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02:06 - Fuente: CNN

Nota del editor: Ian Johnson es el investigador principal de la Beca Stephen A. Schwarzman para Estudios de China en el Consejo de Relaciones Exteriores. Trabajó durante 20 años como periodista en China y ganó un Premio Pulitzer por su cobertura. Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen al autor. Lee más artículos de opinión en cnne.com/opinion.

(CNN) — La guerra en Ucrania ha dado lugar a nuevos llamados para que China se involucre en la crisis internacional, mientras los comentaristas discuten cómo el país se encuentra en una buena posición para negociar el fin de los combates. De hecho, algunos políticos también han coincidido en esa petición: el ministro de Relaciones Exteriores de Ucrania supuestamente le pidió a China que se involucrara. Y este martes los líderes europeos mantuvieron una videollamada con el líder de China, Xi Jinping, en un esfuerzo por mantener informado a ese país.

Todas estas ideas tienen sentido… pero es probable que fracasen. Y se debe a que China, lejos de poder actuar decisivamente en el escenario mundial, sufre de un vacío de liderazgo crónico que la deja paralizada para actuar frente a las crisis globales.

Cuando la guerra comenzó, hace casi dos semanas, la respuesta de China fue abrumadoramente predecible: Occidente tiene la culpa, las sanciones son contraproducentes y “todas las partes” deberían usar la moderación (como si esta fuera una disputa entre iguales y ambas partes tuvieran responsabilidad). Al principio, era posible ver a China simplemente atrapada en un dilema: forzada a caer en clichés porque el comportamiento de Rusia la dejó sorprendida, pero poco dispuesta a criticar a su amigo más cercano.

Sin embargo, 10 días después, el ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi, redobló su apoyo a Moscú. Y este lunes calificó a Rusia como el “socio estratégico más importante” de su país. Como respuesta a las crecientes esperanzas de que China podría usar su influencia con Moscú para mediar en el conflicto, el canciller dijo que la nación podría hacerlo “cuando sea el momento adecuado”. En otras palabras, no en un período significativo que detenga el derramamiento de sangre.

La reticencia de China no es nueva. Durante décadas, los líderes de Occidente presionaron a China para que fuera un socio estratégico o una parte interesada en el orden internacional global. Muchos imaginaron que tarde o temprano China estaría a la altura de las circunstancias. Y, en una emergencia como la actual, sus diplomáticos utilizarían sus buenos oficios para resolver una crisis global.

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Pero la realidad es que China está tan obsesionada con un conjunto estrecho de temas que no puede ser más que un actor de carácter en el escenario internacional, al aparecer en algunos roles específicos, pero de resto fuera de su alcance.

China reacciona con contundencia respecto a dos cuestiones internas principalmente: Taiwán y los derechos humanos. Los países que no siguen la línea de China sobre Taiwán ––es decir, que debe regresar a su dominio, independientemente de lo que piensen sus residentes–– son acosados sin piedad. Miremos, por ejemplo, la paliza económica de China a Lituania, que tuvo la temeridad el año pasado de permitir que Taiwán usara su nombre en una oficina de representación que abrió en la capital, Vilnius. China insiste en que los otros países solo permitan a Taiwán llamar a sus oficinas “Taipei”, en honor a su ciudad capital, como si fuera solo una provincia.

Sobre el otro tema central de derechos humanos: cualquiera que argumente que son universales se está entrometiendo en los asuntos internos de China. Para ello, Beijing apoya a otros países que también reciben críticas por violar la declaración. Esto, bajo la premisa de que estos también son sus asuntos internos.

Pero, la mayoría de los demás asuntos no le importan realmente a China. Drogas, terrorismo, salud pública, cambio climático: China tiene intereses en todos estos temas, pero rara vez toma la iniciativa de liderarlos. En el mejor de los casos, ofrece algunas ideas y luego sigue los tratos alcanzados por otros países.

Este enfoque miope en las preocupaciones internas se ha pronunciado especialmente bajo Xi Jinping. Justamente, el líder menos cosmopolita que ha dirigido la República Popular en casi medio siglo.

El sistema actual de China se lanzó a finales de la década de 1970 bajo Deng Xiaoping, quien estaba dispuesto a flexibilizar el control del Partido Comunista sobre la sociedad para permitir que China prosperara. Los dos sucesores que cuidadosamente seleccionó Deng, Jiang Zemin y Hu Jintao, tenían sus defectos, pero también planteaban ideas relativamente similares sobre ampliar el atractivo del Partido Comunista y buscar mejores lazos con sus países vecinos.

Xi no tiene ninguno de estos instintos. Educado por uno de los padres fundadores del país, es el primer líder que nació y se crió en la República Popular. Tiene una educación relativamente limitada, lo que no es culpa suya porque se debió a la agitación política de los años de Mao. Pero esto sigue siendo revelador. Cuando la agitación terminó, a fines de la década de 1970, su padre bien conectado lo volvió a encarrilar hacia el éxito, con trabajos destacados uno tras de otro.

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La visión de Xi se centra esencialmente en recrear el Partido Comunista Chino de la generación de su padre. Poco después de que el partido tomara el poder en la década de 1950, según el mito, era incorruptible, popular y estaba firmemente a cargo de la sociedad.

Con ese objetivo, la meta principal de Xi está en fortalecer el control del partido sobre la economía, la política, la educación y las áreas minoritarias como Xinjiang, o regiones relativamente autónomas, como Hong Kong. A su manera, la visión de Xi es ambiciosa en su esfuerzo por hacer retroceder el reloj de 40 años de reformas. Pero, es una ambición limitada y centrada en el interior. Como dice la académica australiana Geremie Barmé: es un “imperio del tedio”.

Por eso resulta ilusorio pensar que China puede desempeñar un papel constructivo en Ucrania. Sobre el papel, tiene sentido. China es el último gran mercado de Rusia ahora que Occidente ha cortado en gran medida los lazos con el Kremlin. Los diplomáticos de Xi podrían captar fácilmente la atención de Rusia y sugerir, muy sutilmente, que algún tipo de acuerdo sería beneficioso para todas las partes.

También estaría en los mejores intereses de China dar ese paso. Beijing se enriqueció en el orden internacional que Putin busca destruir. En última instancia, necesita competir con los principales países del mundo, y para hacerlo necesita un sistema mundial abierto con libre flujo de capital e ideas. Socavarlo con Estados disfuncionales como Rusia solo arrastra a China hacia abajo.

Esto aún podría suceder. Y China podría dejar de lado sus prioridades internas para ayudar a poner fin a la crisis. Pero hacerlo requeriría un cambio sísmico. Jugar al intermediario exigiría que China se distanciara de Rusia, después de jactarse de que su amistad “no tiene límites”.

En cambio, es probable que China actúe neutral, pero continúe mostrando la mayor parte de su simpatía por Rusia, no por Ucrania ni las democracias que luchan por salvar su independencia.

Eso se debe a que todo lo que Xi ha implementado en casa ha sido sofocar el libre pensamiento, no desencadenarlo. Él observa al mundo democrático con mucha desconfianza. Espera que China los suplante, pero con innovación local y no con un sólido intercambio de ideas y productos. Es una visión del mundo egocéntrica, en la que los lazos son principalmente de suma cero: tú ganas, yo pierdo.

En este contexto, si Occidente se ve envuelto en una disputa con Rusia sobre Europa, entonces China gana. Involucrarse en disputas de extranjeros no tiene sentido. Es mejor mantenerse al margen de la refriega, ver quién es probable que gane y luego cerrar los tratos.