Las manifestaciones se organizan a través de Internet, sobre todo vía Twitter y Facebook.

Por Bryony Jones

Madrid (CNN) — Nota del Editor: CNN envió un equipo multimedia a España para investigar cómo la gente enfrenta el desempleo, que está en niveles históricos, y la profunda crisis económica. Esta es la primera parte de una serie de reportajes.

El canto de las consignas crece en la calle que está abajo, el ruido rebota en la pared del edificio que está enfrente y entra hasta un departamento ubicado en el último piso de una cuadra en Vicálvaro, un suburbio de clase obrera en Madrid.

“¡El pueblo, unido, jamás será vencido!”, corea la multitud molesta al tiempo que levanta las pancartas. “¡Luchar es la única manera!”

Rocío saca su cabeza por la ventana y observa con interés el tumulto debajo de ella; mientras, quienes pasean a sus perros, las madres con carriolas y los pensionados con sus bolsas de las compras se unen a la muchedumbre.

Las decenas de personas reunidas en la acera no son vecinos entrometidos, aunque muchos son desconocidos para la familia que vive en el quinto piso. Todos están aquí para proteger Rocío, quien tiene un hijo, de un desalojo.

La mujer de cabello teñido brillante, con frenos en los dientes y una expresión de preocupación baja su cabeza mientras explica cómo llegó hasta aquí: Su traslado desde Ecuador en 2003, cuando eran buenos tiempos y había empleos en España; su decisión de invertir en una casa para ella y su hijo, de 17 años y estudiante de preparatoria.

Pero llegó la crisis financiera mundial y generó serios problemas para la economía española. Rocío perdió sus empleos —en una tienda y como encargada de limpieza— y ya no pudo pagar la hipoteca.

Ella es un ejemplo de la crisis que enfrentan muchos españoles mientras el país lidia con las tasas de desempleo más altas desde la época de la Guerra Civil, en la década de 1930, y una recesión que entra en su segundo año.

Durante un tiempo, Rocío se las arregló gracias a los subsidios, pero se detuvieron, y ahora los cobradores andan rondando.

“Están a punto de desalojarme y lucho por quedarme porque no tengo otro lugar a donde ir”, dice. “No he pagado mi hipoteca porque no me es posible, no tengo trabajo”.

Dentro del acogedor apartamento de dos habitaciones hay pocas señales de que la familia pueda ser echada a la calle en cualquier momento: La televisión está encendida en la sala, las estanterías y los armarios están llenos, y hay un trozo de carne en la barra de la cocina, descongelándose para estar lista para la cena.

Solo en la habitación principal hay un indicio de la real amenaza de que Rocío pierda su casa: una maleta grande y negra, vacía, encima de la colcha con estampado de rosas.

“No soporto la idea de vivir en las calles con mi hijo, pero no tengo ni idea de a dónde más ir”, dice. “El simple hecho de pensarlo me entristece mucho”.

La historia de Rocío es compartida por otros en todo España: la crisis financiera global afectó al mercado de la vivienda en el país y desencadenó una gran recesión que dejó a miles sin trabajo.

La tasa de desempleo es de 26% —su nivel histórico más alto— y la situación incluso es peor para los jóvenes, con más del 55% para quienes tienen entre 16 y 24 años.

Sin ingresos, muchos batallan para realizar sus pagos hipotecarios por casas que ya no cuestan lo que pagaron.

Tomás Rodríguez es uno de los que perdieron su casa. El hombre de 33 años solía trabajar en una tienda de abarrotes, pero fue despedido cuando la empresa tuvo problemas. Ahora duerme en la Plaza Mayor de Madrid, que en el día es un centro turístico y que de noche es una ciudad de cartón poblada de personas sin hogar.

“Tuve la oportunidad de obtener los subsidios del desempleo, pero ya no más”, dice. “No puedo pagar las cosas, así que ahora vivo en la calle… Es duro, pero así es”.

Rodríguez dice que la crisis financiera ha dejado a muchos españoles comunes y corrientes en la calle. “La gente está perdiendo sus empleos. Ahora no pueden pagar sus hipotecas, no pueden mantener a sus familias, se las ven difíciles”, relata.

“La gente tiene una imagen equívoca de las personas sin hogar, ven a alguien con una caja de vino y piensan que todos somos así, (pero) ni al caso… Incluso gente con títulos universitarios vive en las calles. Nadie está a salvo”.

