Por Lola García-Ajofrín
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Caracas (CNNEspañol.com) – Leonel presume de precios en su barbería de Caracas. Rasura la cabeza de un cliente mientras se jacta de que por 40 bolívares los deja guapos. “Cada año subo el precio cinco bolívares, el siguiente posiblemente les cobre 45”, asegura orgulloso. Es una peluquería modesta, con una silla giratoria frente al espejo y un puñado de utensilios, como la de cualquier barrio humilde de Venezuela. Su particularidad es que se encuentra en la planta segunda del edificio ocupado ilegalmente más alto del mundo.
La Torre de David, como se conoce al Centro Financiero Confinanzas, en honor a su creador, David Brillembourg, es un imponente rascacielos de 45 plantas revestido con paneles de espejo en la avenida Andrés Bello de Caracas. El rascacielos está a medio construir, con los laterales descubiertos y la torre a medias, como si alguien le hubiera dado un mordisco.
El padre del proyecto, dueño de una de las fortunas exprés que engendró el boom bancario de los 80 en Venezuela, soñaba con construir un boulevard financiero en la zona. Los nuevos “Midas del valle” los bautizó el periodista Juan Carlos Zapata en un libro. Pero la muerte de Brillembourg en 1993 y la crisis bancaria de 1994 paralizaron las obras. El rascacielos pasó entonces a manos del Estado, a través de la entidad Fogade. El helipuerto, intacto, evoca a los banqueros que nunca aterrizaron en la torre. Desde hace cinco años es el hogar de miles de venezolanos que se mudaron del rancho, como se conoce a las precarias viviendas de ladrillo que se amontonan en los cerros de Caracas.
El 17 de octubre de 2007, 200 familias invadieron torre bancaria de Fogade, según el diario El Universal días después del suceso, donde explicaba que algunos ocuparon el edificio tras quedarse sin casa por las lluvias; otros, que vivían alquilados, se sumaron a la ocupación “con la esperanza de obtener una vivienda propia”.
Dani Henrique, de 32 años, llegó con los primeros inquilinos, animado por su hermano. Cuenta que al principio fue muy difícil.
“Lo que encontramos fue puro escombro, dormíamos ahí en medio, en una carpa en colchonetas. Todo lo que ves lo hemos hecho con estas manitas”, dice señalando a la explanada en la que hoy se levantan unos árboles bien cuidados.
Con iglesia, peluquería y cibercafé
Durante meses sacaron escombros en carretillas, destaparon tuberías, instalaron la electricidad y edificaron. “Todos los ladrillos que hay los pusimos nosotros”, recuerda Luis Arrieta, de 38 años, que reside en la torre desde hace cinco años.
El siguiente paso lo dieron en junio de 2009, al registrarse como cooperativa habitacional (Casiques de Venezuela, R.L.). Hoy, la llamada “favela vertical”, con 121.000 metros cuadrados, dispone de nueve plantas de estacionamiento para coches y una para motos, bodegas, librería, heladería, cybercafé, dos talleres de costura, cancha de baloncesto, peluquería y hasta una iglesia bautista.
El pastor de la iglesia de la Torre es el propio jefe de la invasión y presidente de la cooperativa, Alexander Daza, conocido como “El Niño”. Él es la cabeza del grupo de 15 coordinadores que gestiona el edificio. El periodista Jon Lee Anderson en una reciente crónica en The New Yorker lo describe como “un ex criminal convertido en pastor evangélico” y recoge su propia explicación de su elección como líder: “Al principio, todo el mundo quería ser el jefe pero Dios se deshizo de aquellos que quiso deshacerse y dejó a aquellos que quiso dejar”.
“La torre, en ese sentido, funciona de manera vertical, con un jefe, un grupo de delegados y luego el pueblo llano”, explicó por correo electrónico a CNN la artista venezolana Ángela Bonadies, quien junto a Juan José Olavarría documentó la realidad del rascacielos durante tres años en un blog.
“Funciona como el gobierno revolucionario, como una corporación, como una iglesia y como una cárcel venezolana”, puntualiza. En la actualidad, habitan 850 familias, “unas 3.000 personas”, calcula Dani Henrique.
Alfonso García, de 30 años y colombiano de origen, aparca su moto-taxi dentro de las líneas amarillas que marcan el estacionamiento para motocicletas. Varios de los inquilinos de la torre viven de este negocio. García compagina este trabajo con el de supervisor de obra. Él se mudó al edificio al morir su madre y al no poder pagar una vivienda. Antes intentó vivir de alquiler pero hoy, con tres hijos de 3, 4 y 7 años, se vería “muy apurado” para mudarse a otro sitio con su familia. Aquí tiene un apartamento de tres cuartos, con televisión y computadora. “Los únicos problemas son con la luz en diciembre, cuando todos ponen arbolitos”, cuenta.
En la torre, la luz está regularizada tras pagar una deuda de 76.000 bolívares a la compañía Corpoelec, según el diario El Universal; para el agua se las apañan con tres bombas por torre, una tubería y una manguera en cada planta. Como si se tratase de una urbanización, cada familia paga unos gastos mensuales de 150 bolívares por luz y vigilancia, que administra la cooperativa. La torre cuenta con caseta a la entrada que funciona día y noche y en la que entregan tarjetas numeradas a las visitas.
