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Por Samuel Burke, CNN

Su madre ni siquiera se atreve a mirar a su hija la cara. Es una niña afgana demasiado pequeña para entender lo que le ocurre. Baja la mirada y avergonzada explica por qué debe entregar a la niña a los narcotraficantes.

El padre de la niña ha hecho lo que muchos agricultores afganos deben hacer para financiar sus granjas de opio: pedir prestado dinero de los narcotraficantes. Pero el gobierno afgano y las fuerzas internacionales intentando detener el comercio de opio han anulado el negocio de la plantación de amapola del padre, y con ello, su capacidad para pagar sus deudas con los narcos.

Los señores de la droga lo secuestraron para pedir un rescate a su familia.

“Tengo que darle a mi hija para que liberen a mi marido”, explica la madre con la chica a su lado. Ni siquiera llega a los seis años.

El 90% del opio del mundo - la materia prima de la heroína - procede de Afganistán. Cultivar amapola allí se había convertido una industria lucrativa.

Pero el gobierno afgano ha estado combatiendo y destruyendo los cultivos ilícitos, dejando a muchos agricultores en la misma horrible situación que la familia que tuvo que usara a propia hija como moneda de cambio para compensar el préstamo.

“Son mucho más peligroso y poderoso que los talibanes”, dice el padre de dos niños secuestrados sobre los capos de la droga. Mira un mensaje que le enviaron a us teléfono en el que le anuncian que su hija está cautiva y le exigen 20.000 dólares.

Estas trágicas historias están documentadas en la premiada película de PBS Frontline, “Las novias del opio”, que fue realizada por el reportero afgano Najibullah Quraishi y el productor Jamie Doran.

Quraishi contó a Christiane Amanpour de CNN que cuando las familias entregan a sus hijos, a menudo son llevados a otros países, como Pakistán o Irán, donde las utilizan para transportar drogas o son sometidos a la esclavitud sexual.

La película narra también otra terrible historia de un campesino afgano. “Me parecía demasiado terrible para ser verdad”, explica el productor Jamie Doran. “[Él] no podía pagar a los traficantes y se negó a dar su hija. Y de hecho tenemos grabado cómo él fue decapitado con una navaja. Eso es lo que le hacen si se niegan a entregar sus hijas”.

El periodista responsable de la película dice que el Gobierno es consciente de que está destruyendo las vidas de estas familias junto a sus cultivos, pero las autoridades aún no han encontrado una solución para proteger a las familias de los agricultores mientras intentan poner fin al tráfico de opio.

Una niña que tuvo la suerte de escapar de sus captores cuenta lo horrible que eran las condiciones. “No me permitieron cambiarme de ropa. Ni nos dieron jabón para lavarlos. Mi ropa se quedó pegada a mi cuerpo. Me sometieron a todas las crueldades posibles. Me temo que me encontrarán y llevarán de nuevo”.

Incluso si las niñas se escapan, a menudo no tienen a dónde ir. Los realizadores lograron encontrar un albergue para ellas durante el rodaje, pero sólo lo suficiente para unas 30 niñas.

Los cineastas creen que hay cientos, sino miles de niñas que han logrado huir de los traficantes.

“El papel de la OTAN y las Naciones Unidas es increíble en esta situación”, explica Doran. “La ONU y la OTAN ISAF dicen que no es su responsabilidad y que ellos deben abogar por la destrucción y erradicación de la amapola. Sin embargo, quedará supeditada a la protección de la policía para hacerlo realmente. Así que están diciendo por un lado, “no tenemos nada que ver con esto, pero por otro lado la policía afgana no podía hacer nada sin el apoyo de la OTAN”.

Pero Doran señala que la raíz del problema son los consumidores de la droga. “No sé si hay una solución, porque el mundo exige el cultivo de adormidera para su adicción a la heroína. Así que ya sabes, tal vez la culpa no sólo del gobierno afgano. Tal vez deberíamos buscar dentro de nosotros mismos un poco más”, dijo Qaurishi.

El miedo que se avecina es que esta horrenda situación empeore cuando las tropas internacionales abandonen Afganistán en 2014.