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OPINIÓN | México vuelve a comprometerse a realizar el trabajo sucio que le exige Estados Unidos

Por Jorge G. Castañeda

Nota del editor: Jorge G. Castañeda es colaborador de CNN. Fue seretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003. Actualmente es profesor de la Universidad de Nueva York y su libro más reciente, “America Through Foreign Eyes”, fue publicado por Oxford University Press en 2020.

(CNN Español) -- A principios de esta semana llegaron a México las primeras dosis de vacunas “prestadas” por el presidente Joe Biden a su colega Andrés Manuel López Obrador. Un millón y medio de vacunas de AstraZeneca fueron enviadas por avión desde Estados Unidos; se trata de un cargamento inicial que será complementado por otro, más adelante, de un millón de dosis adicionales. Es el resultado de un acuerdo entre los dos gobiernos anunciado el 19 de marzo, el mismo día que también se hicieron públicas una serie de decisiones de las autoridades mexicanas en materia migratoria.

Estas medidas incluyeron, entre otras, el cierre de la frontera entre México y Guatemala para todo tránsito de personas “no esenciales”; el envío de aún más militares y policías mexicanos al sureste del país para impedir el paso de los migrantes; una mayor disposición de México a aceptar de nuevo a menores centroamericanos no acompañados o en familia en instalaciones del Instituto Nacional de Migración (a pesar de una nueva ley que lo prohíbe); y, en general, una cooperación más estrecha entre ambos países para detener el flujo centroamericano.

Voceros de los dos gobiernos se apresuraron a afirmar que no se trataba de un quid pro quo: vacunas por centroamericanos. Pero para el de Estados Unidos fue más difícil negar lo obvio –los medios estadounidenses insistieron en subrayarlo, aunque en México no fue el caso–. Pronto surgieron interrogantes viejas, de la época de Trump, o nuevas. Los 8.000 militares y policías ¿se sumaban a los otros 25.000 que siempre citaba el expresidente Trump como el apoyo que le brindó AMLO? ¿Ya habían sido retirados aquellos? ¿Cuándo y por qué? Biden reveló en su conferencia de prensa de la semana pasada que México se negaba a recibir a los menores que no fueran mexicanos, acompañados o no, pero que se seguía negociando; ¿ha sucedido algo? ¿Qué haría México para detener el flujo de mexicanos, que constituyeron el 60% de los detenidos por las autoridades estadounidenses en noviembre, diciembre, enero y febrero?

En cuanto a las vacunas, también surgen dudas. En primer lugar, para un país de 126 millones de habitantes, 2,5 millones de dosis es una bicoca. En segundo término, aflora un gran número de cuestionamientos sobre la vacuna de AstraZeneca en todo el mundo, empezando por el propio Estados Unidos, cuyo regulador, la Administración de Medicamentos y Alimentos, no ha aprobado ni siquiera el uso de emergencia. Parecía que Biden le enviaba a López Obrador las dosis de una vacuna no está aprobada en su país (aunque sí en México) y que su propio gobierno se resistía a aplicar.

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Más de estas interrogantes y del carácter inmoral -o en el mejor de los casos, transaccional- del cambalache, es evidente que esta primera negociación entre el nuevo Gobierno estadounidense y el de México arrojó resultados ambivalentes. Por un lado, López Obrador obtuvo lo que más le urgía, a saber, un número pequeño, pero no insignificante de vacunas, en un corto plazo. En vista de la extrema lentitud del proceso de vacunación en México y de las enormes dificultades que el Gobierno mexicano ha experimentado para conseguir dosis de cualquier tipo, no es poco. No obstante, México vuelve a comprometerse a realizar el trabajo sucio que le exige Estados Unidos, con mayor amabilidad que antes, pero trabajo sucio al fin. En algún momento, seguramente, veremos proliferar de nuevo los campamentos y hacinamientos de migrantes en condiciones abominables del lado mexicano de la frontera entre ambos países. Asimismo, al vigorizarse de nuevo el patrullaje en la frontera sur mexicana, reaparecerán como siempre sus secuelas acompañantes: más corrupción, más extorsiones a migrantes, más violaciones de derechos humanos.

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Para Washington, el arreglo permite esperar un relativo, pero innegable aumento en la cooperación mexicana para controlar la migración centroamericana, y limitar el daño en la imagen y en las encuestas que la llamada crisis migratoria le ha infligido a Biden. El costo es prácticamente nulo, ya que 2,5 millones de vacunas son apenas lo que Estados Unidos aplica en un día, y hoy dispone de un inventario enorme de antígenos. El problema es otro.

Biden y López Obrador no han disfrutado de una buena relación. En julio de 2020 el mandatario mexicano visitó a Donald Trump en la Casa Blanca en lo que fue visto por muchos como un espaldarazo a su campaña de reelección. AMLO fue uno de los últimos líderes mundiales en felicitar a Biden por su victoria, y uno de los últimos en condenar la insurrección en el Capitolio el 6 de enero. En vista de que ambos velan por los intereses de sus respectivos países tal y como los entienden, su relación ha tendido a normalizarse. Pero es delicada. Biden sabe que necesita a López Obrador para el tema inmigratorio, y que no puede permitirse el lujo de hacer cualquier cosa que lo irrite.

Al verse obligado a ser amistoso, Biden renuncia en los hechos a proceder de la manera más eficaz para atender el problema de fondo: la creciente migración mexicana, de varones solteros mayores de edad, provocada por el derrumbe de la economía mexicana, por la violencia generalizada en México, por la pandemia misma y por el inminente boom económico estadounidense. Buena parte de estos factores es el producto directo de las decisiones desastrosas de López Obrador, tanto en política macroeconómica como de salud y de repetidas burlas al estado de derecho. Solo Biden le puede pedir que cambie su rumbo. Pero eso irritaría sin medida a López Obrador, induciéndolo tal vez a dejar pasar a los centroamericanos. Biden no puede correr ese riesgo, pero tampoco puede hacerse de la vista gorda ante el descalabro mexicano.

Posponer cualquier advertencia a AMLO es posponer soluciones a los verdaderos problemas. Actuar ahora entraña correr el riesgo de que cualquier intento de convencer a López Obrador pueda fracasar, resultar contraproducente o provocar una reacción inesperada.

Pobre Biden, tan lejos de una solución inmigratoria y tan cerca de López Obrador.