La seguridad es uno de los motivos por los que Luis Arreta no regresaría al barrio. Procede de Gramoven, un área muy deprimida de la capital. “Aquí no tenemos que tener miedo por los malandros”, sostiene, en un país en el que se registraron 14.092 homicidios, en 2011, según cifras oficiales y que el Observatorio Venezolano de Violencia eleva hasta 21.000 para el año pasado.
Los niños van llegando de la escuela al rascacielos. La mayoría va directo a comprarse un helado. “Aquí viven felices, tenemos la escuela, el hospital y el mercado cerca”, asegura Arreta, que destaca la accesibilidad a los servicios al vivir en el centro de la ciudad, “no como en el rancho”, donde aunque el gobierno del presidente Hugo Chávez intentó acercar la sanidad a través de la Misión “Barrio adentro”, aún las infraestructuras siguen siendo limitadas.
La torre tiene sus limitaciones. En las escaleras faltan las barandillas, lo que ha provocado más de un accidente con los niños, y las moscas campan a sus anchas por la basura amontonada en la puerta. “A los inquilinos les decimos que no hagan bulla y no arrojen basura”, dice Dani Henrique, aunque no todos parecen cumplir esta norma.
Premio con polémica
Para unos, el mayor edificio ocupado del mundo es modelo de autogestión. Así lo consideró el jurado de la Bienal de Venecia, la cita de arte contemporáneo que cada dos años acoge Italia, que en su última edición (2012), dentro de la sección de arquitectura, concedió a la torre el principal reconocimiento, el León de Oro; no sin poca polémica.
El proyecto, “Torre David: Gran Horizonte”, presentado por el británico Justin McGuirk y la consultora Urban-Think Tank fue galardonado por “haber reconocido la potencia de este proyecto de transformación: una comunidad espontánea que ha creado una nuevo hogar y una nueva identidad ocupando Torre David y lo ha hecho con talento y determinación”, rezaba el veredicto.
El trabajo premiado consiste en un libro de 450 páginas sobre el rascacielos, que según sus autores muestra “un símbolo del fracaso del neoliberalismo y de la autopromoción de los pobres” y que “con sus magníficos defectos, representa una oportunidad para reflexionar de nuevo sobre cómo creamos y promovemos las comunidades urbanas”, indican en el catálogo.
Para otros, el premio es una burla y la torre, la evidencia de palpable del problema de la vivienda en Venezuela. Ángela Bonadies dice que el edificio es “una metáfora del país” en la que “se puede ver el fracaso del capital y la industria privada; del Estado, como ente paternalista y populista; de la denominada revolución socialista, que solo produce caos y vacíos legales; de las iniciativas horizontales como las ‘cooperativas’ habitacionales porque en el espacio de la torre se reproducen todos los defectos de nuestro país: caciquismo, burocracia, dogmas de fe, juegos de poder, exclusión, violencia, precariedad sanitaria, etc”.
“Los países subdesarrollados seguimos siendo lugares exóticos donde suceden cosas exóticas que generan interés internacional”, agrega Bonadies.
El galardón fue criticado por la propia comisaria del pabellón de Venezuela, Andreina Agustí, que presentó, también en esa edición, los proyectos de vivienda popular ideados por el gobierno de Chávez. En la torre ni siquiera saben por qué se les dio el premio.
Entre los vecinos de los edificios colindantes, hay los que se quejan del ruido y de la basura, y también los que les apoyan: “Desde hace un año están muy tranquilos”, sostiene Maigualida “Hacen patrullas y limpian las calles y pintan… Si no tienen a dónde ir, ¿qué van a hacer?”.
Sin 2 millones de casas
Dos millones de casas es el actual déficit de vivienda que calcula el gobierno venezolano. Para combatirlo, el 30 de abril de 2011, lanzó la Misión Vivienda Venezuela que prevé alcanzar esta cifra para 2017.
Bajo este programa, cada jueves, el presidente Chávez entregaba las nuevas construcciones en un programa televisado. Con el presidente convaleciente en Cuba tras su operación de cáncer, el pasado 17 de enero varios de sus ministros hicieron entrega de 1.096 domicilios. En otras ocasiones, las decisiones han sido más controvertidas como la de alojar a los damnificados de las inundaciones de finales de 2010 en la planta primera de los hoteles de lujo de Caracas, donde hasta hoy siguen hospedados.
“La Torre de David es otro ejemplo más de esta permisividad fuera de toda legalidad”, critica Gerardo Hernández, director general del Centro Inmobiliario Profesional para el que, “ante la falta de una política coherente en materia de vivienda popular, el gobierno ha permitido las invasiones de edificios sean estos del gobierno, sean de propiedad privada, para albergar familias damnificadas”.
De hecho, el propio Chávez invitó en enero de 2011 a “todo el pueblo” a buscar viviendas ocupables: “Busca tu galpón y dime dónde está el galpón, cada quien que busque su galpón. ¡A buscar galpones, compadre! Hay mil, dos mil galpones abandonados en Caracas, vamos por ello que Chávez los expropiará y los pondrá a la orden del pueblo para construir viviendas dignas”, dijo entonces.
En la barbería de Leonel, prefieren no hablar de política.