Nota del editor: Frida Ghitis, (@fridaghitis) exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.
(CNN) – El presidente de Rusia, Vladimir Putin, hizo la semana pasada todo lo posible para demostrar que aún controla firmemente el país, pero 24 horas después de su discurso del martes ante los líderes de China, India y otros miembros de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), la realidad sobre el terreno mostraba una historia diferente.
En una inquietante coda a su impulso diplomático en la cumbre de la OCS, la capital rusa pareció ser objeto de un ataque, y las autoridades rusas afirmaron que habían derribado varios drones en las afueras de Moscú, no sin antes verse obligadas a cerrar brevemente el aeropuerto.
Luego llegó la noticia de que el jefe del grupo mercenario Wagner, Yevgeny Prigozhin –antiguo amigo de Putin que protagonizó una dramática insurrección hace menos de dos semanas y se suponía que se había exiliado– estaba de vuelta en Rusia.
El presidente de Belarús, Alexander Lukashenko, confirmó las informaciones de los medios rusos, afirmando que Prigozhin estaba de vuelta en San Petersburgo y había abandonado Belarús, donde se suponía que debía permanecer según los términos de un acuerdo con Putin, que ahora parece estar en el limbo.
Putin necesita recuperar su imagen de hombre al mando de su país ante el público nacional e internacional. La reunión de la OCS debía impulsar ese esfuerzo ante ambas audiencias, pero los resultados, combinados con los recientes titulares y los acontecimientos sobre el terreno, están sacudiendo a un hombre más acostumbrado a pavonearse.
La OCS, un bloque liderado por China diseñado como contrapeso a las agrupaciones lideradas por Estados Unidos, parecía un foro ideal para la primera aparición internacional de Putin desde el motín de Prigozhin. Putin sobrevivió al que fue el desafío más serio a sus 23 años de gobierno. Pero su aura de invencibilidad se evaporó en el proceso.
Con su invasión no provocada de Ucrania, que desencadenó sanciones económicas y llevó a Rusia al aislamiento mundial, se ha vuelto vital para Putin convencer al presidente de China, Xi Jinping, al primer ministro de la India, Narendra Modi, y a otros miembros de la OCS –incluido el más reciente, Irán– de que sigue trazando el futuro de Rusia.
Las compras de petróleo ruso por parte de China y, en menor medida, de India, han financiado el costoso intento ruso de expansión militar en Ucrania. Irán ha proporcionado drones, e India, uno de los principales compradores de armas rusas, ha socavado sutilmente la narrativa de Occidente en los países en desarrollo con su postura ambivalente, absteniéndose de reconocer que Putin ha intentado conquistar Ucrania, una medida que huele a imperialismo.
En su intervención en la cumbre, Putin trató de reforzar el mensaje que había transmitido al pueblo ruso, la afirmación de que todos los ciudadanos de este país lo habían apoyado. “La solidaridad”, dijo, “quedó claramente demostrada por los círculos políticos rusos y por toda la sociedad al presentarse como un frente unido contra el intento de rebelión armada”.
La realidad, sin embargo, era muy distinta. Prigozhin afirmó que sus hombres no se enfrentaron a ninguna resistencia cuando capturaron Rostov, una importante ciudad rusa fronteriza con Ucrania en el oeste, tomaron el cuartel general militar allí y luego marcharon casi sin oposición a 200 kilómetros de Moscú. El pueblo ruso se quedó en casa. Algunos bromearon con comprar palomitas de maíz para ver cómo se desarrollaba la crisis.
No fue sólo su uso de “hechos alternativos” lo que socavó el esfuerzo de Putin por convertir la cumbre de la OCS en un lugar donde restaurar su posición como zar de Rusia para el futuro inmediato. Aunque se trataba de una reunión de alto nivel, perdió gran parte de su fuerza diplomática cuando el anfitrión, Modi, decidió celebrarla virtualmente, en lugar de traer a los líderes a Nueva Delhi.
De haber podido exponer sus argumentos en persona, Putin habría hablado largo y tendido con Modi, Xi, el presidente de Irán, Ebrahim Raisi, y otros. Eso, en lugar de una rápida reunión de tres horas ante las cámaras, podría haber contribuido a estrechar lazos.
Una reunión en persona también habría proporcionado el tipo de imágenes que convierten a la diplomacia en poder dentro de las propias fronteras. En lugar de las tradicionales fotos de Putin alzando una copa junto a otros líderes mundiales, estrechando la mano de otros hombres fuertes, el público interesado en el acontecimiento solo pudo ver los familiares y poco inspiradores recuadros de una videollamada.
No es que Putin estuviera dispuesto a viajar. Como han aprendido los gobernantes a lo largo de la historia, un momento propicio para un golpe de Estado es cuando el líder está ausente.
De hecho, tras la sublevación de Prigozhin, Putin se ha hecho eco del tradicional libro de jugadas del hombre fuerte para comprar lealtad. Se apresuró en aumentar los salarios y ampliar el armamento de las diversas fuerzas de seguridad que le rodean. Incluso dio el raro paso de meterse entre una multitud en la sureña República de Daguestán para reunirse con partidarios (presumiblemente elegidos a dedo).
Al mismo tiempo, sigue envolviéndose en un escudo protector personal.
Las mesas de conferencias caricaturescamente largas que utilizaba para mantener alejado al covid-19 ya no son tan visibles, pero al parecer sigue exigiendo varios días de cuarentena antes de permitir que se acerquen algunos de los que se reúnen con él. Y tiene un servicio especial, el Centro de Seguridad Biológica, que se asegura de que su comida no esté envenenada, según un desertor de la agencia responsable de su seguridad.
Sin embargo, para sobrevivir, Putin necesita algo más que alimentos no envenenados, un entorno libre de covid-19 y unos servicios de seguridad leales. También necesita reconstruir su imagen.
Y es crucial convencer a los gigantes asiáticos de que sigue siendo el poderoso líder de una nación poderosa. Y ese proyecto se tambalea.
Justo después de la cumbre –curioso momento–, una filtración procedente de China confirmó que Xi dijo personalmente a Putin que no utilizara armas nucleares en Ucrania cuando visitó Moscú en marzo, según el Financial Times. El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, dijo que no podía confirmar el detalle y calificó de “ficción” el resto de informaciones sobre la visita de Xi a Moscú.
La noticia llega en un momento en que Rusia y Ucrania se acusan mutuamente de planes para atentar contra la central nuclear de Zaporiyia, actualmente ocupada por fuerzas rusas. Es difícil imaginar que Ucrania propague deliberadamente radiación en un territorio que está luchando por recuperar. Al mismo tiempo, Rusia tiene un historial de culpar a otros de incidentes creados por ella, como ataques de falsa bandera.
Los esfuerzos diplomáticos de Rusia en Asia también se enfrentan a la presión de Estados Unidos, que ha lanzado su propia campaña simultánea. El presidente de la India acaba de ser homenajeado en Washington con una cena de Estado y un discurso ante el Congreso. Y Estados Unidos está trabajando para contener el deterioro de las relaciones con China. El secretario de Estado, Antony Blinken, visitó Beijing el mes pasado. La secretaria del Tesoro, Janet Yellen, estuvo allí la semana pasada.
Putin se enfrenta ahora a una triple tarea: recuperar el manto de invencibilidad en Rusia, reconstruir esa imagen en el exterior y ganar su calamitosa guerra en Ucrania. Ninguno de estos retos existía antes de febrero de 2022. Son problemas que él mismo se ha creado. Como nunca antes, todos se preguntan cuánto tiempo podrá Putin mantenerse en el poder.