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Por Ruben Navarrette Jr.

Nota del Editor: Rubén Navarrette Jr. es colaborador de CNN y un columnista sindicado nacional con el Grupo de Escritores del Washington Post.

Charlotte, Carolina del Norte (CNN) — A la par de la convención que reúne a miles de demócratas esta semana, el cambio y la esperanza abren paso a la humildad y el arrepentimiento.

Hay mucho por lo que ser humilde y estar arrepentido. Como George H.W. Bush en 1992, parece que al presidente Obama se le acabaron las ideas. Esta es una presidencia fallida en todos los sentidos. Y Obama no se cansa de culpar a su predecesor por la situación que heredó, en una maniobra que ya caducó.

La economía sigue débil. Los precios de la gasolina son altos. La confianza del consumidor es baja. Muchas personas tienen miedo a perder su trabajo, su casa y sus ahorros. Nos preocupamos por el presente, y aún más por el futuro de nuestros niños.

Se rompieron las promesas de campaña. Un presidente que propuso unir a los estadounidenses nos ha separado aún más con la retórica divisiva que enciende la guerra de clases.

Mientras tanto, los éxitos de la política extranjera de Obama, por ejemplo, el asesinato de Osama bin Laden por los marinos SEAL, han sido opacados por la indecisión del presidente al lidiar con Irán y Siria. Y esta administración no ha sido tan buena amiga de Israel, o tan respetuosa con el primer ministro Benjamin Netanyahu, como debería.

Uno de los errores más grandes de Obama en los pasados tres años y medio fue el no ocuparse de su base y atarse a los principios con los que inició su camino a la presidencia. Decepcionó a muchos integrantes de la coalición que ayudaron a su elección. Después de ocho años de George W. Bush, los liberales y los progresistas pensaron que aliviarían sus preocupaciones con Obama. En cambio, cuando Obama empezó a adoptar ciertas políticas de Bush, algunos de sus simpatizantes se agobiaron más. Muchos demócratas han expresado su decepción.

Las caras de pesadumbre no se hicieron esperar cuando Obama siguió los pasos de George W. Bush para pelear la guerra contra el terrorismo, desde suspender el habeas corpus a los sospechosos de terrorismo hasta intervenir teléfonos domésticos para dejar abierta la prisión militar de la Bahía de Guantánamo.

Los latinos están desconsolados por el hecho de que Obama deportó a más de 1,5 millones de inmigrantes ilegales (la mayoría latinoamericanos) y separó a miles de familias.

Los sindicatos de maestros se enojaron cuando Obama adoptó el modelo de pruebas de contabilidad de alto riesgo que se construyen bajo el lema “Ningún Niño se Queda Atrás” y cambió el nombre a “Carrera hacia la Cima”. La comunidad homosexual seguramente hubiera preferido a alguien que les ayudara a rechazar la Ley de la Defensa del Matrimonio en lugar de un simple anuncio de apoyo personal al matrimonio gay.

Las encuestas muestran que a muchos estadounidenses aún les agrada el presidente Obama como persona. En agosto, una encuesta del USA Today/Gallup mostró que los electores encuentran a Obama más atractivo que a Mitt Romney unos 23 puntos por arriba es decir del 54% al 31%. Pero pocos parecen confiar en sus habilidades. La misma encuesta descubrió que Romney le ganó a Obama cuando le preguntaron a los electores quién pensaban que podría arreglar la economía, del 52% al 43%.

¿En noviembre votarán por Obama los demócratas desilusionados y los independientes que se sientan engañados? Esa es la pregunta.

Como siempre, Newt Gingrich, excandidato republicano a la presidencia, está seguro de tener la respuesta. Gingrich le dijo al programa de Sean Hannity: “Obama no será derrotado por aquellos que están enojados con él. Será por los que están decepcionados”.

Eso suena bien. Y de eso se trata esta semana, inspirar a la base de su partido para que vote, y reparar juntos la coalición que le ayudó a salir electo en 2008.

En esta convención, no habrá necesidad de monólogos griegos o de una retórica divina. Los demócratas no pueden recuperar la iluminación en una botella. Pero Obama podría convencer a los electores necesarios para tener otra oportunidad. Para lograrlo tiene que reencontrarse con el estadounidense promedio:

  • Demostrar que “comprende”, y que está listo para hacer algo diferente en su segundo período de lo que hizo en el primero.
  • Aceptar responsabilidad por sus fallas, admitir sus errores y que ha aprendido de ambas.
  • Debe unir, inspirar y motivar a la base democrática a ir a votar a pesar de su posición conservadora ante ciertos temas.
  • Mostrar empatía por aquellos que sufren y dar esperanza de que las cosas pueden mejorar.

La semana pasada en Tampa, Florida, Romney necesitaba concentrarse en aquellos que pensaban que Obama había fallado como presidente, pero aún más en los que todavía no tenían la idea de que él puede ser el reemplazo. Obama hizo algo parecido.

En Charlotte, Carolina del Norte, Obama necesita hablar con aquellos a los que les guste la alternativa, pero que aún piensa que todavía no es suficiente y que necesita mejorar. Veremos si lo puede hacer.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Ruben Navarrette Jr.