Algunos expertos recomiendan seguir los perfiles de los niños en línea y solicitar su amistad en redes sociales.

Por Wendy Sachs, especial para CNN

(CNN) — Mi hijo de 11 años tiene una vida secreta en Internet.

No fue tan secreta hace una semana cuando descubrí su perfil público en Instagram, donde estaba publicando fotografías dramáticas y conmovedores versagrams (mensajes de texto gráficos) para que todo el mundo los viera. Un instante estaba enamorado y al siguiente se sentía absolutamente desesperanzado. Quedé perpleja.

Mi hijo nunca había dado señas de estar remotamente interesado en las niñas. Ni una palabra. Además, no es precisamente el chico presumido de primaria. Es un niño relativamente tímido. Sin embargo, su avatar de Instagram coqueteaba descaradamente con una niña, publicaba muchas bromas acerca de su enamoramiento y pedía comentarios no sólo de sus amigos de la escuela, sino de niños que viven en sitios como Connecticut y Nueva Jersey, a quienes estoy segura que jamás ha visto en persona.

Las alertas de su teléfono sonaron sin parar durante tres días debido al flujo de frenéticos mensajes y posts en Instagram. Algo importante estaba ocurriendo. Mi hijo quería invitar a salir a una niña. ¿Él le gustaba a ella? No estaba seguro, pero por lo que vi en línea, esto difícilmente era información confidencial. Su plan de invitarla a salir circulaba por el ciberespacio y varios niños opinaban sobre su estrategia y sus probabilidades de éxito. Se hallaba expuesto en múltiples plataformas virtuales, y eso me aterró. Claramente no comprendía el impacto de la actividad en línea. ¿Qué debía hacer?

Mientras mi hijo dormía, revisé sus mensajes de texto y di seguimiento a las actualizaciones en Instagram; después de todo, si mi hijo tenía un perfil público en realidad no estaba husmeando. ¿Pero qué podía decir? ¿Debía decirle que estaba vigilando sus actividades? ¿Leer sus mensajes de texto era como leer su diario? ¿Estaba violando la privacidad de mi hijo y exagerando el asunto? Mi esposo me dijo que me mantuviera al margen, que nuestro hijo era simplemente un niño enamorado que debía vivir este rito de iniciación solo, sin su madre rondando. Pero yo no estaba tan segura.

Como muchos padres, lucho con los límites de monitorear las actividades en línea de mis hijos ¿Interceptar o revisar sus mensajes de texto es una invasión a la privacidad de nuestros hijos o las reglas para los padres han cambiado gracias al poder y peligro que conlleva la tecnología? ¿Tengo justificación para acechar a mi propio hijo? El primer enamoramiento es lo suficientemente difícil, pero lo que intentaba era protegerlo de la vergüenza que puede traerle exponer su experiencia personal en línea.

Los adultos sabemos que publicar una foto, enviar un correo electrónico, un mensaje de texto o un tuit imprudente puede costarle a alguien no sólo su reputación sino hasta su carrera. Al parecer, el escándalo alrededor del romance extramarital del exdirector de la CIA, David Petraeus, empezó con la filtración de un correo electrónico. Si el director de la CIA puede ser descuidado con sus correos personales, ¿cómo podemos confiar en que un niño maneje mejor esas herramientas?

Los expertos dicen que es importante que los padres vigilen el comportamiento en línea de sus hijos. “Cuenta como intromisión si no les decimos que lo estamos haciendo”, dijo Scott Steinberg, autor de la exitosa serie de libros: Modern Parent’s Guide (Guía para los padres modernos). “Debes discutir directamente con ellos por qué estás ahí y por qué estas vigilando su actividad en línea. El saber que un padre está presente puede modificar el comportamiento en línea de los niños; los padres no se entrometerán en las experiencias de sus hijos si lo hacen directa y honestamente”.

Ser padre en la era posterior a Facebook, en la que cada dos minutos sale una nueva e indispensable aplicación social, hace que la vigilancia sea extenuante, si no es que imposible. Sin embargo, aunque creo que mi hijo sabe que no debe comunicarse con “extraños”, la forma en la que está exponiendo su vida en el ciberespacio me pone nerviosa. Pero difícilmente está solo. Las fotos y mensajes que sus amigos publicanen Instagram van de lo tonto a lo provocativo. Tal vez sean los filtros fotográficos digitales, pero la niña con luce sexy y mayor.

Aunque es nuestro deber como padres enseñar a nuestros hijos a ser responsables con la tecnología, ¿qué tanto podemos interferir con su libertad de expresión?

Steinberg dice que es importante que los padres conozcan lo que hay y estén pendientes del comportamiento en línea de sus hijos sin perder totalmente la cabeza. Dice que los padres no pueden simplemente dar dispositivos digitales a sus hijos y esperar que comprendan la etiqueta de la red.

Sin embargo, los padres también necesitan respetar los límites.

“El que puedas ver lo que hay en línea no significa que debas obsesionarte y trates de controlar cada mensaje de texto”, dijo Steinberg. “También hay límites para los padres. Al fin y al cabo, no quieres volverte paranoico. Lo único que quieres es abrir un diálogo honesto y permitir una actividad positiva. No puedes ponerle una correa a tu hijo, virtual o de otra clase”.

Después de agonizar durante varias noches acerca de cómo manejar todo esto, le dije a mi hijo que tenía que cambiar su configuración a modo privado para que los pedófilos y otras “personas espeluznantes” no pudieran seguir sus publicaciones. Es un niño listo, así que entendió que lo estaba vigilando. Fue el reconocimiento tácito de que había visto lo que estaba poniendo en la red. Así que volvió privado su perfil. Las configuraciones están bloqueadas. Le pregunté si podía seguirlo en Instagram, y de inmediato respondió que no.

Steinberg diría que los padres deben volverse “amigos” de sus hijos o seguirlos en línea. ¿Pero qué pasa si se niegan? Es bien sabido que los niños pueden ser sigilosos y aceptar la “amistad” de sus padres en un sitio o aplicación y publicar en otro. Los padres tal vez puedan suspender la tecnología por un tiempo, o pueden echar un vistazo a sus teléfonos y dispositivos, como lo hago regularmente, sin sentir culpa.