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Nota del editor: Mari Rodríguez Ichaso ha sido colaboradora de la revista Vanidades durante varias décadas. Es especialista en moda, viajes, gastronomía, arte, arquitectura y entretenimiento, productora de cine y columnista de estilo de CNN en Español. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivamente suyas. Lee más artículos de opinión en cnne.com/opinion.

(CNN Español) – Hoy me gustaría reflexionar sobre nuestro estilo de vida, pues a medida que pasa el tiempo (aunque ya desde que era niña comprendía estas cosas) me he dado cuenta de que la vida —como debe vivirse— no es sino una sucesión de “momenticos” muy especiales, que nos tocan el corazón. Y me refiero a esa sensación encantadora que se siente en el mismo medio del pecho, igual que en los ojos.

Y uso el diminutivo, porque son momentos muy breves, pequeñísimos. Emociones que duran uno o dos segundos, naciendo como un rayo dentro de uno, de forma muy espontánea, y con la misma echan a volar el espíritu con una alegría tan inexplicable, tan bella y tan intensa, que cuando la siento la comparo al estado de nirvana que debe sentirse, o en el prometido paraíso.

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Les comento esto, porque mientras más me detengo a disfrutar “las cosas pequeñas”, más de ellas vienen a mí. Es como desencadenar una catarata incontenible. Y se multiplican una y otra vez, aunque lo que haya provocado este momento de emoción sea algo sin mucha importancia.

Mientras más me detengo a disfrutar de una frase en un libro, o me regodeo en el placer de un artículo de periódico bien hecho, una imagen preciosa, una persona positiva —o tan solo una señal de una estética exquisita, como puede ser un lindo diseño, una vidriera de cosas lindas, o un cuadro—, ¡me siento mejor y mejor!

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Por eso adoro lugares —como París o Venecia— donde encontramos refinamientos de una estética milenaria en mil detalles. En una simple y bien almidonada servilleta de hilo. Una taza blanca y reluciente en un viejo café del siglo XVIII. Un poste con una lámpara centenaria. Un arco antiguo en un barrio histórico. Y la fragancia de una antigua perfumería, llena de cristales y maderas pulidas y unas antiquísimas y muy femeninas cortinitas de encaje hecho a mano. Y lo mismo me ocurre en el tan civilizado Londres, en el “momentum” tan exquisito que es la ceremonia del High Tea.

Y me ocurre cada vez que pongo mis pies en un museo, o en una biblioteca pública, o en una galería… ¡O cuando leo los periódicos en Internet, y me pierdo en el milagro que encuentro! Las tantas maravillas que me muestran, por las que podría quedarme sin salir de casa día tras día, viajando por las visitas virtuales a lejanos museos, o leyendo de nuevos libros o de arquitectos que están revolucionando la visión del mundo que vivimos.

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Por ejemplo, ayer, la simplicidad y a la vez la sensualidad de los colores y las telas colgantes de una imagen en un libro de un cuadro de Claudio Bravo, refleja perfectamente lo que he tratado de explicarles y sin duda me provoca un intenso placer.

¿Cómo es posible aburrirse en este mundo maravilloso que habitamos? Fíjense que tan solo escribirles sobre estas emociones, ¡ya es en sí un momento divino en que he disfrutado al máximo mi vida en los minutos que me ha tomado escribir este post!