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Nota del editor: Elizabeth Wallace es autora de The Ambition Decisions: What Women Know About Work, Family, and the Path to Building a Life. Ha escrito para The Atlantic, Architectural Digest, Domino, Fast Company, Quartz, InStyle, Us Weekly y Shondaland. Las opiniones en esta columna son propias de la autora.

(CNN) – El sábado observé estresada la final femenina del US Open entre Serena Williams y Bianca Andreescu, enviando mensajes de texto frenéticos a mis amigos en cada primer servicio perdido y en cada repetición de las jugadas confusas. Ver a Serena, algo que el mundo ha hecho colectivamente desde que ganó su primer título de Grand Slam en 1999, ha sido más que deporte para los espectadores. Pero también ha sido un estudio en vivo y en directo sobre la ambición de las mujeres y cómo esta cambia, o no, con el tiempo.Anoche, ver a Serena quedarse corta en la pelea por su título número 24 del Grand Slam fue un recordatorio punzante para mujeres ambiciosas de la generación de Serena, y también mayores, de los inevitables cambios de carrera que vienen con la edad.

Hemos visto a Serena crecer de adolescente a mujer en la cancha. La hemos visto revolucionar el deporte, especialmente para niñas y mujeres de color. Se ha enfrentado al racismo, el sexismo y las críticas públicas, sin mencionar una serie de problemas de salud. A pesar de estos desafíos, se ha convertido no solo en un ícono y un modelo a seguir, sino también en una empresaria, filántropa y activista.

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Hemos observado a Serena no solo como una campeona en su campo, sino como una persona real que evoluciona con el tiempo: como niña, hermana, hija, esposa y madre (ganó el Abierto de Australia en enero de 2017 con dos meses de embarazo). Serena ha humanizado el tenis, permitiendo al público tener una puerta abierta a una mujer real con tremendos altibajos, como arrebatos de ira y lágrimas en la cancha. También sufrió graves complicaciones después de dar a luz a su hija en septiembre de 2017, incluida una embolia pulmonar o un coágulo de sangre en las arterias de los pulmones. Toser le causó que su herida de la cesárea se abriera, revelando un gran bulto de sangre coagulada en su abdomen. Casi muere, eso dijo, y luego estuvo postrada en cama durante seis semanas. Serena habló públicamente sobre sus experiencias y compartió sus “emociones posparto” en las redes sociales.

Pero volvió al juego. Ella continúa siendo una contendiente incluso mientras hace malabares lidiando con el papel de madre trabajadora ambiciosa, un tema que se ha planteado con frecuencia en las discusiones sobre su carrera y que rara vez se aborda cuando se trata de jugadores masculinos. Muchas otras mujeres profesionales que no han ganado ningún Grand Slams ciertamente se pueden identificar.

Reflexionando con un vecino sobre la derrota de anoche, me enfurecí cuando él se preguntó: “Tal vez todo ha cambiado para ella desde que se convirtió en madre. Tal vez las mismas cosas ya no son importantes. Pero no he dado a luz, así que no lo sé”.

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Para mí, más apremiante que el ‘cómo el parto puede cambiar las prioridades de una mujer’, es realmente la pregunta ‘cómo los años posteriores al parto pueden transformarlas’. ¿Ha cambiado todo para Serena desde que se convirtió en madre? No lo sé, pero puedo responder por mí misma, pues me he convertido en madre dos veces en los últimos doce años. Y la respuesta para mí es sí y no. Cuando digo “sí”, me refiero a que mi impulso profesional, mi nivel de ambición, mi identidad, lo que es importante para mí, todo ha cambiado desde que me convertí en madre. Sin embargo, también es un “no”, no ha cambiado. Ambas cosas pueden ser y son ciertas. He dividido mi vida profesional desde que tuve hijos, pero todavía anhelo el éxito y quiero ser desafiada con trabajo de alto nivel y de rigor intelectual. También quiero más flexibilidad y tiempo con mis hijos. He sentido este conflicto casi todos los días durante los últimos 12 años.

Me imagino que Serena también siente este conflicto: se siente culpable cuando está lejos de su adorable hija de dos años y también sigue queriendo ganar ese 24° Grand Slam –lo quiere tanto que cuando no puede obtenerlo, podría gritar o llorar en público, ambas acciones mal vistas para las mujeres en el lugar de trabajo–. De nuevo, ambas situaciones pueden ser verdad.

Esa es la primera paradoja emocional que experimenté viendo, y luego procesando, el partido de anoche. La segunda fue la agridulce realidad de que Serena, después de haber perdido ante una adolescente que aún no había nacido cuando ganó su primer título, tiene que entregar las riendas del tenis a la próxima generación, una a la que ella le ha dado tanto.

Esta segunda paradoja fue un recordatorio de que incluso los campeones entre nosotros, aquellos que sudan, pelean, maldicen y lloran para mantenerse en la cima, siguen siendo vulnerables, por supuesto, a la competencia, pero también al simple paso del tiempo. No importa cuán ambiciosos, trabajadores y talentosos podamos ser, tampoco cuán fuerte podamos apoyarnos entre nosotros, eventualmente, no solo trabajamos para nuestros propios éxitos, sino para ceder la batuta a alguien 10 o 20 años menor que nosotros.

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Ahora tengo 40 años y he experimentado una serie de ganancias en mi carrera junto con algunas pérdidas también. Ver a Serena aceptar su trofeo de subcampeón el sábado fue una prueba de aceptación Zen.

Mi hija de 12 años vio a Serena en vivo en el US Open por primera vez a principios de esta semana, y se inspiró radicalmente por ella, como lo hemos hecho todos nosotros durante dos décadas. Cuando vimos cómo Serena le agradecía con humor a su equipo por resistir sus “altibajos”, dijo mi hija: “esto es muy incómodo”. Mi hija es demasiado joven para comprender que el fracaso, por doloroso que sea, es una parte inevitable del logro. Es algo que todos aprendemos a aceptar, con suerte aumentando la resistencia con el paso del tiempo. Yo, por otro lado, pensé que el discurso era auténtico y elegante. ¿Cómo lidia una mujer con la derrota cuando se abrió camino hasta el número uno y trató de permanecer allí durante toda una carrera, soportando pérdidas, una y otra vez, frente a millones?

Cuando Serena agradeció a la multitud por ayudarla a mejorar su juego y prometió continuar compitiendo, fue una clase magistral de gracia y humildad en un mundo que a veces se siente como si fuese cada mujer hablando por sí misma. Un par de semanas antes de cumplir 38 años, Serena es la finalista de Grand Slam más vieja de la historia. Está envejeciendo frente a nuestros ojos, y maravillosamente con aceptación. También está transmitiendo grandeza a los próximos campeones de su deporte, mientras continúa apareciendo y luchando por ello. Ambas cosas pueden ser ciertas.