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(CNNTravel) — Son las 12:20 de la tarde y estoy en el piso 19 de un hotel en Bangkok, Tailandia, donde me preparo para el inicio de una conferencia que estaba programada para las 11:00.

Bebo una cerveza Singha y veo a mi alrededor a un grupo heterogéneo de asistentes: la mayoría hombres solteros en sus veintitantos o treinta y tantos, vestidos con sandalias o tenis Converse, chaquetas o camisas sin mangas.

Uno nunca adivinaría que ésta es una conferencia para emprendedores y empresarios de compañías de internet en todo el mundo. La mayoría de ellos tienen un ingreso anual de seis cifras.

Yo soy uno de ellos y, para muchos, estoy viviendo el sueño: no tengo jefe, ni una oficina permanente, pero sí dinero en efectivo, libertad de moverme y trabajar donde me plazca.

Soy parte de una nueva generación de empresarios sin ubicación permanente, a quienes Timothy Ferris, autor del libro The 4-Hour Workweek (La semana laboral de cuatro horas), llama los “nuevos ricos”.

Tenemos pocos compromisos, una libertad de elección con la que la mayoría de las personas solo puede soñar. Nuestra vida es el sueño de un viajero.

El año pasado vi el Taj Mahal, la Gran Muralla China y Machu Picchu en un lapso de tres meses. Escalé un volcán y después un glaciar a 3,200 kilómetros de distancia siete días después. Visité 17 países y visitaré otros 10 este año.

Es posible porque he escogido, como muchos otros, alejarme de las convenciones y vivir como nómada.

La idea es utilizar internet para ampliar y automatizar los negocios rápidamente, y luego aprovechar mi independencia de ubicación acumular experiencias, viajes y aventuras en lugar de posesiones materiales.

Los sitios de reunión de los nuevos ricos

Para ser un grupo de personas repartidas por todo el mundo, los nuevos ricos en realidad se encuentran entre ellos con mucha frecuencia. Estamos muy conectados en línea y tenemos una inclinación por las mismas ubicaciones.

Asia es la zona cero para muchos empresarios debido al bajo costo de los servicios y la alta calidad de vida: Chiang Mai y Bangkok, en Tailandia, Saigon en Vietnam, Bali en Indonesia, Cebu en Filipinas son lugares populares. Recientemente, Medellín en Colombia también se ha vuelto popular.

Luego están los empresarios empeñados en sacar provecho de los mercados emergentes; lugares como Buenos Aires, Sao Paulo, Beijing y Kiev. Las conferencias y reuniones son organizadas en Las Vegas, Berlín, Tokyo, Miami y Bangkok.

El precio de esta libertad es una vida social que puede ser extraña y a menudo solitaria.

La línea entre las relaciones de negocios y la amistad es borrosa; las pocas personas en el planeta que pueden relacionarse con mi estilo de vida son también posibles socios y/o clientes.

Por lo tanto, las intenciones en las conversaciones de amistad y negocios  siempre son confusas.

El otro aspecto extraño de este estilo de vida es que las personas con las que estoy más conectada son aquellas a quienes veo con poca frecuencia. Veo a mi mejor amigo quizá una o dos veces al año.

Y después están los amigos a los que realmente nunca veo.

Sentado en la mesa conmigo en Bangkok está Jay. Asistí a uno de sus seminarios web hace algunos meses y lo puse en uno de los podcast de mi sitio. Vivió brevemente en Bali con un amigo mío.

A pesar de “conocer” a Jay durante más de seis meses y hacer estrategias sobre nuestros negocios regularmente, nunca lo había conocido en persona hasta hoy.

Con nosotros también está Tom, un adinerado consultor de negocios en línea  que vive en Filipinas, y ahora es tutor de uno de mis buenos amigos en Boston, Estados Unidos.

Tom, una media docena de empresarios y yo somos miembros de un grupo que hace llamadas semanales de una hora para discutir nuestros negocios y vidas.

El precio de la libertad: la soledad

A pesar de que hablo semanalmente con Tom durante una buena parte del año, (con frecuencia discutimos asuntos personales), ésta es la primera vez que me reúno con él en carne y hueso.

Sin embargo se siente como algo normal.

No pasa por nuestras mentes que en realidad no nos conocemos. Nos encontramos en los mismos foros privados y somos miembros de las mismas listas de correos electrónicos.

Nos partimos el alma construyendo nuestros negocios mientras vivimos en la misma media docena de lugares en todo el mundo. Sin embargo, no nos conocemos. Debajo de la superficie hay una soledad a punto de estallar.

En un extraño momento de vulnerabilidad, un exitoso empresario recientemente escribió que rompió en llanto en un pequeño suburbio en Japón al ver a una familia en el parque andando junta en bicicleta.

Le pareció que este placer simple y mundano era algo que nunca había conocido.

De regreso en la sala de conferencias en Bangkok, se hacen acuerdos vacíos para reunirse y pasar el rato.

Una pareja que estará en Barcelona en el mismo momento acuerda enviarse correos electrónicos entre sí; otro grupo medita sobre reunirse en Berlín en la primavera.

Para un grupo de personas que lucha contra la batalla silenciosa del aislamiento, somos demasiado inconstantes uno con el otro. Pero cuando tienes tantas oportunidades ante ti es fácil evitar el compromiso, incluso con tus amigos.

Mientras bebo y me pongo de mal humor, se me ocurre que los nuevos ricos, a pesar de todos nuestros impresionantes valores, somos tan culpables del materialismo como los viejos ricos. Solo de una forma distinta.

En lugar de una adicción al estatus y las posesiones, somos adictos a la experiencia y novedad.

El resultado final es el mismo. Nuestras relaciones, nuestras conexiones con lo que es importante, sufren. Por primera vez en tres años de viaje ininterrumpido, deseo un hogar.