Por Bruce Schneier
Nota del Editor: Bruce Schneier es un experto en tecnologías de seguridad y autor de Liars and Outliers: Enabling the Trust Society Needs to Survive. En 2005, antes del cónclave que eligió a Benedicto XVI, Schneier escribió un artículo sobre el proceso en su blog. Este ensayo es una versión actualizada, el cual refleja nueva información y análisis.
(CNN) — Mientras el Colegio Cardenalicio se prepara para elegir a un nuevo papa, especialistas en seguridad, como yo, nos preguntamos sobre el proceso. ¿Cómo funciona y qué tan difícil sería hacer fraude en el voto?
Las reglas para las elecciones papales están inmersas en la tradición. Juan Pablo II las codificó por última vez en 1996, y Benedicto XVI, en buena medida, dejó las reglas intactas. La “Universi Dominici Gregis sobre la vacante de la sede apostólica y la elección del pontífice romano” es verdaderamente detallada.
Cada cardenal menor de 80 años tiene derecho a votar. Se espera que 117 voten. La elección se lleva a cabo en la Capilla Sixtina, dirigida por el Camerlengo de la iglesia. Las boletas son totalmente de papel, y todos los conteos de los votos se hacen a mano. Los votos son secretos, aunque todo lo demás es abierto.
Primero está la fase de “preescrutinio”
Se le entregan “por lo menos dos o tres” boletas de papel a cada cardenal, pues se supone que un cardenal tendrá boletas adicionales en caso de que cometa un error. Después se elige al azar entre los cardenales a nueve funcionarios electorales: tres “escrutadores”, quienes cuentan los votos; tres “revisores”, quienes verifican los resultados de los escrutadores; y tres “enfermeros”, quienes recogen los votos de quienes están demasiado enfermos como para estar en la capilla. Los distintos grupos de funcionarios son elegidos al azar en cada votación.
Cada cardenal, incluyendo a los nueve funcionarios, escribe a quién elige para papa en una boleta rectangular de papel “en la medida de lo posible con una caligrafía distinta a la suya para que no pueda ser identificado”. Después dobla el papel a lo largo y lo sostiene en lo alto para que todos lo vean.
Una vez que todos escribieron su voto, empieza la fase de “escrutinio” de la elección. Los cardenales se dirigen al altar uno por uno. En el altar hay un gran cáliz con una patena —el plato de metal de poca profundidad que se utiliza para guardar las hostias durante las misas— la cual se encuentra en la parte superior del mismo. Cada cardenal pone su boleta doblada en la patena. Después levanta la patena y deposita su papeleta en el cáliz.
Si un cardenal no puede caminar hasta el altar, uno de los escrutadores —ante la mirada de todos— realiza el procedimiento por él.
Si alguno de los cardenales está demasiado enfermo como para estar en la capilla, los escrutadores entregan a los enfermeros una caja cerrada vacía con una ranura, y los tres enfermeros, de manera conjunta, recogen esos votos. Si un cardenal está demasiado enfermo para escribir, le pide a uno de los enfermeros que lo haga por él. La caja se abre, y las boletas se ponen sobre la patena y dentro del cáliz, uno a la vez.
Cuando todas las boletas están dentro del cáliz, el primer escrutador lo sacude varias veces para revolverlas. Entonces el tercer escrutador transfiere las boletas, una por una, de un cáliz a otro, contándolas en el proceso. Si la cifra total de votos no es la correcta, se queman las boletas y todos vuelven a votar.
Para contar los votos, cada boleta se abre, y el voto es leído por cada escrutador en turno, y el tercero lo hace en voz alta. Cada escrutador escribe el voto en una hoja de registro. Todo esto se hace a la vista de los cardenales.
El número total de votos emitidos por cada persona es escrito en una hoja separada de papel. Las boletas con más de un nombre (sobrevotos) son nulas, y supongo que lo mismo sucede con las boletas en las que no se escribió algún nombre (subvotos). Es mucho más probable que haya boletas ilegibles o ambiguas, y supongo que también se descartan.
