Nota del editor: Roberto Rave es politólogo con posgrado en Negocios Internacionales y Comercio Exterior por la Universidad Externado, de Colombia, y la Universidad Columbia de Nueva York. Con estudios en Gerencia de la Universidad IESE de España y candidato a MBA de la Universidad de Miami. Es columnista del diario económico colombiano La República. Fue escogido por el Instituto Internacional Republicano como uno de los 40 jóvenes líderes más influyentes del continente. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN) – Usualmente escribo sobre temas que tienen que ver con economía y política, sin embargo, en las últimas semanas he tenido un particular interés por asuntos que trascienden cualquier tipo de política pública y que tienen que ver más con la parte humana que se esconde tras las percepciones y vivencias de todos.
Desde la teoría política y económica se ha divagado siempre sobre el objetivo primero del Estado y sus gobernantes: si han de generar las bases que permitan a sus ciudadanos vivir en comunidad y tener la posibilidad de realizarse a su manera o si han de imponer un modelo que defina qué debe hacer y cómo debe vivir un ciudadano para alcanzar su felicidad, su realización y garantizar el éxito de un gobierno.
La idea de “bien común” es subjetiva o relativa al igual que la de la realización o felicidad y, con ellas, la concepción de la libertad individual o colectiva. En el fondo todas las cuestiones económicas y políticas tienen como objetivo primero lograr bienestar, calidad de vida y felicidad para la mayor parte de la población.
El mundo actual está marcado de manera positiva por la posibilidad de exponer ideas y formas de ver la vida y la libertad de expresión es un hecho palpable en muchas partes del mundo. Las redes sociales nos han permitido expresar y exponer nuestros razonamientos de manera amplia.
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Sin embargo, en medio de una disminución importante de la pobreza y un aumento de la clase media, preocupan de manera trascendental algunos pronósticos como el de AT Kearney que afirma que “más de 300 millones de personas —cerca de 5% de la población mundial— sufren de depresión clínica o ansiedad, costándole a la economía global US$1 trillón cada año. Y según la Organización Mundial de la Salud (OMS) se estima que la depresión y la ansiedad alcanzarán a los problemas cardiovasculares como los problemas de salud más graves el año entrante”.
Otras cifras de la Organización Mundial de la Salud afirman que “800.000 personas se suicidan cada año, teniendo en cuenta que hay más tentativas de suicidio. Además de esto, el suicidio es la segunda causa principal de defunción en el grupo etario de 15 a 29 años y el 79% de todos los suicidios se produce en países de ingresos bajos y medianos”.
La mayoría de la región latinoamericana vive por estos días la tradición de la Semana Santa, que llama a la reflexión, entre otras cosas, sobre lo que está pasando en el mundo con nosotros los jóvenes. Un aumento agresivo de la depresión y los suicidios y una inconformidad con el mundo como factor común. En mis tertulias y conversaciones cotidianas me impacta el negativismo casi generalizado, el consumo de antidepresivos desde la adolescencia y la niñez, el afán de aparentar una vida perfecta en medio de las inseguridades y las dolencias interiores. Parece que, en la época de las libertades, la gente perdiera más su libertad porque, aunque es predicada en todos los discursos y constituciones, en el fondo no es un papel ni una concepción de Estado o de Gobierno la garantía para que las personas realmente logren vivir su realización y su felicidad.
El mundo de la subjetividad nos ha planteado una dicotomía entre la libertad que todos creemos predicar y vivir y un modelo de hombre próspero y feliz. Es decir, nos da la libertad, pero nos impone una imagen de lo que deberíamos ser. No hay verdad, porque todo es verdad, todo es relativo, todos tienen la razón y al final nadie la tiene. Lo que sí puedo afirmar es que algo pasa en nuestra sociedad y que el fin último de nuestros modelos económicos y políticos, no desde una óptica paternalista, pero si desde una mirada pragmática, ha fallado al plantear un “capitalismo salvaje” que parece alejar al hombre de su humanidad.
En medio de esta coyuntura y de la reflexión propia de la tradición católica de Semana Santa, he podido percibir un faro que ha logrado salvar vidas del suicidio, del vacío y de la confusión: El camino de Emmaus, fundado hace más de 40 años en Miami por Myrna Gallaher.
Nunca en mi vida había visto tantos jóvenes atraídos por algo proveniente de la Iglesia católica. Aun sin visitar este movimiento o retiro espiritual, he logrado percibir como transforma y llena los vacíos de una generación consumida por la emotividad, la intensidad y la zozobra. Veo muchos jóvenes que viven con orgullo su fe en una época en donde la “tiranía de las minorías” nos ha hecho creer que ser autentico y vivir la fe, está mal. Con poco conocimiento sobre aquello que pasa en los “retiros de Emmaus”, debo afirmar que el cambio que he visto en las personas que los frecuentan es prueba primera de que, en medio de sus vidas “exitosas”, les hacía faltaba llenar un vacío que no satisfacen el bienestar material o un modelo económico.
Este escrito ha sido un reto enorme para mí, pues es más fácil expresar cifras e ideas económicas que hablar de la trascendencia de estar en este mundo. Creo que la finalidad última de todos debe ser la felicidad y la paz. Esta Semana Santa es una oportunidad para reflexionar sobre la idea de emprender este camino, emprender el camino. Al respecto, mencionaba el autor anticristiano Nietszche, lo siguiente: “Cuando todas las permutaciones se hayan agotado, ¿qué sucederá? ¿No nos veremos obligados a volver a la fe, y quizá a la fe católica?”.
Uno de los santos más importantes de mi época mencionaba que en la vida son necesarios tres sentidos: el sentido común, el sentido de humor y el sentido sobrenatural. Seguro, estos sentidos podrán darle sentido al sinsentido.
Post scriptum: “Yo no dudo en afirmar que la gran enfermedad de nuestro tiempo es su déficit de verdad. El éxito, el resultado, le ha quitado la primacía en todas partes. La renuncia a la verdad y la huida hacia la conformidad de grupo no son un camino para la paz.” Joseph Ratzinger