Por Leslie Gerwin*
(CNN) - Justo cuando los estadounidenses hacen frente a la temporada de gripe, Hong Kong ocupó la semana pasada los encabezados con la noticia que confirma que un pollo estaba infectado con el virus H5N1 y que muchos más sospechosos de albergar la peligrosa enfermedad fueron sacrificados.
En la película reciente llamada Contagion, la versión hollywoodense de una pandemia, el gobierno ejecuta exitosamente un plan de respuesta. Aunque en nuestra vida real un encuentro con una pandemia, la gripe H1N1, plantea serias dudas sobre si la población estadounidense está preparada para una crisis de esa índole.
Debería haber sido una buena noticia el que la epidemia de H1N1 que enfrentamos en el 2009-2010 fuera menos mortífera de lo temido, pero en su lugar, fue utilizada como palanca política.
Los conservadores, en particular, afirmaron que las recomendaciones de vacunación fueron en exceso publicitadas, más del “gran gobierno” entrometiéndose en la vida de los ciudadanos.
Lo que es peor, muchos medios de comunicación destacaron la narrativa crítica, en tanto minimizaron la fuerte evidencia sobre el que el gobierno manejó bastante bien la amenaza bajo las difíciles circunstancias.
Esto ocurrió mientras las encuestas de opinión revelaron la creciente falta de confianza de la gente en los funcionarios e instituciones de gobierno, la cual ahora está en niveles históricos
¿Es de extrañar, entonces, que, a pesar de una planeación amplia y miles de millones de dólares, la gente no esté preparada para una siguiente epidemia? La razón radica en nuestra profunda desconfianza en el gobierno y, por lo tanto, nuestra falta de voluntad para creerle a la afirmación de los expertos de que la vacunación es el mejor método para prevenir la propagación de la enfermedad.
Para estar seguros, los estadounidenses tienen razones tanto históricas como contemporáneas para sospechar que los funcionarios del gobierno pueden no ser cuidadosos en proteger la salud pública sobre los poderosos intereses. La historia de las epidemias está repleta de estúpidas acciones gubernamentales que pisotearon los derechos de las poblaciones minoritarias en el interés de proteger a las así denominadas grandes poblaciones.
Casi todas las mayores epidemias estadounidenses se han centrado en los pobres o en un grupo étnico minoritario como objetos de la culpa en los esfuerzos por prevenir la propagación de la enfermedad. Incluso en una fecha tan reciente como el brote del SARS en 2003, los neoyorquinos rehuyeron al Barrio Chino de la ciudad, en medio de rumores de que los inmigrantes indocumentados habían traído la enfermedad a Estados Unidos. Según algunos cálculos, los negocios cayeron un 70%, aunque no se diagnosticó nunca ni un solo caso.
En este entorno mediático, es más difícil que nunca para nosotros saber en quién confiar y cómo separar los hechos de la ficción. Durante la pandemia de H1N1, personalidades de la radio como Glenn Beck y Rush Limbaugh dieron a entender que el elegir no tomar la vacuna era una prueba de fuego del compromiso ideológico para oponerse al gobierno de Obama.
Algunos opositores a la reforma legislativa de atención a la salud propuesta por el gobierno se deleitaban con los retrasos de producción de vacunas y cuestionaban su seguridad y eficacia, al decir que era una prueba de la incompetencia del gobierno para “atender la salud”.
Dos senadores impusieron un ciclo de noticias, al exigir al secretario de Salud y Servicios Humanos de explicación de la escasez, uniéndose al coro de los que acusaban al gobierno por desordenadamente sobreestimar el programa de producción y hacer falsas promesas
Tras dos semanas de tales disputas en las tribunas, hubo un excedente de la vacuna, aunque más de la mitad de los entrevistados en sondeos dijeron que creían que no había suficientes vacunas para todos los que la querían.
Muchos están dispuestos a aceptar distorsiones de los hechos, si no es que a tomar parte en ellos, para crear su propia y cómoda realidad. Encuestas de opinión en aquellos días del H1N1 revelaron casi una diferencia de 20 puntos en la intención de solicitar la vacuna entre demócratas y republicanos. Los republicanos no sólo eran menos propensos a tomar la vacuna, sino también se inclinaban más a dudar que la enfermedad fuera tan grave como afirmaban los funcionarios de salud.
Nuestra continua disposición para seguir a los políticos que nos llevan por mal camino es en nuestro propio detrimento. Hay que reconocer que se necesita un esfuerzo considerablemente mayor para evaluar críticamente la exactitud de la información que recibimos, sobre todo si es poco conveniente, que aceptar simplemente lo que queremos oír, aunque no tenemos otra opción. Actuar de manera responsable literalmente será un asunto de vida o muerte.
Al final, menos del 20% de los estadounidenses tomaron la vacuna, con más de la mitad de la población señalando que no creían el mensaje del gobierno sobre el que la vacuna era segura y eficaz.
Irónicamente, ahora Hollywood ha legitimado el escepticismo de la gente al incluir una escena en “Contagion” en la cual un reportero le pregunta a una autoridad ficticia del Centro de Control y Prevención de las Enfermedades el cómo sabe que la amenaza de la epidemia no es “otra falsa alarma”, similar a la de H1N1.
Yo se los digo: la H1N1 no fue una falsa alarma, ni tampoco fueron exageradas las recomendaciones del gobierno para hacerle frente. En la incertidumbre de un entorno de crisis, los funcionarios del gobierno ofrecieron un liderazgo efectivo. Las distorsiones de los políticos, ideólogos y ciertos medios de comunicación nos perjudicaron.
Menos estadounidenses de lo esperado murieron o necesitaron hospitalización, aunque la próxima vez, podríamos no tener tanta fortuna. Al final, depende de nosotros ver a través de la politización y los encabezados de las noticias, y protegernos a nosotros. Como bien observó Pogo, “hemos encontrado al enemigo y él es nosotros”.
*Nota del editor: Leslie Gerwin es directora adjunta del Programa de Derecho y Asuntos Públicos en la Universidad de Princeton, y da clases de política y legislación en salud pública en la Escuela de Derecho Benjamin N. Cardozo. Este artículo fue escrito en colaboración con el Op-Ed Project, una organización sin fines de lucro que busca ampliar el rango de voces de opinión para incluir a más mujeres.
(Las opiniones expresadas en este comentario son solamente las de Leslie Gerwin)