Después está la fase de “postescrutinio”. Los escrutadores cuentan los votos y determinan si hay un ganador. Todavía no hemos terminado.
Los revisores verificar todo el proceso: las boletas, los conteos, todo. Y después se queman las boletas. De ahí es de donde proviene el humo: blanco si se ha elegido un papa, negro si no —el humo negro se logra al echarle agua o una sustancia química especial a las boletas—.
Para ser elegido papa se requiere el voto mayoritario de dos tercios más uno. Aquí es donde el papa Benedicto realizó una modificación. Tradicionalmente se había pedido una mayoría de dos tercios. El Papa Juan Pablo II cambió las reglas para que, después de cerca de 12 días de votaciones infructuosas, la mayoría simple fuera suficiente para elegir a un papa. Benedicto revocó esta regla.
¿Qué tan difícil sería hacer fraude?
En primer lugar, el sistema es completamente manual, haciéndolo inmune a la clase de ataques tecnológicos que hacen que sean tan riesgosos los sistemas modernos de voto.
En segundo lugar, el pequeño grupo de votantes —los cuales todos se conocen entre sí— hace que sea imposible que alguien ajeno a ellos pueda afectar la votación. Se limpia y se cierra la capilla antes de la votación. Nadie va a vestirse de cardenal y a colarse en la Capilla Sixtina. En resumen, el proceso de verificación de la votación es casi tan bueno como ninguno que se vaya a encontrar.
Un cardenal no puede colocar boletas falsas en la votación. El complicado ritual de la patena y el cáliz asegura que cada cardenal vote una vez —su voto es visible— y también mantiene sus manos fuera del cáliz que contiene los demás votos. No es que no lo hayan pensado: los cardenales portan “hábito coral” durante la votación, el cual tiene mangas transparentes de encaje bajo una capa roja corta, lo cual hace que sea mucho más difícil llevar a cabo trucos de prestidigitación. Además, la cifra total de votos marcaría un error.
Las reglas anticipan esto de otra manera: “Si durante la apertura de las boletas los escrutadores descubrieran dos boletas dobladas de tal manera que parecieran haber sido depositadas por un elector, si estas papeletas tuvieran escrito el mismo nombre, se cuentan como un solo voto; sin embargo, si llevan escrito dos nombres diferentes, ninguno de los votos será válido; sin embargo, en ninguno de los dos casos se anula la sesión de votación”. Me sorprende, como si esto pareciera posible que sucediera gracias a un accidente y diera lugar a que solamente no se cuenten los votos a favor de los cardenales.
Las boletas de las votaciones anteriores son quemadas, lo cual hace que sea más difícil utilizar algunas de esas para volver a colocarlas en las urnas. Pero hay un deltalle: “Si, no obstante, debe llevarse a cabo inmediatamente una segunda votación, las boletas de la primera votación serán quemadas solo al final, junto con las de la segunda votación”. Supongo que tan solo hay una columna de humo para las dos elecciones, pero sería más seguro quemar cada conjunto de boletas antes de la próxima ronda de votación.
Los escrutadores se encuentran en la mejor posición para modificar los votos, pero es difícil. El conteo se lleva a cabo de manera pública, y hay varias personas que verifican cada paso. Sería posible que el primer escrutador, si fuera bueno en el juego de manos, intercambiara una boleta por otra antes de registrarla. O para el tercer escrutador intercambiar votos durante el proceso de conteo. Hacer las boletas más grandes haría que fueran más difíciles estos ataques. Así también el control de las boletas en blanco, y solo distribuir una por voto a cada cardenal. Argumentan que los cardenales cambien de opinión durante el proceso de votación, por lo que la distribución de boletas adicionales en blanco tiene sentido.
