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Nota del editor: Fiana Garza Tulip es una profesional de relaciones públicas, marketing y ventas que en más de 20 años de carrera representó a varias de las compañías más admiradas, según la revista Fortune. Originaria de Texas con sede en Brooklyn, se graduó en la Universidad de Texas en Austin y la Escuela de Diseño Parsons. Las opiniones expresadas en esta columna son de la autora. Leer más opiniones CNNE.com/opinion

(CNN) – Cuando mi esposo y yo empacamos un auto rentado el 19 de julio, colocamos a nuestra hija de 11 meses en el asiento de niños y comenzamos a conducir desde Brooklyn, Nueva York, hasta Dallas, Texas, no pude evitar preguntarme cómo llegué hasta ahí. Iba a Texas en automóvil, en medio de mi cumpleaños número 40, con mascarillas y desinfectante de manos para despedirme de mi madre, Isabelle Papadimitriou, quien murió por covid-19 el 4 de julio.

Para los amigos y familiares de las víctimas de covid-19, las fallas en las políticas públicas y el liderazgo pueden verse oscurecidas por el dolor privado y jornadas agotadoras, que incluyen hacer arreglos para un funeral en medio de una pandemia.

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A eso se le suma la sensación de ser solo un caso en -al momento de escribir esto-, más de 16 millones en todo el mundo, y es sencillo ver cómo un ser querido puede convertirse en algo poco esencial para hacer una gran diferencia.

Pero quiero recordar a todos los que se vieron afectados personalmente por este virus, decirles que sus historias y voces son importantes y animarlos a que lo utilicen lo mejor que puedan para responsabilizar a nuestros líderes.

Una pandemia es una crisis de salud pública de escala inigualable que requiere una respuesta de liderazgo y política acorde con el desafío. En Estados Unidos, el presidente Donald Trump y los gobernadores eluden esa responsabilidad, minimizando la gravedad de la crisis y promoviendo una falsa narrativa de que debemos elegir entre la salud pública y la economía. Esto es más que irresponsable. Es totalmente erróneo y contribuyó a crear una situación en la que se produjeron innumerables muertes, incluida la de mi madre, una trabajadora en cuidados cardiopulmonares que murió de forma prevenible.

En marzo, en nuestro país, vimos con horror cómo el número de personas infectadas por el coronavirus se disparó en lugares como Nueva York y Nueva Jersey. California fue el primer estado en emitir una orden para quedarse en casa y poco después el país hizo lo mismo.

Fue entonces cuando consideré dejar el epicentro del virus en Nueva York e irme con mi familia a Texas. Era más seguro allí, después de todo. Eso fue hasta que el presidente y los gobernadores forzaron una estrategia de reapertura desconsiderada. Su impulso para reabrir, todo el tiempo minimizando la gravedad del virus y politizando intervenciones simples no invasivas para la seguridad como el uso de mascarillas, causaría picos de contagios en estados como Texas, Arizona y Florida.

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Durante las nueve horas de viaje que hicimos con mi familia por todo el país para despedirme de mi madre, me pregunté si las cosas podrían haber sido diferentes si hubiera ido a Texas. También me preguntaba si mi madre aún estaría viva si hubiera venido a visitarnos en junio como lo había planeado. Debido a que estábamos preocupados por el riesgo en Brooklyn, donde vivíamos, ella canceló su vuelo y se quedó en Texas donde los casos crecieron rápidamente. Poco después, se contagió de covid-19 de un paciente en el hospital donde trabajaba. Ella murió menos de una semana después. Casi al mismo tiempo, Nueva York reportó cero muertes nuevas por primera vez en meses.

Una semana después de la muerte de mi madre, una amiga compartió un artículo de noticias sobre una mujer llamada Kristin Urquiza, de Arizona, donde le reclamaba al presidente y al gobernador de ese estado Doug Ducey por la prematura muerte de su padre.

