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Análisis

ANÁLISIS | Las explosiones en el interior de Rusia plantean a Putin un nuevo problema sin una respuesta obvia

Por Nick Paton Walsh

(CNN) -- La acusación de Moscú de que drones ucranianos atacaron dos bases aéreas en el interior de Rusia ha vuelto a plantear la espinosa cuestión de la escalada en nueve meses de guerra.

Los ataques suponen una violación extraordinaria de las suposiciones de Rusia de que puede proteger su interior profundo, desde cuyos puertos seguros ha lanzado bombardeos estratégicos que han causado matanzas por toda Ucrania con relativa impunidad.

Se trata de bases aéreas situadas muy al interior de Rusia, y sea cual sea la verdad de los ataques, si representan una nueva capacidad de drones de larga distancia que Ucrania ha anunciado, o si hay otra explicación, esto no es algo que estuviera previsto que ocurriera cuando el presidente de Rusia, Vladimir Putin, lanzó su "invasión de 10 días" en febrero. Semana tras semana, hay más indicios de que la maquinaria militar de Moscú no puede hacer lo que dice en su propaganda.

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Imágenes difundidas por los medios de comunicación rusos muestran las consecuencias de un supuesto ataque con drones el martes en un aeródromo de Kursk, Rusia. (Crédito: MIC IZVESTIA/IZ.RU/Reuters)

Este martes, un funcionario ruso afirmó que otro ataque con drones había alcanzado un aeródromo ruso en Kursk, más cerca de la frontera ucraniana.

Ucrania no ha confirmado ni negado la autoría de las explosiones, en consonancia con la política de Kyiv de silencio oficial en torno a los ataques dentro de Rusia o en la Crimea ocupada por Rusia. Un asesor del presidente Volodymyr Zelensky pareció regodearse de los ataques, tuiteando crípticamente que "si se lanza algo al espacio aéreo de otros países, tarde o temprano los objetos voladores desconocidos volverán al punto de partida".

Las agencias de noticias estatales rusas agravaron la humillación al añadir este lunes que los dos primeros aeródromos en cuestión habían sido fotografiados por una empresa comercial estadounidense de imágenes satelitales durante el fin de semana.

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Las herramientas de baja tecnología empleadas en este bochorno rompen con la ilusión de la equiparación de Rusia con la OTAN.

Una imagen satelital muestra una vista general de la base aérea de Engels, en Saratov, Rusia, el 4 de diciembre. (Crédito: Maxar Technologies/Reuters)

La humillación rusa suele ir acompañada de la preocupación de que pueda escalar el conflicto. Pero es difícil saber qué más podría hacer Rusia a Ucrania que no haya hecho ya. Ha arrasado ciudades, golpeado infraestructuras civiles despiadada e implacablemente cuando ha podido, matado a miles de civiles y aún más soldados, y bombardeado hospitales maternos y refugios marcados con la palabra "Niños".

En algún momento, la laboriosa suposición de que a Rusia le quedan botones mágicos y no apocalípticos que apretar empezará a desvanecerse. Analicemos primero por qué un ataque nuclear ruso parece descartado, al menos por ahora. Tras meses de una retórica nuclear profundamente escalofriante —que abarca desde posibles "accidentes" en centrales nucleares, pasando por conversaciones sin pruebas sobre el uso de una “bomba sucia” por parte de Ucrania, hasta amenazas abiertas invocando el arsenal nuclear de Moscú— Rusia parece haber relajado la retórica del armagedón.

China ha sido muy clara al afirmar que debe dejar de hablar de ello. India también. A finales del mes pasado, Putin se encontró en un momento extraordinario, al firmar un decreto con el presidente de Kazajstán en el que reiteraba que la guerra nuclear nunca puede ganarse y nunca debe librarse. Era un refuerzo de una declaración de 2006 entre Moscú y los estados de Asia Central que entonces pretendía liderar como potencia geopolítica. Cómo han cambiado los tiempos: Moscú ya no mira hacia Occidente como empezó a hacerlo hace 16 años. Y Kazajstán, que tan solo en enero dependía de Moscú para sofocar los disturbios internos, mira hacia China y Europa para su futuro, y parece empujar a Putin a prometer de nuevo que las armas nucleares son malas.

Nada de esto excluye la remota posibilidad de que el Kremlin ceda a los lunáticos de las tertulias de la televisión estatal y desate sus peores armas. Pero está claro que todos los conocidos de Putin le están recordando ahora las graves consecuencias que tendría si lo hiciera.

Entonces, ¿qué le queda a Rusia? Las armas químicas son una posibilidad, pero es probable que hayan formado parte de las advertencias que ha recibido para que no utilice la fuerza nuclear. Las opciones de Moscú parecen limitarse al uso más preciso o salvaje de la misma brutalidad convencional que está lanzando actualmente contra las ciudades ucranianas casi a diario.

Este es el efecto secundario más perjudicial de lo público que ha sido el agotamiento del Ejército ruso: no queda ningún "factor miedo" real. A los comentaristas de la televisión estatal les gustaba musitar hace meses que Rusia había luchado hasta ahora con los "guantes puestos", pero está claro que hace tiempo que se los ha quitado, que su oponente ha aprendido a esquivar sus golpes y que además ha subido un cuchillo al ring.

Esta abierta degradación de Rusia como potencia se vio agravada por las afirmaciones, difíciles de confirmar, de funcionarios ucranianos de que más de cuatro de cada cinco misiles rusos disparados el lunes fueron interceptados por los sistemas de defensa antiaérea reforzados de Kyiv. De nuevo, esta es otra de las certezas que se tenían sobre el Ejército ruso que se ha hecho añicos. Sus sistemas de ataque y defensa aérea están siendo superados en la misma semana.

¿A dónde nos lleva esto? Occidente está en un aprieto. Cuanto mejor se comporte el Ejército ucraniano en el campo de batalla, menos probable será que Kyiv esté de acuerdo con algunas capitales europeas en que son necesarias conversaciones de paz con Rusia. Cuando se está ganando, ¿por qué aceptar hablar de una forma de perder? Y la OTAN no puede empezar a desacelerar el suministro de armas ni enfrentarse a las críticas, incluso de sus propios ciudadanos, de que está dejando a su suerte a los ucranianos. En realidad, no puede exigir a Kyiv que acepte la pérdida permanente de parte de su territorio como parte de un acuerdo sin respaldar esencialmente la invasión rusa.

En cambio, la dinámica es totalmente contraria a Rusia. Cuando son débiles, no es que de repente sean fuertes, es que son débiles, parafraseando el análisis privado de un funcionario occidental. ¿Acercan estas lentas y continuas humillaciones el día en que Putin luche por controlar su propia jerarquía, o sucumba a la presión para retirarse del territorio que ocupa desde 2014?

A la espera de una respuesta, las trayectorias no cambian. Ucrania: frío en invierno, pero ganando y poco a poco mejor armada. Rusia: frío en invierno, pero perdiendo y poco a poco rota militarmente. La variable clave es la paciencia y el apoyo occidental.