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Por Yoani Sánchez

Nota del Editor: Esta es la quinta de una serie de entregas que exploran cómo las elecciones de EE.UU. se ven en ciudades alrededor del mundo. Yoani Sánchez es la autora con base en La Habana del blog Generation Y, que es traducido por voluntarios en 20 idiomas y fue nominado para el Premio Nobel de la Paz.

La Habana, Cuba (CNN) — En la década de 1990 una broma se hizo muy popular en las calles y los hogares de Cuba. Empezó con Pepito, el travieso niño al que suele hacer referencia el humor nacional, quien decía cómo su maestra, mostrando una foto del presidente de Estados Unidos, empezaba a hablar pestes en su contra.

“El hombre que ven aquí es el causante de todos nuestros problemas, ha sumergido esta isla en la escasez, destruyó nuestra productividad, es el responsable de la falta de comida y del colapso del transporte público”, decía la maestra.

Después de esas feroces acusaciones la maestra le apunta a la cara de la foto y le pregunta a su estudiante más travieso, “¿Sabes quién es?”. Sonriendo, ‘Pepito’ contesta: “Sí, lo conozco, es solo que sin su barba no lo reconocía”.

El chiste refleja, en gran medida, la polarización de la opinión nacional con respecto a nuestras dificultades económicas y las restricciones de los derechos de nuestros ciudadanos, que caracterizan al actual sistema cubano. Mientras el discurso oficial apunta a Estados Unidos como la fuente de nuestros problemas, muchos otros ven a la misma Plaza de la Revolución como la raíz de todas las fallas, desde hace 53 años.

Cierto o no, la realidad es que cada una de las 11 administraciones que han pasado por la Casa Blanca desde 1959 han influido en el curso de esta isla, a veces directamente, y otras como pilar de apoyo para la propaganda ideológica del gobierno de Fidel Castro o ahora, el de su hermano menor, Raúl.

De ahí las crecientes expectativas que circulan a lo largo y ancho de la isla cada vez que llegan las elecciones para decidir quién ocupará el Despacho Oval. Los políticos cubanos dependen en gran parte de lo que pasa en las urnas de votación del otro lado del Estrecho de la Florida, y algunos comparten el punto de vista de que nunca habíamos dependido tanto de nuestro vecino del norte.

La diplomacia cubana parece sentirse más cómoda contradiciendo a Estados Unidos que buscando resolver los problemas entre las naciones, razón por la que muchos analistas coinciden en que para Raúl Castro sería más sencillo lidiar con una política agresiva de parte de EU, en lugar de un acercamiento más pragmático de Barack Obama.

La flexibilización de Obama en materia del envío de remesas, el restablecimiento de los viajes académicos y el incremento en los intercambios culturales, se suman a una compleja fórmula, difícil de manejar para el gobierno de Castro, quien ha tratado de matizar las ventajas económicas y políticas de las medidas tomadas por Washington.

La verdadera pregunta en esta disputa es ¿qué acercamiento afectará más a la democratización en Cuba: alzar el puño o tender la mano? ¿Reconocer la legitimidad del gobierno en la isla o continuar tratándolo como un secuestrador que ejerce su poder sobre 11 millones de rehenes?

Cuando el Partido Demócrata, guiado por Barack Obama, llegó a la Casa Blanca en enero de 2009, nuestra prensa oficial se enfrentó con un dilema. Por un lado, la juventud y la ascendencia africana del nuevo presidente electo, lo hizo inmediatamente popular entre los cubanos, y no era raro ver a gente con camisetas del exsenador de Illinois caminando por las calles. Era la primera vez en décadas que algunos compatriotas se atrevían a usar una imagen del mismísimo “enemigo”, el presidente de EU.

Para una población que vio a los mejores líderes de nuestro propio gobierno acercándose o pasando los 80 años, la imagen de un Obama alegre, delgado y sonriente, era más consistente con el mito de los revolucionarios que con los hombres de edad vestidos de verde oliva detrás de los micrófonos nacionales.

El magnetismo de Obama también capturó a muchos por aquí, y decepcionó, claro está, a aquellos que esperaban una mano más pesada en contra de la gerontocracia en La Habana.

Hasta pronto, socialismo… hola, pragmatismo

Detrás de los problemas políticos, las medidas tomadas por la administración de Obama impactaron rápidamente en muchas familias cubanas, particularmente en su economía y sus relaciones con sus parientes exiliados en EU.

