(CNN) – En Honduras, más de 380 presos murieron quemados o por asfixia en una prisión. Uno sólo puede imaginarse los gritos y llantos de aquellos atrapados en sus celdas, cuando nadie pudo encontrar la llave para dejarlos escapar de sus celdas. Uno sólo puede intentar comprender la agonía de los padres, los hijos, los parientes o los amigos de los presos, al ver las imágenes en la televisión, preguntándose si sus seres queridos sobrevivieron o, si es que están muertos, cuánto sufrieron en sus momentos finales.
Esta horrible tragedia en Honduras, un pequeño y empobrecido país de América Central, trae a discusión el tema que ha sido ignorado por demasiado tiempo: las atroces condiciones carcelarias.
En todo el mundo, ya sean países ricos o pobres, mucha de la gente sentenciada a prisión termina viviendo en condiciones indescriptibles. Incluso si asumimos que aquellos en prisión han recibido un juicio justo, nada justifica condenar a los individuos a vivir por debajo de un nivel de decencia humana.
En tiempos normales, son pocos los que se preocupan por la escoria de la sociedad –aquellos que han sido encerrados por haber cometido crímenes. Pero nuestra propia humanidad dice que debemos hacer algo. En el siglo XXI no se puede forzar a los prisioneros a vivir en condiciones medievales.
Las condiciones carcelarias inhumanas se han convertido en la violación de los Derechos Humanos de nuestros tiempos, tema olvidado por quienes hacen mucho ruido sobre la libertad de expresión y la libertad religiosa. Muchos países violan en forma rutinaria los acuerdos internacionales sobre el tratamiento de prisioneros sin que reciban consecuencias. Es tiempo de que esto llegue a su fin.
El trato digno y humano de los prisioneros, incluyendo medidas para la prevención de incendios, debería convertirse en un requisito para un buen posicionamiento en la comunidad internacional.
Ya sea que este incendio en la prisión comenzara por accidente o haya sido deliberado, la responsabilidad moral y legal de esta tragedia la tienen las autoridades que tenían a cargo guardar y también proteger a los prisioneros, sin importan el crimen cometido.
Honduras tiene una vergonzosa historia de desastres carcelarios, seguidos de promesas de reformas y luego, más desastres. Más de 100 presos murieron en un incendio en el 2004 y 86 perecieron en un motín en 2003.
Pero Honduras no está sola.
Hace unos años, el Comisionado de los Derechos Humanos del Consejo Europeo recorrió las cárceles en Francia y las definió como calabozos. Incluso describió a una de ellas como “al límite de la dignidad humana”. En los últimos años, cientos de prisioneros se han suicidado en las cárceles francesas.
La organización Human Rights Watch, en EE.UU., dice que en muchos centros de detención, los presos y detenidos, que aún no han tenido su juicio o hallado culpable de algún crimen, “enfrentan condiciones que son abusivas, degradantes y peligrosas”. Por ejemplo, las autoridades y el público tienen, a menudo, una actitud displicente respecto a las violaciones y asesinatos de delincuentes sexuales por parte de los otros reclusos en las mismas cárceles. Si la sociedad quiere sentenciar a muerte a alguien, debería canalizarlo a través de los canales formales correspondientes y no dejar que los prisioneros hagan el trabajo sucio.
Rusia y China son los países que poseen algunas de las mayores poblaciones carcelarias. Muchos prisioneros chinos soportan brutales y arduos trabajos, produciendo bienes que el país luego comercializa. Las prisiones rusas son conocidas por la brutalidad con la que imponen la disciplina. Enfermedades como el sida y la tuberculosis, proliferan al igual que la desnutrición.
En muchos países, una legislación más estricta contra las drogas, ha desatado una explosión en la población carcelaria, creando sobrepoblación en centros y cárceles.
Una amenaza creciente son las pandillas de la droga. Algunas autoridades han perdido el control de lo que sucede dentro de las prisiones con las pandillas. Una vez conocí a un guardián de una cárcel en Perú, que me dijo que le daba miedo ir al patio de la prisión en donde trabajaba. Como resultado, las pandillas hacen lo que quieren; a veces como en (la película) “Lord of the Flies” (El Señor de las Moscas), exigiendo pagos y lealtad de los propios compañeros, a cambio de protección contra violencia o violaciones e incluso agua y comida.
Hace algo más de un año, el ministro de Seguridad de Honduras dijo que las prisiones se habían convertido en “universidades del crimen”. Personas que eran encarceladas por crímenes menores, luego de años de abuso, salían como criminales curtidos, y que ello repercutiría en la sociedad. Honduras necesita con urgencia rever sus condiciones carcelarias, paliar la sobrepoblación y mejorar los niveles de seguridad.
Las muertes sin justificación en las cárceles ocurren prácticamente en todas partes. La medida de nuestra humanidad es cómo tratamos a aquellos que no están en posición de defenderse por ellos mismos. Al margen del crimen que hayan cometido, los prisioneros se merecen ser tratados en forma humanitaria.
Consideren los cientos de personas llorando y clamando por sus vidas en esa prisión hondureña, o en cualquier prisión del mundo. Una sociedad civilizada, con moral debería hacer todo lo que está a su alcance para prevenir este sufrimiento. Y un país que permite estas acciones debería sentir la presión para cambiarlo.
Nota del editor: Frida Ghitis es columnista de temas internacionales para The Miami Herald y World Politics Review. Es una exproductora/excorresponsal de CNN y autora de “El fin de la revolución: un mundo cambiante en la era de la televisión en vivo”(“The End of Revolution: A Changing World in the Age of Live Television.”)