Nota del editor: Luis Germán Naranjo es Biólogo marino de la universidad Jorge Tadeo Lozano, con una maestría en ecología animal y un doctorado en ecología evolutiva de New Mexico State University y fue profesor durante casi 20 años en el Departamento de Biología de la Universidad del Valle. Dirigió un par de años los programas internacionales de American Bird Conservancy y desde 2001 trabaja para WWF Colombia, en donde es Director de Conservación y Gobernanza. Ha publicado más de 150 artículos y libros científicos y de divulgación y actualmente escribe una columna mensual para Semana Sostenible. Gracias a sus 40 años de experiencia profesional, es uno de los naturalistas más reconocidos del país y por ello fue nombrado Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Las opiniones expresadas en este comentario son suyas.
(CNN Español) – Desde 1998, cada dos años la WWF entrega al mundo un mensaje sombrío. A través del Informe Planeta Vivo (LPR, por sus siglas en inglés), la organización señala que la declinación de la diversidad biológica y la huella de la humanidad sobre el planeta son cada vez más alarmantes. Durante un par de semanas, esta información es noticia y luego —a medida que los asuntos apremiantes de la cotidianeidad ocupan la atención siempre dispersa del público— cae en el olvido.
La sociedad global, cada vez más concentrada en el entorno artificial de las ciudades, carece de un referente que le permita entender la gravedad de esta información y actuar en consecuencia. La desconexión entre la vida urbana y los ecosistemas que la circundan es evidente y por eso, la relación entre la disminución de las poblaciones de animales silvestres y el bienestar de la sociedad es algo difícil de apreciar para una inmensa mayoría.
O al lo menos lo fue hasta este año. La emergencia sanitaria global producida por la rápida expansión del Sars-Cov-2 hizo que la humanidad vislumbrara el aterrador escenario al que se enfrenta cuando la disrupción causada por sus acciones sobre el funcionamiento de los ecosistemas se sale de control.
La publicación de una nueva edición del LPR es entonces oportuna y su mensaje, basado en la mejor evidencia científica disponible, resuena con más claridad que nunca. Pues si bien trae una actualización de los indicadores habituales de este documento, esta vez contiene también elementos que pueden hacer que la humanidad adopte una mirada distinta sobre su relación con el mundo que habita.
Este año el informe es una colección dirigida a diferentes públicos. Además de la versión completa y el resumen ejecutivo, incluye un documento para niños y jóvenes, otro con testimonios y reflexiones individuales y dos textos adicionales que ofrecen una lectura en profundidad de otros tantos ángulos del informe.
En todos ellos, la conclusión es inequívoca. El índice “Planeta Vivo” muestra el declive continuo de las especies de animales vertebrados. Globalmente, las poblaciones estudiadas de mamíferos, peces, aves, reptiles y anfibios han disminuido 68% —en promedio— de 1970 a 2016; en América Latina y el Caribe esta cifra es aún más alarmante, con una disminución promedio del 94%. Y aunque los impulsores de pérdida de la biodiversidad son los mismos en todo el mundo, los países que están intentando acelerar su desarrollo económico sufren con mayor intensidad sus impactos.
Pero esta interpretación, que repite lo dicho en ediciones anteriores del LPR, en esta ocasión se sustenta con argumentos que demuestran hasta dónde la declinación de la biodiversidad se traduce en riesgos evidentes para la humanidad. Los organismos del suelo, muchas especies de plantas y los insectos, también están disminuyendo, lo que pone en riesgo la continuidad de muchos procesos de los que todos dependemos. La desaparición de organismos del suelo afecta los ciclos de nutrientes, lo que a su vez puede disminuir la producción vegetal y si algunos insectos se extinguen, muchas plantas perderían la capacidad de reproducirse.
El énfasis que hace el informe en estos otros conjuntos de seres vivos es uno de sus aspectos más importantes. Al depender de suelos saludables, irrigación, organismos polinizadores y control biológico de plagas, la producción mundial de alimentos puede colapsar en la medida que los ecosistemas dejen de ser resilientes a consecuencia de prácticas agropecuarias inadecuadas.
La deforestación y degradación de ecosistemas, el desperdicio y contaminación del agua, gran parte de las emisiones de gases de efecto invernadero y la expansión de especies invasoras, son algunos de los factores que hacen de nuestros sistemas alimentarios uno de los factores principales de la pérdida de la biodiversidad.
En este mismo sentido, el LPR resalta que la salud humana es inseparable de la salud del resto de la naturaleza, como lo hemos aprendido dolorosamente con esta pandemia de covid-19. Si, como lo dice la Organización Mundial de la Salud (OMS), entendemos que “salud” es el estado completo de bienestar físico, mental y social —y no solamente la ausencia de enfermedad— es claro que el futuro de nuestra especie depende de la forma en cómo nos relacionamos con el resto de los seres vivos.
Por esta razón, el subtítulo de esta edición –“Revirtiendo la curva de pérdida de la biodiversidad”– debería convertirse en un propósito colectivo de la sociedad global. En su edición de 2020, el LPR examina el impacto que tendrían seis escenarios posibles de futuro, desde las formas actuales de producción y consumo hasta un portafolio que combina la producción y el consumo sostenible con el incremento de acciones de conservación, sobre los indicadores de estado de la biodiversidad.
El resultado de estos modelos es contundente y esperanzador. Es urgente asumir, a toda costa, la tarea colectiva de frenar y revertir la trayectoria descendente de estos indicadores durante los próximos diez años, de forma tal que, para finales del siglo, se encuentren en franca recuperación. Si queremos asegurar una segunda oportunidad sobre la Tierra para la especie humana, debemos iniciarla de inmediato.