Junto al artículo, mi amiga escribió: “Por favor, dejen que su dolor mueva algo dentro de ustedes. A menos que encontremos formas de modificar el liderazgo nacional y local, habrá más sufrimiento y muertes innecesarias en los próximos seis meses. Mi corazón se rompe todas las mañanas”.

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Sin saber si alguien me escucharía, lancé un tiro en la oscuridad. Me puse en contacto con Kristin por Facebook para felicitarla por su coraje y, posiblemente, incluso para obtener algunas ideas sobre dónde y cómo canalizar mi ira.

“Me gustaría estar en contacto para poder seguir inspirándome para seguir luchando”, escribí. “Es difícil porque solo quiero llorar y sigo preguntándome por qué estoy tratando de ayudar a otros cuando no intentaron salvar a mi madre. Pero mi madre merece que se conozca su historia, al igual que tu padre. No tuvieron que morir. Lo sé”.

Por lo general, puede ser difícil rastrear una política o acción que genera el resultado de algo. Sin embargo, durante la pandemia, el vínculo entre la inacción federal y la mortalidad generalizada es más directo e inmediato que nunca. Es algo que literalmente se puede rastrear en cualquier portal con datos (no gubernamentales). Pero no se equivoquen: el fracaso del gobierno en implementar políticas probadas por la investigación no es nada nuevo. Hemos visto, por ejemplo, que cuando el gobierno se niega a aprobar un control de armas con sentido común o garantizar la atención médica universal, resulta en miles de muertes innecesarias cada año.

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Si la pandemia parece un punto de quiebre, puede deberse a que la respuesta de la nación es la culminación de una dinámica que definió la formulación de políticas federales durante décadas.

Se toma una decisión que crea un sistema dentro del cual operamos y construimos nuestras vidas. A partir de ahí, cada uno de nosotros da lo mejor con la información que tenemos disponible. La administración Trump, junto con gobernadores cómplices como Ducey, el gobernador de Florida Ron DeSantis, el gobernador de Texas Greg Abbott y el gobernador de Georgia Brian Kemp están tomando decisiones que permiten que las personas mueran y eso no es algo sobre lo que puedo permanecer en silencio.

Kristin lanzó “Marcados por el coronavirus”, una iniciativa creada para recopilar historias y elevar la verdad sobre el covid-19 en honor a su padre, Mark Anthony “Black Jack” Urquiza, quien perdió su batalla contra el virus en junio. El movimiento fue diseñado para impulsar un cambio cultural en torno a la prevención para salvar vidas.

Cuando Kristin y yo comenzamos a comparar notas sobre la ira que sentimos como resultado de la muerte de su padre y mi madre, ella me preguntó si quería escribir un “obituario honesto”, un obituario que responsabilizara a los funcionarios locales por las vidas perdidas. Dije que sí. También me preguntó si quería invitar al gobernador de Texas al funeral de mi madre para que él pudiera ver de primera mano cómo es perder a un ser querido por covid-19. También le dije que sí (al momento de escribir esto, no recibí una respuesta del gobernador Abbott).

Fue una decisión que me alegra haber tomado.

Cuando mi esposo y yo vimos el letrero de “Bienvenido a Dallas” el 21 de julio, cansados y exhaustos, miré hacia atrás en mis últimos días: había hecho un puñado de entrevistas con cadenas de noticias y periódicos locales, tenía una entrevista próxima en CNN, y ese mismo día leí una historia en la portada de The Washington Post a la que Kristin y yo habíamos contribuido.

Estaba responsabilizando a funcionarios electos ante la Casa Blanca por el fracaso de la crisis del coronavirus en Estados Unidos y exponiendo su liderazgo incoherente. Ya no estaba indefensa.

Es crucial que sigamos poniéndole caras e historias los casos y las muertes por covid-19 que vemos en gráficos y tablas en nuestras pantallas.

Gracias a Kristin, encontré mi voz. Gracias a mí, fui lo suficientemente valiente como para usarla. Y ahora se escucha la valentía y el heroísmo de mi madre.