Nota del editor: Issac Bailey es periodista en Carolina del Sur desde hace años y profesor de ciencias de la comunicación en el Davidson College. Es autor de “My Brother Moochie: Regaining Dignity in the Face of Crime, Poverty, and Racism in the American South”. Su siguiente libro, “Why Didn’t We Riot? A Black Man in Trumpland”, será lanzado por Other Press este año. Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor. Ver más artículos de opinión en CNNE.com/opinion.
(CNN) – Me encanta comer carne. Una comida no se siente como tal sin carne, incluso si solo se trata de una rebanada de mortadela entre dos panes, como la que me comí esta mañana. Me gusta el bife a punto, el pollo frito, horneado o rebozado, la salchicha picante y la hamburguesa bien condimentada con una mezcla perfecta de salsa de tomate y mostaza. Puede que me olvide de comer vegetales, pero nunca de la carne.
Sin embargo, estoy dispuesto a renunciar a ella si eso significa que personas como mi hermano, quien trabajaba en una pequeña planta de procesamiento de aves de corral en Carolina del Sur, no tienen que arriesgar sus vidas por hacer su trabajo durante esta pandemia. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmó un decreto este martes para mantener abiertas estas instalaciones de procesamiento de carne, a pesar de que más de 4.900 trabajadores dieron positivo por covid-19 y al menos 20 murieron, según un nuevo estudio de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés).
Tras cumplir una sentencia de décadas en prisión, el único trabajo estable que Moochie pudo conseguir inicialmente fue en una planta de procesamiento de aves de corral, donde tuvo que lidiar con una mezcla única de sangre y otros fluidos durante varias horas al día. Aunque no es nada nuevo para nosotros. Donde crecimos, no era extraño ver a un hombre golpear a un cerdo con un hacha antes de quitarle la cabeza y colgarlo de un clavo largo y oxidado, al costado del granero, dejar que la sangre drenara y… bueno, pueden hacerse la imagen.
No nos impresionamos fácilmente. No somos vegetarianos. Cuando dos de mis sobrinas llevaron hamburguesas veganas a una comida al aire libre y pidieron que las protegiéramos para que nadie las comiera hasta que llegaran a la parrilla, nos reímos. Sus hamburguesas veganas estaban a salvo con nosotros. Por eso admito que una parte de mí aprobó en silencio la decisión del presidente Trump de usar la Ley de Producción de Defensa para mantener abiertas las plantas de procesamiento de carne y aves. Esa parte de mí, que come carne, no sabe que puede haber vida sin carne, o al menos no una vida plena. Para mí, la comida es carne y la carne es comida. Pero luego pensé en Moochie, y me pareció incorrecto esperar que personas como él arriesguen sus vidas para que otros podamos seguir comiendo nuggets de pollo.
Sé que no será fácil renunciar a la carne. Romper un patrón de comportamiento instalado durante décadas no es una tarea sencilla. Honestamente, todavía se siente como una transición imposible, incluso cuando estoy escribiendo estas palabras.
De vez en cuando, las fuerzas que están más allá de nuestro control remodelan el mundo de maneras que no podemos anticipar. Eso es lo que está haciendo el coronavirus, nos guste o no. Cuando sucede algo importante, el cambio repentino puede ser aterrador. En ese estado, nuestro enfoque se centra principalmente en lo que probablemente perdamos, y las cosas que no queremos dejar porque nos han brindado consuelo durante mucho tiempo. Queremos ir al cine y sentarnos en restaurantes y gritarles a los jugadores de fútbol en los estadios abarrotados de gente y abrazar a amigos y decidir no lavarnos las manos después de usar un baño público, porque es lo que hemos hecho durante mucho tiempo. Y porque somos estadounidenses, maldita sea, y los estadounidenses podemos hacer lo que queramos.
En ese estado mental, dejamos poco espacio para nuevas posibilidades. No consideramos si nuestros hábitos son realmente necesarios, o si verdaderamente son vitales o sagrados solo porque los hemos hecho durante mucho tiempo. Tal vez hay una mejor manera de disfrutar de la compañía del otro que reunirse en una parrilla para almorzar. Tal vez hay una mejor manera de comer que hacer de la carne el centro de casi todas las comidas. Especialmente considerando que se cree que el coronavirus saltó de animales a humanos.
Nuestros cuerpos pueden sobrevivir sin comer carne de cerdo, vaca, pollo o cualquier otro tipo. Y hay razones para creer que los estadounidenses promedio podrían ser más susceptibles a los estragos del covid-19 debido al mal estado de salud, que ha sido causado en parte por fetichizar la carne. Sabemos que es un fetiche porque, aunque el presidente de Estados Unidos y los ejecutivos corporativos han estado tratando de obligar a los trabajadores vulnerables a exponerse al covid-19 para que podamos seguir comiendo carne, eso no generó una manifestación en contra. Pocos de nosotros protestamos o reparamos en el lado absurdo o inmoral de pretender que otros seres humanos se sacrifiquen para que los demás podamos seguir comiendo hamburguesas.
El coronavirus no es el primer virus que cambia el curso de la historia mundial y no será el último. Ha interrumpido nuestras vidas de manera terrible, y puede haber empujado al país a otra recesión económica. Es un recordatorio de que no tenemos el control de todo. Pero hay algunas cosas que podemos hacer, y cómo respondemos a esta pandemia es una de ellas. Como parte de esa respuesta, deberíamos reconsiderar nuestra relación con la carne y cuestionar los comportamientos que tenemos arraigados que nos han brindado consuelo, mientras eso expone a los más vulnerables a un riesgo mayor.