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Venezuela

Maduro se quedó en el pasado

Por Pedro Bordaberry

Nota del editor: Pedro Bordaberry es un abogado y político uruguayo, profesor de la George Washington University. Lo puedes seguir en Twitter con la cuenta @PedroBordaberry.

(CNN Español) -- Hace algunas semanas, Nicolás Maduro sorprendió al mundo cuando expresó que había viajado al futuro y luego, regresado. “Tengan la seguridad. Se los digo con certeza. Yo ya fui al futuro y volví y vi que todo sale bien…” declaró en los preparativos de una inspección militar.

La primera reacción ante las declaraciones de quien afirma que es viajero del tiempo es de considerarlo un loco.

La segunda, es pensar que no es más que un truco comunicacional para llamar la atención o desviarla de otros asuntos más importantes.

La tercera es considerar que son ambas a la vez: demencia y habilidad comunicacional.

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No es nuevo esto en Maduro. Hace unos años expresó que se le había aparecido un pajarito que le dijo que el fallecido Hugo Chávez estaba feliz y lleno de amor por la lealtad de su pueblo.

Viajes al futuro y conversaciones con pajaritos son cosas incomprensibles para quienes queremos entender racionalmente la realidad y los hechos.

¿Cómo se puede tomar en serio a quien ejerce el poder en un país y expresa estas cosas?

A veces la literatura, en especial las novelas, nos ayudan a comprenderlas.

Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. (Crédito: YURI CORTEZ/AFP/Getty Images)

Carlos Fuentes afirmaba que la novela enfoca sus funciones estéticas y sociales hacia el descubrimiento de lo invisible, de lo no-dicho, de lo olvidado, de lo marginado, de lo perseguido, y para ello hace uso de la imaginación y de lenguajes múltiples.

En 1929, Rómulo Gallegos, escribió “Doña Bárbara“, una de las novelas sudamericanas más importantes del siglo pasado. Luego llegaría a ser presidente de Venezuela.

En ella, se cumplen esas funciones del descubrimiento de lo invisible de las que habla Fuentes.

También se describe, en forma anticipada, la realidad de la Venezuela de hoy.

Para entender a Maduro hoy no hay que viajar al futuro. Basta con leer a Rómulo Gallegos.

El tema de su novela es el conflicto entre la civilización y la barbarie en su país.

Esta última, representada por doña Bárbara, una mujer que acumula poder, tierras, ganado y riquezas a partir de actos de corrupción de funcionarios, de violencia y de manejos turbios.

Ella vive en su hacienda, que se llama “El Miedo“ y pretende apropiarse de toda la región. Entre sus objetivos están las tierras del joven abogado, Santos Luzardo.

Este, luego de estudiar fuera, vuelve a la región y pronto se enfrenta con la malévola doña Bárbara.

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Las coincidencias con los personajes de la vida real de hoy son asombrosas. Hay algunos -en la obra literaria- que, como Maduro, hablan con los pajaritos, funcionarios corruptos, extranjeros que pretenden obtener ventajas (Mr. Danger) y otros que hacen brujerías.

Sobre todo, la novela plantea la lucha entre el bien y el mal.

El mismo conflicto que hoy enfrenta Venezuela.

Don Maduro es fiel reflejo de aquella doña Bárbara que pretendía dominar la zona del Arauca valiéndose de sus contactos con funcionarios corruptos, pasando por encima de la ley y sembrando el miedo.

Los Leopoldo López, Juan Guaidó y tantos más son los Santos Luzardo que representan el derecho y los principios básicos de convivencia democrática.

Alcanza con volver a leer la novela para ver que todo está ahí, que esa Venezuela que describe Gallegos hoy vuelve a enfrentar el mismo dilema, el mismo cruce de caminos y debe optar entre la civilización y la barbarie.

Lo que pide el pueblo venezolano, lo que exigen la enorme mayoría de las democracias mundiales no es otra cosa que elecciones libres, sin opositores presos y con las garantías mínimas que todo proceso electoral debe tener.

La asunción de Juan Guaidó es discutida por algunos, pero tiene fundamentos importantes. Se trata de restablecer el orden constitucional quebrantado por el chavismo en elecciones cuestionadas y cercenamientos de libertades.

El artículo 233 de la Constitución venezolana expresa que cuando se produzca la falta absoluta del presidente de la República se debe llamar a elecciones en el plazo de 30 días y mientras ello sucede se encargará de la Presidencia el presidente de la Asamblea Nacional.

Maduro pretendió asumir un nuevo mandato el 10 de enero a partir de las elecciones de mayo del año pasado. Estas fueron declaradas fraudulentas por la Asamblea Nacional, órgano electo en comicios libres en 2014 en los que la oposición obtuvo mayoría.

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Esa Asamblea y la mayor parte de la comunidad internacional entendió que las elecciones de mayo habían sido fraudulentas. Por ello, no hay presidente a partir del 10 de enero, debe asumir el presidente de la Asamblea Nacional y convocar a elecciones en el lapso de 30 días.

Es lo que pretende hacer Guaidó como presidente de la Asamblea: cumplir con el artículo 233 y llamar a elecciones libres y con todas las garantías.

El Tribunal Supremo le quitó las facultades legislativas a la Asamblea Nacional, la declaró en desacato y las entregó a una Asamblea Constituyente que Maduro domina y es presidida por Diosdado Cabello (¿será este el Ño Pernalete de la novela romuliana?).

La otra reacción fue recurrir a brujerías viajando y volviendo del futuro, hablar con pajaritos, buscar aliarse con el Mr. Danger de turno y asegurarse la ayuda de funcionarios corruptos, tal como lo hacía doña Bárbara.

Mientras hace esto busca ganar tiempo, aceptando mesas de dialogo en las que no cree pero que le dan aire a él y se lo quitan a quienes lo enfrentan en busca de algo tan simple y básico como elecciones libres y justas.

Si Maduro viajara a 1929 o leyera la novela de Gallegos comprobaría que el final no es el que dice le prometieron en el futuro.

El final está escrito y tarde o temprano llegará: “desaparece del Arauca el nombre de El Miedo y todo vuelve a ser Altamira“.