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OPINIÓN | La búsqueda infructuosa de una cita para vacunar a mis padres

Por Christian Ibarra

Nota del editor: Christian Ibarra es escritor y periodista puertorriqueño. Ha trabajado y publicado sus artículos en varios medios locales e internacionales como El Nuevo Día y Univision Noticias, entre otros. Es autor de los libros de cuentos: "La vida a ratos" y "Ventanas". Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.

(CNN Español) -- El 11 de diciembre de 2020, la piel se me puso de gallina cuando recibí en mi celular la notificación de que la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA) autorizó el uso de emergencia de la vacuna de Pfizer-Biontech contra el covid-19. “Por fin podré abrazar a mis padres”, pensé. La emoción, aunque inmensa, duró poco.

Y es que, de un tiempo para acá, en Puerto Rico cargamos el derrotismo como bandera. Y tenemos nuestras razones. Basta recordar las nefastas acciones de dos gobernadores consecutivos que no respondieron de forma efectiva al huracán María en 2017, ni a los terremotos de 2020 en el sur de la isla, como tampoco a la pandemia, hasta ahora.

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Al mando de la fallida respuesta de estos eventos estuvieron Ricardo Rosselló y Wanda Vázquez Garced. Aquella esperanza del 11 de diciembre, pues, ahora se empaña con la búsqueda infructuosa de una cita para vacunar a mis padres.

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Mi padre tiene 83 años y es paciente de alzhéimer. Mi madre tiene 67 y padece condiciones crónicas de salud. Tan pronto llegó la vacuna a la isla el 14 de diciembre, el Gobierno de Puerto Rico ya había trazado un plan para enfrentar la pandemia de la mano, esta vez, del nuevo gobernador Pedro Pierluisi.

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En la foto: Carlos Ibarra, de 83 años, y
Blanca Delgado, de 67 años.

El plan contempla distribuir las vacunas en varias etapas, que a grandes rasgos son las siguientes: 1A, los profesionales de la salud, los trabajadores de hospitales y el personal que viva y trabaje en centros de cuidado prolongado; 1B, policías, trabajadores de emergencia, empleados del Departamento de Educación; y 1C, personas con enfermedades crónicas, problemas respiratorios, pacientes renales y personas inmunocomprometidas.

Sin embargo, lo que no se contempló en un principio como prioridad inmediata en las fases de vacunación fue a las personas mayores de 65 años. Esto me extrañó muchísimo, ya que Puerto Rico cuenta, según la Oficina del censo, con 679.656 personas mayores de 65 años. Eso es el 21,28% de la población de la isla.

Posteriormente, el 2 de febrero, Carlos Mellado, el secretario de Salud designado de Puerto Rico anunció que durante los 28 siguientes días solo se vacunaría a los mayores de 65 años. Una respuesta frente a la escasez de dosis de la vacuna.

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En Puerto Rico se habían registrado más de 88.000 casos confirmados de covid-19 y 1.867 personas habían muerto a causa de la enfermedad, según reportes de Departamento de Salud del 5 de febrero. En una isla de casi 3,2 millones de habitantes, no es raro que conozcamos a alguien cercano que haya perdido a un ser querido a causa del virus. Lejos de sobrepasar de manera efectiva la pandemia, el miedo es latente y los fallecidos en los últimos días dan pie a que, al igual que yo, muchos hagamos lo indecible para conseguir una cita de vacuna para nuestros familiares ancianos.

Una canción del músico dominicano Juan Luis Guerra resume muy bien dicha búsqueda. Porque conseguir una cita de vacuna se parece a tratar de cruzar el "Niágara en bicicleta".

El 10 de enero, el Gobierno de Puerto Rico decidió darle prioridad en primera fase de vacunación a los adultos mayores de 65 años, con especial énfasis en los mayores de 75 años. Ese mismo día, el Departamento de Salud publicó las listas de proveedores que estarían a cargo de la vacunación. Por supuesto, inmediatamente llamé.

Toda la tarde estuve llamando y nadie al otro lado de la línea me respondió. En paralelo, llamé a una farmacia porque el Gobierno explicó que ellos también tendrían en sus hombros buena parte del proceso de vacunación. Para mi sorpresa, no encontré voz humana al otro lado. Solo una voz automatizada que indicaba que aún no había información sobre las vacunas contra el covid-19.

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En los días siguientes he pedido ayuda en Twitter y Facebook. He llamado a hospitales, universidades, farmacias de la comunidad y organizaciones independientes. En todos los lugares obtengo la misma respuesta: “Llene el formulario y nos comunicaremos con usted”. A este punto, ya lleno los formularios con inusual rapidez, pero en ningún caso me han respondido con la anhelada cita.

Aunque el Financial Times colocaba a Puerto Rico el 5 de febrero en la décimoquinta posición mundial en número de vacunas administradas por habitante, esa claramente no ha sido mi experiencia. Al momento, según datos del Departamento de Salud se han distribuido más de 339.000 vacunas. Las autoridades sanitarias de la isla han reconocido que se necesitan más.

Si bien es cierto que es motivo de celebración el que la ciudadanía se vacune de forma masiva, en Puerto Rico el proceso se ha desarrollado con una desorganización pasmosa. Basta con leer los comentarios de la gente en las redes oficiales del Gobierno para calibrar la ansiedad, el desespero y la desinformación que impera en la población.

 

Las autoridades sanitarias de Puerto Rico reconocen los inconvenientes y han hecho un llamado a la ciudadanía para que espere su turno

Aunque tengo amistades que han podido vacunar a sus padres, esto parece ser más bien producto de la buena fortuna que de un sistema y una estructura robusta para llevar a cabo el proceso.

Hace unas semanas me atendía en una oficina dental y conversaba con una de las enfermeras. Para mi sorpresa, tampoco había podido vacunarse a pesar de que el personal de salud y de los servicios de emergencia están incluidos en la fase inicial de vacunación. Ella, al igual que yo, aún soñamos con sentir el abrazo de nuestros padres después de un año.