Imágenes como ésta —que demuestra la precisa coreografía en los Juegos Arirang en Pyongyang— son con frecuencia las únicas que permite ver el Estado.

Por Olaf Schuelke, especial para CNN

Nota del editor: Olaf Schuelke es un fotógrafo documentalista alemán que vive en Singapur. Estas son sus observaciones e imágenes de su visita a Corea del Norte en 2012. Pueden ver más de sus fotos en su sitio web.

(CNN) — Fue una experiencia como ninguna otra.

Mientras mi tren desde Pekín pasaba lentamente sobre un puente de acero, miré hacia el río turbio abajo. Un hombre estaba con el agua hasta la cintura con una red de pesca.

De un lado del río, China. Del otro, el país más aislado del mundo: Corea del Norte.

Pronto, los primeros edificios norcoreanos aparecieron junto con un pequeño parque de atracciones escondido bajo la sombra de algunas casas.

El tren se detuvo de repente. Las personas salieron en masa.

Habíamos parado en la estación Shinuju Cheongnyeon al otro lado del puente que une Shinuju con la ciudad china de Dandong.

Un grupo de funcionarios fronterizos de Corea del Norte en uniformes pulcros abordaron al tren , recolectando los pasaportes de los pasajeros.

Tres horas después, el tren empezó a moverse de nuevo.

Campos verdes rodeados por montañas (las montañas componen más del 70 % de Corea del Norte) aparecieron a ambos lados de la vía. Surgió un paisaje encantador.

Los valles y las áreas planas estaban llenas de campos con cultivos. Me hizo pensar en las reportadas escaseces de alimentos del país.

Finalmente, 24 horas después de salir de Pekín, el tren llegó a Pyongyang, la capital norcoreana  y hogar de más de 3 millones de personas.

Un grupo de guardias norcoreanos esperaban: todos los visitantes extranjeros y grupos de tours deben ser acompañados por guardias, que son llamados “guías” u “oficiales”.

Me dieron una breve presentación sobre cómo comportarme, y me informaron de las otras restricciones y lineamientos.

Los norcoreanos imponen fuertes reglas sobre los que los visitantes pueden fotografiar, con quién pueden hablar y dónde pueden caminar. Por ejemplo, es visto como un insulto cortar las manos, los pies o la cabeza cuando se toma fotografías de estatuas o de imágenes de los líderes o los funcionarios del gobierno.

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Los guardias también actúan como escudos humanos entre los turistas extranjeros y los norcoreanos. Me siguieron a prácticamente todas partes.

Fue bajo esas restricciones que visité el país por un total de nueve días en el verano de 2012.

Mientras estuve allí, me di cuenta que capturar escenas mundanas de la vida diaria de la gente de repente era algo extraordinario.

Me dicen que las fotos cándidas de personas normales usualmente son restringidas por el gobierno.

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Fotografié todo tipo de escenas: peatones en Pyongyang, hombres sin camisa jugando voleibol, un grupo de mujeres que barren las calles y personas viajando en la parte de atrás de un camión.

Esto era con frecuencia lo más cerca que podía estar de los locales: cualquier contacto directo con un norcoreano normal es prácticamente imposible. Además del miedo y la reserva, y el escrutinio intimidante de los guardias, la mayoría de norcoreanos no entiende el idioma inglés.

Guardias conversadores

Los guardias fueron otra cosa. Uno de ellos, el señor Kim, hablaba. Y mucho.

Me contó de sus años en el Ejército norcoreano, en donde fue mayor. Por su lealtad, dijo que fue recompensado con viajes a Europa del Este.

Una vez, mientras estaba en Berlín Oriental, dijo que visitó la famosa plaza Alexanderplatz.

Para algunos norcoreanos, las vacaciones más exóticas posibles son cerca a casa: la ciudad costera de Wonsan, a 200 kilómetros al este de la capital.

Allá, los norcoreanos parecen disfrutar de un día de verano relajado en la playa.

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Menos unas obvias diferencias, podría ser una escena de cualquier otro lugar de Asia. Todo el mundo se veía relajado y feliz. Las personas nadaban, tomaban el sol y jugaban con pelotas.

Pequeños botes que tenían la bandera norcoreana pintada en sus velas podían ser alquilados. La parte de la playa que yo visité estaba cercada y los occidentales podían caminar libremente dentro de ese perímetro.

Eso fue los más cercanos que pude estar con norcoreanos comunes y corrientes y fue un fuerte contraste con la visión dura y pobre de la vida rural que tuve durante el viaje.

De regreso en Pyongyang, antes de mi partida, vi señales de influencias externas surgiendo lentamente.

Vi la primera tienda de hamburguesas de la ciudad, a la que los locales se refieren como McDonald’s. Dos restaurantes italianos habían abierto recientemente.

Uno de ellos, una pizzería, fue el lugar en donde estuve mi última noche en el país.

Adentro, una mujer con un micrófono estaba envuelta en humo de cigarrillo. Ella cantó una éxito clásico italiano tras otro, casi sin acento.

Como en otras partes de Asia, el karaoke es una forma de vida en Corea del Norte, usualmente coexistiendo con los cigarrillos y el alcohol.

Tres mujeres jóvenes en faldas ajustadas operaban la cocina, sudando mientras trabajaban con un horno de pizzas nuevo.

La mayoría de clientes era turistas como yo, personas de negocios o personal de embajadas: el precio de una pizza es muy alto para la mayoría de norcoreanos.

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Como otros norcoreanos que conocí o fotografié, sentí del personal del restaurante una curiosidad distintiva, matizado con la timidez de no saber cómo reaccionar al creciente número de visitantes extranjeros.

Todos parecían genuinamente amigables, amables y bien educados.

Para mí, los norcoreanos no parecen ser diferentes a cualquier otra persona.