Con el aumento del dinero recibido por concepto de remesas, los pequeños negocios que emergieron por las reformas de Raúl Castro pudieron usar el dinero que venía del norte para capitalizarse. Mientras tanto, miles de cubanoamericanos llegaron al aeropuerto José Martí cada fin de semana cargados con paquetes, medicina y ropa, para mantener a sus parientes de la isla.

Para quienes piensan que Cuba es una olla de presión a punto de explotar, se sienten defraudados por las “concesiones” recibidas por el gobierno demócrata. Son las mismas personas que sugieren que una postura dura, beligerante en los ámbitos diplomático y económico, arrojaría mejores resultados.

Tristemente, sin embargo, los únicos conejillos de indias que demostrarán si el experimento en Cuba resulta eficaz, serán los propios habitantes de la isla, quienes se desgastarán física y socialmente hasta el punto en que nuestra supuesta conciencia cívica “despierte”. Como si en la historia no hubiera suficientes ejemplos como para mostrar que los regímenes totalitarios se fortalecen en tanto se agudizan sus crisis económicas y la opinión internacional se vuelve contra ellos.

No es para asombrarse que Mitt Romney sea una figura de la que se habla mucho en la prensa oficial cubana. Sus posturas de confrontación alimentan el discurso antiimperialista como la gasolina al fuego. El candidato republicano ha sido el centro de numerosos artículos en el órgano oficial del partido comunista, el periódico Granma. Sus fotos y caricaturas aparecen en ese mismo diario, al que no le permitieron realizar burlas sobre el físico de Obama. Habría resultado imprudente alargar las orejas y engrosar los labios del presidente de EU sin considerarlo como una ridiculización racista.

Si, en la década de 1980, el humor político de los medios estaba afilado con la cara arrugada de Ronald Reagan, y después los medios tuvieron un día de campo con el físico de George W. Bush, pero durante cuatro años ha sido cauteloso con el actual residente de la Casa Blanca. Toda esta moderación gráfica se irá si Mitt Romney es electo como el próximo presidente de Estados Unidos. Algunos ya sonríen por las bromas que están por llegar.

Quien gane encontrará a Cuba en un proceso de cambio. A las reformas que ha hecho Raúl Castro les falta la velocidad y la profundidad que mucha gente desea, pero nos están llevando a la irreversible dirección de la apertura económica.

La Habana está llena de cafeterías y restaurantes privados, ahora podemos comprar y vender casas, y los cubanos incluso pueden ya vender los autos que recibieron en los tiempos de los subsidios soviéticos a cambio de lealtad política. Los tímidos cambios impulsados por el General Presidente amenazan con dañar a los pilares fundamentales del mando de Fidel Castro. Voluntariado a cualquier precio, un burdo igualitarismo, aventuras activas en el extranjero y un país cautivo en un estado de constante tensión por la última campaña económica o política, son factores que parecen disolverse gradualmente, para ser solamente cosa del pasado.

Por otro lado, los mismos ciudadanos han comenzado a experimentar las transformaciones más definitivas, esas que ocurren dentro de sí mismos. La crítica pública está a la alza, y aunque todavía no ha encontrado maneras de ser escuchada en toda su diversidad, cada día disminuye el temor a las represalias de la policía.

Los medios oficiales, indiscutiblemente, han dejado de ser un monopolio en el flujo de la información, y gracias a los dispositivos satelitales ilegales, la televisión de Florida puede ahora ser vista en Cuba. Redes de noticas alternativas transmiten documentales, películas y artículos de periodistas independientes y de blogueros.

Los jóvenes, finalmente, ejercen presión para contar con acceso a internet, mientras que los retirados se quejan de sus pensiones miserables y casi todos están en desacuerdo con las restricciones de viaje que previenen que salgamos o regresemos a nuestro propio país.

A propósito de este escenario interno, el resultado de las elecciones estadounidenses podrían ser un catalizador o un obstáculo para los cambios, pero ya no es el factor más importante a considerar. Aunque los espectaculares de las calles siguen pintando a Estados Unidos como un Goliat que pretende aplastar al pequeño David, que representa a nuestra isla, para un creciente número de personas, esa metáfora ya no funciona más. Ellos saben que en nuestro caso, el gigante abusivo es un gobierno que trata de controlar hasta los aspectos más pequeños de nuestra vida nacional, mientras que su oponente es la gente que, poco a poco, se hace más consciente de su verdadera estatura.

(Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Yoani Sánchez).