Nota del editor: Jorge G. Castañeda es colaborador de CNN. Fue secretario de Relaciones Exteriores de México. Actualmente es profesor de la Universidad de Nueva York y su libro más reciente es “America Through Foreign Eyes”, publicado por Oxford University Press. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivamente del autor.
(CNN Español) – A pesar de algunas nuevas diatribas del presidente Donald Trump contra los mexicanos como portadores del coronavirus, y su insistencia de que sin el muro limítrofe la pandemia hubiera perjudicado más a Estados Unidos, la luna de miel entre el mandatario estadounidense y su par mexicano persiste.
La visita de Andrés Manuel López Obrador a Washington refrendó la postura mexicana de evitar, a toda costa, cualquier confrontación con Trump, y el anfitrión respetó los acuerdos tácitos anteriores de no humillar o criticar a su visitante.
A reserva de que surja un nuevo diferendo entre los dos gobiernos —en materia migratoria, de drogas, de seguridad o comercial— de aquí a las elecciones presidenciales de noviembre en Estados Unidos, no debe haber conflictos mayores entre ambos países. En este sentido, López Obrador debe sentirse satisfecho: cumplió su propósito.
El problema es que esta política de poner sistemáticamente la otra mejilla, de someterse a los más mínimos deseos del presidente de Estados Unidos y de postergar todas las diferencias para después, encierra costos. Conviene revisar algunos de ellos.
Ya explicamos hace unos días en esta columna cómo se ha incrementado el número de detenciones de mexicanos en la frontera entre los dos países.
Es evidente, como lo ha señalado la investigadora Shannon O’Neil, que se vislumbra una nueva crisis migratoria conforme se transforma el perfil de los migrantes: cada vez más mexicanos, jóvenes, varones y solos, que huyen de la crisis económica en México, mucho más severa que en Estados Unidos.
Si los números siguen creciendo, se antoja difícil creer que Trump no utilizará este tema en su campaña.
Asimismo, el auge de la violencia en México y la creciente desfachatez de organizaciones como el cártel Jalisco Nueva Generación, aunado al aparente crecimiento de los envíos de drogas sintéticas —sobre todo fentanilo y metanfetaminas— a Estados Unidos vía México, auguran un panorama preocupante.
Es muy posible que Trump también utilice la crisis de los opioides en su campaña, ya que afecta una de sus bases de apoyo más importantes: los varones blancos de más de 60 años sin título universitario. Y México sería un chivo expiatorio natural, al mismo tiempo que el muro constituiría la supuesta solución al problema.
La reciente decisión de López Obrador de militarizar las aduanas mexicanas y en particular la de entregar la administración de los puertos a la Marina —la corporación en la que más confía Washington—podría ser el resultado de una presión ejercida por Trump durante la visita del presidente de México.
Enseguida, a pesar de la entrada en vigor del T-MEC, el primero de julio, los diferendos comerciales entre los dos países no han cesado. Más bien, se agravan. Por un lado figuran las desavenencias sobre los mecanismos de “implementación” o “enforcement” del tratado en materia laboral y ambiental. Los demócratas aprobaron el acuerdo gracias a que Trump y López Obrador aceptaron una serie de mecanismos muy estrictos y expeditos destinados a elevar salarios en México, a permitir elecciones libres y secretas en los sindicatos, a impedir el trabajo infantil y a obligar al cumplimiento de normas ambientales rigurosas.
Ellos ya presionan a Trump para que este conjunto de mecanismos funcione de inmediato. A ello se había comprometido el representante especial para el Comercio ante el Congreso pocos días antes de la entrada en vigor del tratado. Pocas empresas mexicanas se encuentran con posibilidades de cumplir con estas normas.
Por otro lado, se expande la lista de empresas estadounidenses y canadienses —sobre todo de energía— con litigios en México por nuevas disposiciones o decisiones tomadas por el gobierno de López Obrador.
Trátese de generadoras de electricidad tradicionales o renovables, a quienes les han cambiado las reglas del juego y las tarifas, o de empresas petroleras en constante litigio con Pemex, el monopolio petrolero estatal mexicano, u otros inversionistas con intereses en México; todas acuden a la Casa Blanca para que Trump interceda a su favor ante las autoridades mexicanas.
De nuevo, existen rumores de que Trump sí tocó algunos de estos temas durante sus conversaciones en la Casa Blanca con López Obrador, pero lo que es seguro es que seguirán las quejas, las demandas y las presiones de empresas estadounidenses frente a los cambios en México.
Por último, López Obrador eliminó parte de un conflicto en potencia al dar por terminado el acuerdo entre la Ciudad de México y el Gobierno de Cuba sobre la presencia de unos 600 médicos cubanos en la capital mexicana.
Dos senadores estadounidenses de origen cubano, Ted Cruz y Marco Rubio, presentaron, junto con Rick Scott, un proyecto de ley que contempla sanciones a aquellos países que reciban a médicos cubanos sin examinar sus condiciones de pago, de trabajo y de respeto a sus derechos humanos.
México, obviamente, no cumplía con esas condiciones y probablemente los cubanos fueron enviados a casa por ese motivo. Pero puede que algunos médicos de la isla aún permanezcan en México, y no es imposible que el conflicto se vuelva a plantear si el Senado en Washington aprueba la ley propuesta por Rubio, Cruz y Scott.
Así, no faltan posibles fuentes de conflicto entre México y Estados Unidos antes de que concluya el gobierno de Trump, en caso de que gane Joe Biden, el virtual candidato demócrata. Y de ser el caso, se abrirá un nuevo capítulo, en el cual México pagará —qué tan caro no sabemos— el haber apoyado abiertamente a Trump, como lo hizo López Obrador en Washington.