Por Silvina Moschini
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Nota del Editor: Silvina Moschini es consultora en temas de Internet, tecnología, relaciones públicas y redes sociales. Es también fundadora de la agencia de medios sociales Intuic y co-fundadora de TransparentBusiness.com.
La mayoría de los servicios gratuitos que utilizamos en la web nos exigen tres cosas: identificarnos con un nombre de usuario, proporcionar una contraseña y tildar ese minúsculo casillero que suele decir algo así como “Acepto los términos y condiciones del servicio”.
Estos términos, usualmente descritos en un lenguaje legal que ocupa varios párrafos son ignorados por la enorme mayoría de los internautas, ganados tal vez por la ansiedad de estrenar la nueva herramienta; sea ésta una dirección de e-mail, el perfil en una red social de moda o un servicio de intercambio de fotografías.
La importancia de esa aburrida colección de párrafos con tinte jurídico casi siempre pasa desapercibida. Pero en ocasiones excepcionales, como la que generó una polémica mundial alrededor de Instagram un mes atrás, todos miramos con atención estos términos de uso. Es entonces cuando muchos advierten que a cambio del uso gratuito de una herramienta en línea lo que los internautas “dan a cambio” es su propia información personal. El problema es quiénes –y hasta qué punto- se beneficiarán con ella.
Instagram: los cambios que no fueron
Instagram es una de las redes sociales que más ha crecido en los últimos tiempos. Su éxito no parece ser ningún misterio: al proporcionar una forma práctica de añadir filtros y efectos a las fotografías “convirtió” a millones de usuarios en maestros del retoque digital y/o expertos en fotografías. O al menos se los hizo creer.
Pero el “romance” entre Instagram y sus casi 45 millones de usuarios se complicó el mes pasado, cuando Kevin Systrom, CEO de la red social, publicó en el sitio de la empresa algunos cambios en las condiciones del servicio.
El más importante señalaba la posibilidad de que Instagram vendiera a compañías de publicidad las fotos de los usuarios, sin compensación alguna para estos últimos.Las reacciones fueron globales, inmediatas y masivas. La cuenta de National Geographic en la plataforma, una de las más populares con 650.000 seguidores, manifestó su desacuerdo con las modificaciones. Otros cientos de miles de usuarios se unieron al descontento y decidieron darse de baja de la red social. Finalmente, Instagram dio un paso atrás y volvió las cosas a foja cero.
Aunque aún se discute cuántos cientos de miles de usuarios perdió la red, las consecuencias trascienden lo estrictamente numérico. La lección que parece haber dejado la controversia es que las grandes corporaciones del mundo digital, por más poderosas que sean, no pueden pretender que sus usuarios les sean fieles pese a todo.
Para el analista Chris Taylor, Instagram, una compañía con sólo dos años de existencia, no sólo se apresuró a buscar un aumento en su rentabilidad sino que pretendió hacerlo de una manera polémica y poco sutil. “En 2006, cuando Facebook tenía 2 años, la publicidad era lo último que tenían en mente. Zuckerberg siempre tuvo muy claro esto: primero hay que consolidar el servicio y luego preocuparse por hacer dinero con él”, apunta Taylor.
Privacidad: límites y beneficios
A pesar de ser la empresa matriz de Instagram desde septiembre último, Facebook ha manejado el asunto de la privacidad de sus usuarios de un modo completamente distinto, especialmente en los últimos tiempos.
Las recientes novedades en la red de Mark Zuckerberg implican un mayor control, por parte de los propios usuarios, acerca de la visibilidad de los contenidos que postean y la información de su perfil. Las modificaciones también afectan a las aplicaciones de terceros que funcionan dentro de la red social, un asunto cada vez más controvertido.
A comienzos del año pasado, The New York Times reveló que muchas apps –en Facebook pero también en otras plataformas- copiaban el directorio de contactos de los usuarios de smartphones sin permiso, lo que generó una ardua polémica.
De todas maneras, es cierto que muchas aplicaciones sí piden formalmente permiso para acceder a nuestra información sensible en las redes (no sólo los datos personales sino incluso la posibilidad de postear “en nuestro nombre”) sólo que lo más habitual es que el usuario haga clic sin tener noción del alcance de esa petición.
Precisamente uno de los recientes cambios de Facebook apunta a reforzar esta cuestión: de ahora en más todas las aplicaciones deberán ser más cuidadosas y tendrán que solicitar permiso cada vez que publiquen contenido en el timeline de un usuario. Si estos cambios son tibios o si de verdad resultarán satisfactorios para los usuarios de la red social, es un asunto aún por descubrir.
Sin embargo, lo que resulta innegable en este escenario, es que los usuarios han ganado un relativo poder frente a las plataformas de sociabilidad online. Por eso, cuando reaccionan de forma masiva como en el caso de Instagram, pueden revertir los cambios propuestos desde las redes. En contraste, una red más experimentada como Facebook parece haber aprendido a sintonizar con las preocupaciones de sus usuarios, buena parte de los cuáles quiere tener directivas claras sobre cómo se maneja su propia información.
En cualquier caso, los internautas del presente no deberían olvidar que, en la era digital, los datos personales han sido el pasaporte para utilizar servicios y herramientas que de otro modo hubieran sido caros e inaccesibles. Mientras tanto, el desafío pendiente, tanto para las compañías como para los usuarios, es volver a trazar los límites de la privacidad y que estos resulten beneficiosos para ambas partes.