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Por Moni Basu

(CNN) — El competidor 19793 estaba llegando a la línea de meta poco antes de las 3 de la tarde del lunes cuando la primera bomba estalló. Un estallido estruendoso. Luego, segundos después, otro más.

Sonaron como cañones en un campo de batalla.

El productor deportivo de Boston.com, Steve Silva, se encontraba cubriendo el tan anunciado maratón de Boston. Estaba filmando lo que deberían haber sido escenas dichosas de llegada a la meta cuando, en unos pocos segundos, todo cambió. Su cámara se mantuvo filmando en medio de gritos de impacto y horror.

“Inmediatamente resultó (evidente) que había lesionados, justo en medio de la multitud de espectadores. Vi desmembramientos vi, vi sangre por todos lados”, dijo Silva.

Los rescatistas corrieron hacia las víctimas con camillas y sillas de ruedas. Las ambulancias hacían velozmente fila desde muchas cuadras atrás.

En medio de los gritos de dolor y pánico había llamadas telefónicas. “Mamá, estoy a salvo”.

Fueron palabras que el reportero de Boston Globe, Billy Baker, escuchó muchas veces mientras seguía viendo pasar gente por la escena. Publicó en Twitter lo que vio y escuchó: “A los voluntarios en la línea de meta se les dijo que corrieran. Describo el miedo “como el del 11-S o el tsunami”.

Describió una nerviosa calma ya mientras la gente o bien intentaba averiguar lo que estaba pasando o bien no tenía idea de hacia dónde ir.

Después sus tuits se volvieron mucho desalentadores:

“Ahora recibo relatos horripilantes relatos de primera mano de cabello incendiándose, extremidades heridas, escenas de campo de batalla frente al Hotel Charlesmark”.

Confusión. Desconcierto. Rumores por todos lados.

“No se está a salvo aquí”, dijo un agente de la policía de Boston al evacuar la Avenida Commonwealth, informó Baker.

Jim Bardin trabaja en un edificio de oficinas que está entre los lugares de las dos explosiones.

“Escuché la primera explosión y ésta sacudió un poco el edificio, y fui a ver qué pasaba y la segunda sucedió un par de segundos después”, dijo Bardin.

Lo que observó abajo fue caos.

“La gente estaba con mucho pánico allí abajo, la gente intentaba alejarse lo más rápido posible. Desde arriba, parecía un caos.

“La pensé dos veces en quedarme un momento cerca de la ventana en caso de que hubiera más explosiones. No había mucho que pudiera hacer allá afuera. No iban a dejar que nadie se acercara más. Nuestra puerta principal da justo hacia el lugar entre donde ocurrieron las explosiones”.

Will Ritter estaba a una cuadra de distancia, cerca de Copley Square. Intentaba organizar una conferencia de prensa para un corredor que acababa de completar la carrera.

Dijo que las explosiones se sintieron y escucharon como los fuertes sonidos en la cabeza al final del espectáculo de fuegos artificiales del 4 de Julio. Después vio una nube de humo blanco. Luego, los vehículos de emergencia, y un pandemonio.

“Vámonos, vámonos”, gritaban los rescatistas.

“Oh, Dios mío, oh Dios mío”, gritaban las personas que eran testigos de la masacre.

Mes y medio atrás, Mark Gordon acababa de mudarse a su departamento en un piso alto en Boylston Street. Tenía una vista perfecta de la maratón desde su balcón y a lo largo del día había mirado hacia fuera y tomado fotos.

Era un día glorioso en Boston, la ciudad en la que ha vivido desde hace 12 años.

Se encontraba haciendo tareas del hogar cuando la primera bomba estalló. Sonó como un millar de puertas de acero de garaje cerrándose al mismo tiempo. De inmediato se percató que no era un sonido convencional de la ciudad de Boston.

Automáticamente salió de su boca una palabrota. Corrió hacia una ventana para ver la segunda explosión por entre un hueco en los edificios frente a él.

Su mente quedó en blanco por uno o dos segundos. Entonces agarró su cámara y empezó a tomar fotos.

“Nunca volveré a mirar por la ventana de la misma manera a pesar de que han pasado seis cortas semanas”, dijo Gordon.

Poco después de eso, fue evacuado de su edificio. Se aloja en la casa de un amigo la noche del lunes.

“Estoy muy, muy enojado por lo que alguien le ha hecho a mi ciudad. Me dan nauseas. También estoy muy orgulloso”, dijo sobre la policía y los socorristas.

Erin Farley, nativa de Nueva Jersey y estudiante del Emerson College, estaba en tercer grado cuando ocurrieron los ataques del 11-S. No tenía la suficiente edad como para entender entonces la gravedad de lo que pasaba.

El lunes, en Boston, fue diferente.

“Tengo un escalofrío que en este momento no dejará mi cuerpo”, dijo.

Brittany Smith, estudiante de fisioterapia en la Universidad Northwestern, en Boston, fue voluntaria en la Tienda B de Auxilios, a dos cuadras de la meta. Trataba a los corredores de dolencias comunes como calambres musculares cuando escuchó el fuerte sonido de la primera explosión.

Todos se miraron los unos a los otros preguntándose si se trataba de un canon de la celebración.

“Todos estaban como, ‘¿Qué ocurre?’ Se podían percibir que algo andaba mal, que las cosas definitivamente no estaban bien”, dijo Smith.

“No corrimos hacia la escena, estaba intentando (ayudar) a un maratonista a localizar a sus familiares … y me asusté. Fue muy difícil concentrarse en ayudar al maratonista. Estaba en pánico”, dijo.

Ella y otros voluntarios estaban desesperados por tener información. Puso las noticias y vio las imágenes de los helicópteros que zumbaban por los cielos.

Las aceras se habían vuelto color sangre.

Smith contó con la suerte de que un colega voluntario tenía coche y la llevó a casa de su abuela, ubicada a un par de kilómetros de distancia.

La recibieron en la puerta con grandes abrazos.