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Donald Trump

Donald Trump

OPINIÓN | Hasta dónde pueden llevarnos las mentiras

Por Roberto Izurieta

Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España, y fue asesor de los presidentes Alejandro Toledo, de Perú; Vicente Fox, de México, y Álvaro Colom, de Guatemala. Izurieta también es colaborador de CNN en Español. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor. Ver más opiniones en cnne.com/opinion

(CNN Español) -- El gobierno de Donald Trump siempre pareció destinado a terminar mal. Con la toma del Capitolio del 6 de enero, se cumplió ese pronóstico con fatalidad. Trump cultivó una retórica nacionalista y alentó a varios grupos racistas. Trump fue acusado formalmente por la Cámara de Representantes de incitar a la insurrección.

El expresidente dijo desde su campaña de 2016 que solo aceptaría el resultado electoral si él era el triunfador. Hizo lo que anunció, pero eso no le quita responsabilidad, sino que la agrava. Negó los resultados, a pesar de haber sido confirmados en varios procesos judiciales y hasta en la Corte Suprema, tres de cuyos magistrados él mismo designó. Lo más grave fue cuando, culminado el proceso de proclamación de Biden y Harris por el Colegio Electoral y ya sin tener más opciones judiciales, convocó a una gran marcha en Washington para alentar a los pocos obstinados miembros del Congreso que estaban dispuestos a continuar con su propósito de no reconocer el resultado. Lo que debió haber sido un proceso ceremonial el 6 de enero en el Congreso terminó siendo un día negro para la historia de EE.UU.

El discurso de Donald Trump ese día fue claramente incendiario y fue peor aún el de su abogado personal Rudy Giuliani: todo esto terminó con violencia e insurrección. Donald Trump dejará el poder, pero lo que hemos vivido nos exige reflexionar sobre una serie de hechos que han permitido llegar hasta donde se llegó este 6 de enero.

Según el diario The Washington Post, el expresidente Trump hizo más de 30.000 afirmaciones falsas o engañosas durante su mandato constitucional. Es imposible subestimar el daño que esta mezcla de falsedades, mentiras y engaños ha causado en la democracia. Para que una democracia funcione, es fundamental que los representantes de la ciudadanía respondan adecuadamente por sus acciones e informen sobre los hechos y políticas.

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Hoy vivimos a diario en EE.UU. un auténtico ataque a la verdad o, mejor dicho, a las verdades. Hay varias esferas, cada una de las cuales tiene diferentes reglas, procedimientos o modos de seleccionar textos y autoridades para determinar sus verdades. Por ejemplo, las ciencias naturales, las ciencias sociales y las humanidades son esferas que establecen la verdad que buscan, cada cual a su modo. Por supuesto, esto no quiere decir que en cada una de estas esferas no haya disputas, a veces irreconciliables, y que lo que se considera verdad en un período se considere falso en otro. Hay otras esferas más, como la religión, el periodismo o la jurisprudencia. Y también está la esfera de la cotidianidad, de acuerdo con la cual sabemos que el café está en la primera repisa y que es falso que está en la segunda.

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El régimen de la falsedad es totalitario, en el sentido de que arrasa todas las esferas. El totalitarismo no reconoce competencias y no se autolimita en sus afirmaciones, aunque no tiene en lo absoluto las competencias para disputar verdad alguna en ninguna esfera. El totalitarismo puede declarar que cualquier verdad es fake news. Si es necesario, puede negar el cambio climático con tan solo declarar que es cuento. Si se le antoja negar la evolución natural de las especies, pues le basta con decir que se trata de una opinión, y que la Biblia tiene su versión, como si esas dos esferas, la ciencia y la religión, tuvieran algo en común sobre lo que se pueda disputar; como si la verdad que buscan fuera la misma, y como si fuera sensato leer la Biblia como un tratado científico. Si es necesario desacreditar a un juez basta con señalar falsamente que el juez que estaba por dictarla es mexicano (o que hay alguna conspiración oculta de por medio). Si es necesario decir que Stormy Daniels no recibió un pago, pues se miente. Y para ganar, aunque haya perdido, este régimen de terror epistemológico puede declarar que Biden perdió, a pesar de que todas las autoridades judiciales y electorales hayan afirmado lo contrario.

Esta práctica de la falsedad, la mentira y el engaño pone un abismo entre las personas que vuelven irresolubles los conflictos sociales por vías políticas, o sea pacíficas. Las divisiones se vuelven infranqueables. Es como discutir con alguien que se ha convencido de que la Tierra es plana. No hay evidencia posible que pueda hacer que una persona que verdaderamente quiere defender esa hipótesis cambie de opinión. Lo que sucede es que la gente que es así no acepta las reglas de las esferas establecidas de la verdad ni las de la ciencia moderna como las del sentido común cotidiano. La misma rebeldía epistemológica transferida a la política nos pone ante una brecha que -a fin de cuentas- solo se puede franquear con la fuerza, como la violencia de los rebeldes que irrumpieron en el Capitolio, como la fuerza del Estado, que los está capturando. Este uso desmedido de la falsedad es -en realidad- la amenaza de una guerra civil. Que se dé o no, eso es otra cosa y depende de nosotros, los ciudadanos.

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Imposible desenmarañar causas y efectos, al menos sin una teoría más o menos fundada de la historia. Pero sí podemos señalar un elemento central en esta descomposición: la cultura política del complejo mediático de extrema derecha. Aquí no hay una simetría, como lo demuestra un estudio reciente. Mientras que hoy hay un grupo de organizaciones de medios que van del centro hacia la izquierda, con muchas referencias cruzadas a los medios tradicionales que mantienen estándares aceptados, en el otro lado hay relativamente más organizaciones extremistas y menos nexos con el periodismo tradicional, con el reportaje periodístico serio y veraz. Ese complejo mediático de ultraderecha genera un torrente de falsedades, mentiras, engaños y, por supuesto, teorías de la conspiración. Más que poner la culpa del actual estado de cosas en las nuevas plataformas como Twitter o Facebook, haríamos bien en entender la cultura política de las bases y de la élite de esa extrema derecha, que de conservadora no tiene nada. Richard Hofstadter, en The Paranoid Style in American Politics (¡de 1954!), termina el capítulo titulado The Pseudo-Conservative Revolt con estas palabras: “Sin embargo, en una cultura populista como la nuestra, que parece carecer de una élite responsable con autonomía política y moral, y en la que es posible explotar las corrientes más salvajes del sentimiento público para fines privados, es al menos concebible que una sociedad altamente organizada, una minoría vocal, activa y bien financiada podría crear un clima político en el que la búsqueda racional de nuestro bienestar y seguridad se volvería imposible”. 

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