Es este miedo el que ha llevado a muchos españoles a la acción. Están obligados a tomar medidas por lo que perciben como una gran injusticia en la vida cotidiana en España, en 2013, donde los ciudadanos con problemas son desalojados y cientos de casas permanecen vacías.

Decenas de los reunidos afuera de la puerta del edificio del departamento de Rocío son partidarios de Stop Desahucios (Alto a los desalojos), que forma parte de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), un grupo que hace campaña para evitar que los bancos y las autoridades echen de sus hogares a los afectados por los problemas económicos del país.

“¡Por cada desalojo, una ocupación!” gritan, y acusan a los bancos y autoridades de “terrorismo inmobiliario”.

“¡El siguiente desalojo debería darse en el Palacio de la Moncloa!”, la residencia oficial del presidente del gobierno, se escucha en otra consigna; unos cuantos años atrás, la mayoría de los españoles habrían eludido estas protestas abiertamente políticas.

El activista Dante Scherma, de 24 años, dice que ante la turbulenta historia de España muchos eran cuidadosos de involucrarse en asuntos políticos. “Cuarenta años de dictadura de Franco hizo que la gente se desconectara de la política”.

Pero cuando el hervidero de ira y resentimiento contra el gobierno y la economía dio paso a las marchas masivas del Movimiento 15-M —también conocido como el de los “indignados”— las compuertas se abrieron.

En 2011, miles de españoles salieron a las calles del país, inspirados por el movimiento Ocupa mundial, y algunos instalaron su campamento de protesta en la Puerta del Sol, en Madrid.

Sofía de Roa, de 28 años, fue una de los primeras en participar en las manifestaciones, que según ella fueron un despertar político para el pueblo español.

“Los ciudadanos no estaban acostumbrados a hablar sobre temas políticos. Mis padres nunca hablaron de política conmigo, pero ahora eso está cambiando. El movimiento despertó a muchas personas que no estaban interesadas previamente en la política”.

Scherma está de acuerdo: “El Movimiento 15-M hizo que la gente hablara de cuestiones sociales y políticas en las charlas cotidianas, en los cafés, restaurantes, bares –en donde antes sólo se hablaba de fútbol o moda”.

Actualmente, Madrid es una ciudad de protestas. Es casi imposible cruzar la capital sin encontrar un plantón o una marcha, con peticiones por todos lados, y los activistas han vuelto a la Puerta del Sol.

Las manifestaciones se organizan a través de Internet, sobre todo vía Twitter y Facebook.

“Utilizamos las redes sociales para comunicarnos”, explica de Roa, con su smartphone en mano. “Esta es la herramienta que nos ha permitido luchar juntos, y sentir que no estamos solos”.

Sus temas abarcan prácticamente todo —desde la reforma educativa hasta las pérdidas de empleo, desde los recortes gubernamentales hasta la corrupción— pero todas reflejan una insatisfacción generalizada con los políticos y su manejo de la crisis económica del país.

“Están destruyendo nuestro futuro”, dice Alejandra, estudiante universitaria, mientras participa en una marcha en apoyo a la educación pública. “Sabemos que existe una crisis, pero podría ser menor si manejaran mejor los recursos”.

“Todos los partidos políticos se acusan entre sí, el gobierno está destruyendo el país, y las condiciones de los trabajadores cada vez empeoran más”.

Cada protesta tiene un código de color: blanco para los trabajadores de salud; verde para el sector educativo; anaranjado para los servicios sociales; rojo para los integrantes de sindicatos, y negro para los trabajadores de servicios públicos.

El sábado 23 de febrero se tiene previsto que todos estos grupos se unan para manifestaciones masivas en pueblos y ciudades de toda España, una protesta conocida como la Marea Ciudadana.

De vuelta a Vicálvaro, ha llegado la hora de la verdad, pero la multitud —que ahora le grita a la policía, diciéndoles que deberían avergonzarse de sí por ayudar a desalojar a las familias— parece haber tenido un impacto.

Rocío es convocada a bajar, mientras los abogados de la PAH le explican que podrá quedarse en ese lugar, al menos durante algún tiempo más.

Para quienes trabajan en detener la epidemia de desalojo en España, hoy se ha presenciado una pequeña y temporal victorial: por el momento se ha postergado la llegada de los cobradores, pero Rocío sabe que todavía pueden volver.

Para quienes se manifiestan en contra de los recortes, la corrupción y la falta de dinero, las protestas seguirán.

Joe Duran contribuyó a este reporte.