CNNE 621687 - ¿por que el presidente daniel ortega decidio liberar a presos politicos?

Nota del editor: Geovanny Vicente Romero es abogado y politólogo, con experiencia como profesor y asesor de políticas públicas y gobernanza. Es un estratega político y consultor de comunicación gubernamental. Actualmente está finalizando una maestría en Comunicación Política y Gobernanza en la Universidad George Washington. Es fundador del Centro de Políticas Públicas, Desarrollo y Liderazgo RD (CPDL-RD). Síguelo en Twitter: @GeovannyVicentR. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) – El hombre que luchó con todas sus fuerzas para derrocar a un tirano que representaba la última fase de la dinastía tiránica que había nacido en 1937 bajo el apellido Somoza, hoy puede que se haya convertido precisamente en una remembranza de ese mismo dictador contra el cual peleo en todos los terrenos hace varias décadas. Daniel Ortega, otrora líder de un movimiento limpio y puro ante los ojos de sus seguidores, parece haberse diluido en la embriaguez que genera la experiencia de ver el mundo desde el poder y no desde la oposición.

El triunfo de la revolución sandinista está cerca de cumplir 40 años desde aquel día de 1979 cuando Anastasio Somoza Debayle fue derrocado por los sandinistas y Daniel Ortega era parte de ellos. Ya para los años 60s, Ortega abrazaba el sueño de la liberación del pueblo nicaragüense que estaba sometido al orden de la familia Somoza, un régimen que se pasó de padre a hijo y de hermano a hermano. El joven Daniel sufrió prisión durante siete años como consecuencia de sus actividades subversivas frente a la dictadura. Fue en 1974 cuando da el paso y se une a la revolución que se gestaba desde el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Cinco años más tarde, el gobierno de Somoza sería historia.

Dos años después de que Somoza fuera derrocado, Daniel se convertiría en el rostro de la llamada Junta de Reconstrucción Nacional de Nicaragua y en 1984 se convirtió en presidente de Nicaragua con amplio margen de los votos. En 1990 fue derrotado por Violeta Barrios de Chamorro, quien también fue revolucionaria en su momento. Pasarían 16 años para que Ortega volviera a sentarse en la silla presidencial después de varios intentos electorales infructuosos.

Hoy, de aquel sueño de liberación queda poco y aunque para Daniel fue beneficioso aprovechar su tiempo fuera del poder –al menos para replantearse como político– entre su primer gobierno y su regreso a la presidencia, en esta última etapa después de 12 años ininterrumpidos gobernando parece que le cuesta ajustarse al mundo actual que vivimos. Quizás no solo se trata de la pérdida progresiva de resiliencia que sufre su estilo político frente a los nuevos tiempos, también influye el aislamiento regional que empieza a sufrir como resultado del rediseño geopolítico de la región.

Este presidente no solo se aferra al poder, sino que lo afianza con el rol político que juega su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo. Durante este tiempo, Ortega nos ha enseñado de qué es capaz. Lleva más de una década gobernando con un puño que con el pasar de los años se endurece en la desesperación de sobrevivir en el poder. La vicepresidencia es solo la punta del iceberg del nepotismo que hemos visto a través del control absoluto de las instituciones públicas que se ha desarrollado en los últimos años. En Nicaragua, al igual que en el país euroasiático Azerbaiyán, el poder ejecutivo descansa en su totalidad en un solo hogar: Ortega-Murillo.

Los problemas reales para Daniel Ortega empezaron con el incendio a principios de abril del 2018 en la Reserva Natural Indio Maíz, en el sureste de Nicaragua. Durante semanas estas llamas lograron avanzar ante un gobierno que fue incapaz de dar una respuesta contundente al siniestro, desencadenando en protestas antigubernamentales, que fueron creciendo en la misma proporción que el fuego que devoró la reserva natural. Un efecto parecido a una bola de nieve que va alimentándose con el descontento social. La reforma de pensiones de 2018 fue la pólvora que necesitaban los nicaragüenses para explotar contra el gobierno. La reforma pronto quedó sin efecto pero ya era tarde; la gente no dejaría de protestar en las calles del país.

En marzo de 2019, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) agregó a Nicaragua a la lista de violadores de derechos humanos. Según el organismo, “la CIDH ha seguido con especial atención el progresivo deterioro de la situación de los derechos humanos en Nicaragua, en particular desde el inicio de los actos de violencia ocurridos a partir del 18 de abril de 2018 en el marco de la represión estatal a las protestas”. Vale destacar que en el mismo mes, el Consejo de los Derechos Humanos de la ONU se pronunció contra la represión violenta de las manifestaciones. En esa ocasión, Ortega prestó poca atención al pronunciamiento de la ONU, y prefirió centrarse en la “paz”, una palabra que pareciera sacada del libreto de Nicolás Maduro en Venezuela cuando se trata de hablar de negociación con la finalidad de comprar tiempo en el poder

En Nicaragua no solo se habla de la represión contra los protestantes, jóvenes y mayores, también se vienen denunciando casos de torturas. El Parlamento Europeo ha llegado a solicitar sanciones contra Nicaragua por violaciones a los derechos humanos, llegando a afirmar que existe una “estrategia planificada” para eliminar a la oposición política. Actualmente, no se cuenta con un “listado completo” de las personas detenidas. El 18 de marzo de 2018, la CIDH entregó a la Secretaria General de la OEA un listado de 647 personas privadas de libertad. En cuanto a las personas fallecidas a raíz de las protestas, la CIDH señala más de 325 muertos, aunque hay organizaciones locales que sitúan esta cifra en unos 561. Estas muertes han sido señaladas por el mismo organismo de derechos humanos como crímenes de lesa humanidad cometidos en los enfrentamientos entre la fuerza pública y los manifestantes.

La realidad es que vemos a un Ortega que se encuentra cada día más solo en su propio callejón sin salida, pues los procesos electorales que América Latina ha tenido en los últimos años han hecho que los países que han dejado atrás la izquierda gobernante, hoy le dan la espalda a Ortega. El bloque regional del que era parte ya no es un bloque, pues el Ecuador de Lenin Moreno se aleja de todo lo que representó Rafael Correa; en Brasil fue derrocada Dilma Roussef y Lula Da Silva encarcelado; en Uruguay, de Pepe Mujica solo quedan sus grandes enseñanzas filosóficas cada vez que tiene la oportunidad; la Argentina de hoy tiene el dilema de continuar con Mauricio Macri o volver a la Argentina kirchneriana; en Bolivia Evo Morales trata de aferrarse a un cuarto mandato después que un referéndum en 2016 le negó la posibilidad; la Venezuela de Maduro le brinda solamente el apoyo del mismo Maduro que ya no cuenta con la legitimidad de su maltratado pueblo; y como si fuera poco, ya Correa no puede buscar consejos en La Habana donde vivía Fidel Castro o en la persona de Hugo Chávez, figura principal del llamado Socialismo del Siglo XXI. Con Daniel Ortega, el sueño se convirtió en pesadilla y esa pesadilla la viven los nicaragüenses.