva inmigración del Mariel ni siquiera produjo una baja en los ingresos de los trabajadores menos calificados de la ciudad.

Aunque no es necesario recurrir a ejemplos históricos para ver qué tan absurda es la idea de que cuánto más personas lleguen a un país en un tiempo determinado, menos oportunidades habrá para cada uno de sus habitantes. Desde esta perspectiva, habría que poner límites al número de hijos - que no son más que migrantes venidos del "más allá" - que cada generación pueda tener. Si vamos a considerar la torta económica como algo estático que tiene que ser dividido entre el número de personas de un país, lo que convendría siempre es mantener este número bajo, y eso significa frenar tanto el número de migrantes como el de hijos.

La verdad, desde luego, es que la economía no es algo estático, y que cada persona que trabaja aumenta la producción del lugar en el está y, con ella, la riqueza. De hecho, quienes vienen huyendo de situaciones extremas, como los venezolanos que hoy buscan reubicarse por todo el subcontinente, tienden a estar particularmente dispuestos a esforzarse y a ser, por consiguiente, especialmente productivos. Lo que es más, el nivel educativo promedio de los venezolanos, conforme a The Economist, está por encima del promedio de la región.

Los fantasmas no existen en la realidad pero los daños que causan sí. Los latinoamericanos de bien tenemos que hacer causa común para enfrentar los prejuicios y miedos que hoy están cerrando la puertas del subcontinente a nuestros sufridos hermanos de Venezuela. Una situación que, mientras que el miedo al inmigrante va dejando sin opciones a miles de venezolanos perseguidos por el hambre, sólo puede describirse con justicia parafraseando a Churchill: jamás tantos sufrieron tanto por cuco, un fantasma.