Hay tantos procesos de verificación que no resulta posible para un escrutador registrar mal los votos. Y ya que son seleccionados al azar para cada votación, la probabilidad de que sea seleccionado un grupo que previamente se haya puesto de acuerdo es extremadamente baja. Más interesante sería tratar de atacar el sistema de selección de los escrutadores, el cual no está bien definido en el documento. Influir en la selección de los escrutadores y revisores parece un primer paso necesario para influir en las elecciones.
En caso de existir un paso endeble, es el conteo de los votos.
No hay razón alguna para hacer un preconteo, y esto le da el escrutador que hace la transferencia la oportunidad de intercambiar boletas legítimas por otras que previamente haya metido en su manga. Agitar el cáliz para distribuir al azar las boletas es algo inteligente, pero poner las boletas en una jaula de alambre y agitarla sería más seguro, aunque menos reverente.
También me gustaría agregar algún tipo de guante blanco para prevenir que un escrutador oculte una mina de lapicero o la punta de un lápiz debajo de sus uñas. La exigencia de escribir el nombre completo del candidato ofrece cierta resistencia contra este tipo de ataques.
Probablemente el mayor riesgo es la complacencia. Lo que podría parecer hermoso en tradición y ritual durante la primera votación podría fácilmente convertirse en algo incómodo y molesto después de la veinteava votación, y habría la tentación de tomar atajos para ahorrar tiempo. Si los cardenales hacen eso, el proceso electoral se vuelve más vulnerable.
Una modificación al proceso hecha en 1996 permite que los cardenales vayan y regresen de sus dormitorios a la capilla, en lugar de estar encerrados en la capilla todo el tiempo, como anteriormente se hacía. Esto hace el proceso un poco menos seguro, pero mucho más cómodo.
Por supuesto, uno de los enfermeros podría hacer lo que quisiera al transcribir el voto de un cardenal enfermo. No hay manera de prevenir eso. Si el cardenal enfermo estuviera preocupado por eso, no en lo privado, podría pedirles a los tres enfermeros atestiguar la boleta.
También hay grandes desincentivos sociales, en realidad, religiosos, para hacer fraude en la votación. La elección se lleva a cabo en una capilla y en un altar. Los cardenales prestan juramento mientras emiten su voto. El cáliz y la patena son los implementos utilizados para celebrar la Eucaristía, el acto más sagrado de la Iglesia Católica. Y a los escrutadores explícitamente se les exhora a no formar ningún tipo de cábala o camarilla o hacer planes para influir en las elecciones, bajo pena de excomunión.
El otro riesgo importante para la seguridad del proceso proviene de lo que pueda escuchar el mundo exterior. Se supone que la elección es un proceso completamente cerrado, del cual no se comunica nada al mundo excepto quién salió como ganador. En el mundo actual, con su alta tecnología, esto es muy difícil. Las reglas establecen explícitamente que se registre la capilla para buscar dispositivos de grabación y transmisión “con la ayuda de personas de confianza con capacidad técnica demostrada”. Eso era mucho más fácil en el 2005 que lo que será en el 2013.
¿Cuáles son las lecciones?
En primer lugar, que los sistemas abiertos llevados a cabo dentro de un grupo conocido hace que sea mucho más difícil el fraude electoral. Cada paso del proceso electoral es observado por todos, y todos se conocen entre sí, lo que hace que sea más difícil que alguien se salga con la suya.
En segundo lugar, es más fácil que las elecciones sencillas y en pequeña escala sean seguras. Este tipo de proceso funciona para elegir a un papa o a un presidente de un club, pero sería imposible para una elección a gran escala. La única forma en que los sistemas manuales podrían funcionar para un grupo más grande sería a través de un mecanismo tipo piramidal, con pequeños grupos reportando los resultados obtenidos manualmente en la cadena hacia autoridades de tabulación más centrales.
Y en tercer lugar: cuando se deja que un proceso de elección se desarrolle con el curso de un par de miles de años, el resultado será algo sorprendentemente bueno.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Bruce Schneier.